Septiembre, mes nunca tenido en buena estima por traer de su mano el final del verano nos brinda este año, cosas del trabajo, casi la primera opción de coger el coche y olvidarnos, aunque solo por un par de días, de la ciudad. Decidimos no abandonar nuestra comunidad autónoma y aprovechando que el verano todavía alarga miramos a Huesca y más concretamente a los valles pirenaicos de Hecho y Ansó.
Siguiendo la recomendación de un amigo decidimos alojarnos en La Posada de Villalangua, en plena Hoya de Huesca, y que nos ofrece un punto intermedio entre nuestro origen y destino. La decisión no puede resultar más acertada y es que tanto el lugar como el acogedor trato que nos brindan Pilar e Isidoro hacen que nos sintamos como en casa. ¡Y ya no hablamos de sus cenas y desayunos! Espectacular.
Justo después de uno de esos desayunos con los que cargamos pilas subimos al coche con destino a la localidad de Hecho. La mañana ha amanecido fresca pero poco a poco el sol irá ganando protagonismo hasta dejarnos un día perfecto para las fechas en las que estamos. El camino que nos separa de la capital del valle es corto, apenas 44 kilómetros , pero tampoco son carreteras por las que se pueda ni se deba correr así que nos lo tomamos con calma y disfrutamos del paisaje que se nos presenta.
Dejamos el coche junto a la oficina de Turismo donde nos hacemos con un plano de la localidad antes de introducirnos de lleno en sus calles empedradas. Hecho está catalogado como uno de los pueblos más bellos de Aragón y, la verdad, razones no faltan. La uniformidad y el cuidado aspecto de sus casas, con la piedra y la madera como principales protagonistas, hacen de cada rincón de la localidad una perfecta postal.
Dos son las joyas de la población. La primera es, como no, su iglesia parroquial de estilo románico que emerge con su torre campanario por encima de la silueta que conforman el resto de casas. La segunda es su Museo Etnológico, sito en Casa Mazo, que ofrece al visitante una imagen de cómo era la vida en el valle años atrás a través de imágenes de época y toda clase de enseres, donados tanto por el antiguo propietario de la casa como por vecinos del municipio. Sin duda merece la pena dedicarle una visita.
Tras hacernos con unas pastas típicas volvemos al coche para dirigirnos a la vecina población de Siresa, famosa por albergar el monasterio románico de San Pedro de Siresa. Cuenta la leyenda, que en su interior fue encontrado el Santo Grial, también relacionado con las vecinas edificaciones del Monasterio de San Juan de la Peña , la Iglesia de San Adrián de Sasabe o la Catedral de Jaca. El tesoro que actualmente reside en su interior es la pila en la que fuera bautizado el monarca Alfonso I el Batallador.
Sin embargo, lo que -lamentablemente- encontramos nosotros es la puerta cerrada, así que nos tenemos que conformar con fotografiar su espectacular planta desde el exterior.
Ligeramente decepcionados por nuestra mala suerte continuamos camino hacia la parte ‘natural’ del viaje adentrándonos en el camino que conduce a la Selva de Oza. La carretera va estrechándose poco a poco hasta convertirse en un estrecho camino vagamente asfaltado pero que nos introduce en pleno Pirineo.
Resulta inevitable parar al pasar ante la Boca del Infierno, espectacular barranco que discurre a escasos metros de la carretera, y que, además de su innata belleza, cuenta con gran popularidad entre los amantes del barranquismo. De hecho mientras la estamos fotografiando podemos apreciar un pequeño grupo que se mueve por las ‘paredes’ como pez en el agua.
Resulta imposible evitar el recuerdo de las gargantas extremeñas que visitamos apenas unos meses atrás aunque ésta las supera en altura. Continuamos remontando el estrecho camino que nos conduce a lo que años atrás fuera el camping de la Selva de Oza, ahora abandonado a su suerte y con las vacas como únicas habitantes.
Como el tiempo se nos echa encima y se va acercando la hora de comer tomamos la decisión de no continuar avanzando. Sacamos unas cuantas fotos del paisaje que se presenta ante nosotros y, ya que parece que se encuentra cerca, caminamos en busca del yacimiento arqueológico de La Corona de los Muertos.
Los restos arqueológicos se encuentran a apenas doscientos metros de la carretera y no presentan prácticamente dificultad alguna para llegar a ellos. Compuesto por un conjunto de círculos de diferentes diámetros construidos con piedra, su origen data de finales del Neolítico y aunque en un primer momento se pensó que podría tratarse de un monumento funerario, la ausencia en las excavaciones de elementos que así lo constaten han hecho replantearse esa posibilidad. La otra opción que se baraja es que se traten de zócalos de cabañas construidas en madera y pieles, y que servirían de vivienda en periodos estivales.
Sea como fuere lo cierto es que el yacimiento ha sufrido cierto deterioro a pesar de estar vallado y cuesta definir el perímetro de la corona.
Volvemos por el mismo camino que hemos recorrido apenas unas horas antes para volver a hacer parada en Hecho, esta vez para comer. Degustamos los boliches, legumbre típica de la zona, y yo me decanto por el ragú de ternera como segundo. Con el estómago lleno, dicen, se piensa mejor y por eso decidimos adelantar a esa misma tarde la visita a la localidad de Ansó, prevista inicialmente para la mañana siguiente.
Lo primero que llama la atención en una primera vista general del pueblo es su iglesia, consagrada a San Pedro. Levantada en el siglo XVI destaca por su gran tamaño y aspecto fortificado, evidenciado por la presencia de matacán y aspilleras.
Al igual que en las calles de Hecho el material predominante en la arquitectura ansotana es la piedra y -en menor medida- la madera, presente en puertas y balconadas. No en vano, y gracias a los bosques que rodean la localidad, una de las más importantes industrias hasta hace poco tiempo fue la maderera aunque, desde siempre, el principal sustento de las gentes ansotanas haya sido la ganadería.
Caminando por la Calle Mayor llegamos a la plaza donde se encuentra el Ayuntamiento que destaca por su edificio, ejemplo claro de la arquitectura típica local. Aprovechamos los bancos de la plaza para hacer una pequeña parada mientras sacamos unas fotos de éste.
Desde allí hay apenas unos pasos hasta la Iglesia de San Pedro que ya hemos contemplado desde la distancia. Nos dirigimos hasta allí y nos adentramos en su interior donde destacan su retablo mayor, de estilo barroco, y su órgano, traído desmontado desde Francia a través de las montañas, del siglo XVII.
Otro de los puntos de interés de la localidad alto-aragonesa se encuentra en la ermita de Santa Bárbara, que acoge la sede del Museo del Traje Ansotano. Una extensa muestra de las vestimentas que, a lo largo de la Historia , han acompañado el día a día de los lugareños. Solo hay un día en el año en el que el museo queda vacío. El último domingo de Agosto la exposición cobra vida en los cuerpos de los lugareños y los trajes regionales vuelven a pasearse por las calles de Ansó.
Así ha sido durante los últimos cuarenta y un años y -desde el pasado mes de Julio- está considerada como Fiesta de Interés Turístico Nacional.
Mientras nos dirigimos de vuelta al coche las primeras gotas de lluvia que han estado amenazando durante las últimas horas de la tarde hacen acto de presencia. Poco después esas gotas se convierten en una fuerte tormenta pero ya a cubierto se lleva mejor.
Antes de volver a Villalangua hacemos un último alto en el camino para descubrir, y lo digo en el sentido más estricto de la palabra, la iglesia de San Adrián de Sasabe. Junto a la localidad de Borau se encuentra la iglesia que formara parte de uno de los monasterios más importantes de Aragón y que -debido a su situación entre los barrancos de Calcil y Lupán- llegó a permanecer semienterrada a causa de las venidas del río Lubierre.
Como he comentado al hablar del Monasterio de Siresa, San Adrián de Sasabe entra en el mito de haber alojado en algún momento de la Historia el Santo Grial, lo cual dota a la ermita de cierto halo de misterio.
La ermita resulta un claro ejemplo del románico pirenaico y en este no podía faltar referencia al ajedrezado jaqués. Merecen también mención los diversos motivos que decoran cada uno de los arcos exteriores del ábside, como se puede ver en la imagen superior.
A través de una pequeña puerta lateral accedemos al interior de la nave, totalmente diáfana, y en la que solo se conserva un pequeño altar de piedra presidido por una pintura representando a Cristo y que, seguramente, indica el lugar que ocupara originalmente un retablo o figura cristiana.
Volvemos a meternos en el coche perseguidos por una lluvia que nos acompañará en buena parte de nuestro camino de vuelta a Villalangua. Tras una buena ducha es tiempo para disfrutar de la cocina de Pilar y también de una noche tranquila tras la tormenta que nos deja una bonita vista antes de entrar al comedor.