martes, 20 de septiembre de 2011

San Sebastián, la Bella Easo

Con la llegada del buen tiempo apetece salir de casa y aprovechar para descubrir nuevos lugares. Así que, como cualquier excusa es buena para preparar la maleta, decidimos pasar los primeros calores del verano que se aproxima en el norte de la península. Nuestro destino es Ispaster, un pequeño pueblo en la provincia de Vizcaya, prácticamente equidistante de Bilbao y San Sebastián, que serán -en principio- nuestros objetivos del viaje.

En alrededor de tres horas y media nos plantamos allí después de cubrir los más de trescientos kilómetros, primero por cómoda autopista y después por las estrechas y características carreteras costeras. Una cena a base de productos autóctonos que sirve como carta de presentación del vino más característico de la zona, el txacoli, y pronto a la cama para coger fuerzas de cara a la intensa jornada sabatina.

Camino de la capital donostiarra a través de las carreteras locales impresionan la frondosa vegetación que hace que, en ocasiones y de forma involuntaria, la mente viaje a tierras de alta montaña europeas. El trasiego de ciclistas es importante a pesar de la temprana hora y es que el deporte de las dos ruedas es uno de los de gran tradición en tierras euskaldunas y eso se nota.

Nos detenemos al paso por Guetaria, pequeño pueblo costero consagrado en su práctica totalidad a su hijo más ilustre: Juan Sebastián Elcano. El que fuera primer marinero en dar la vuelta al mundo, allá por 1522, se encuentra presente en prácticamente cada metro cuadrado de la villa y compite en fama con los pescados a la parrilla que se preparan en los restaurantes de la zona y el típico txacoli. Como aún no son horas de comer nos conformamos con dar fe de la importancia del marinero, presente en diferentes estatuas así como en el monumento a modo de mausoleo que prácticamente preside la villa.

Apenas pasan unos minutos de mediodía cuando llegamos a San Sebastián. Antigua ciudad de veraneo real, debe su nombre a un monasterio consagrado a dicho santo en el barrio de El Antiguo y que fuera punto de origen de la villa medieval. Su nombre en euskera, Donostia, procedería de una derivación de la antigua denominación del santo (Done Sebastiane). Llámese como quiera llamarse, la localidad guipuzcoana conserva intacto el encanto que la convirtiera, en la segunda mitad del siglo XIX, en punto de destino turístico europeo con sus playas como principal referente.

Precisamente es en una de ellas, Ondarreta, donde comienza nuestra ruta. A los pies del Monte Igueldo y a lo largo de unos 600 metros se extiende la segunda playa en importancia de la ciudad y que alberga -en uno de sus extremos- el Peine del Viento, conjunto escultórico realizado por Eduardo Chillida que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. A pesar de la tranquilidad del mar son varias las olas que rompen en las rocas cercanas causando expectación entre la gente que se acumula para sacar una foto.

Recorriendo el paseo de Ondarreta y tras atravesar el túnel bajo el Palacio de Miramar entramos en el famoso paseo de La Concha, playa donostiarra por excelencia, y cuya forma la hace fácilmente reconocible. A esa hora, y como el día acompaña, son unos cuantos los que se animan incluso con un baño en el Cantábrico mientras los menos osados se conforman con tomar el sol desde la arena. Nosotros no abandonamos el paseo y continuamos caminando en dirección al barrio de Gros para dar buena cuenta de uno de los mayores atractivos turístico-gastronómicos de la ciudad, los pintxos. La recomendación del Bar Bergara no puede resultar más acertada y su especialidad, la Txalupa, imprescindible si se decide visitarlo.

Con la tripa bien llena después de semejante homenaje nos acercamos paseando por Zurriola hasta los pies del monte Urgull, mellizo del Igueldo en la silueta costera de la capital guipuzcoana. Desde el paseo se tiene una magnifica imagen del monte Igueldo y la pequeña isla de Santa Klara, lugar de aislamiento de los contagiados por la peste durante el siglo XVI.

El monte Urgull, además de ofrecernos unas espectaculares vistas desde sus diferentes miradores, alberga parte de las fortificaciones que en su día rodearan la ciudad siendo el Castillo de la Mota su principal representante. A él podemos acceder ascendiendo por los caminos trazados a través del parque que se extiende a sus pies y a lo largo del que podemos disfrutar de otros vestigios de fortificaciones como son la Batería de las Damas, un cuartel del siglo XIX o el polvorín de Santiago.

Coronando el castillo encontramos una figura del Cristo de la Mota de más de 16 metros de altura que evoca de algún modo la figura del Cristo Redentor de Río de Janeiro.

A los pies del monte se halla otro de los puntos de interés escultóricos de San Sebastián, la Construcción Vacía del también donostiarra Jorge Oteiza, con la que nos sacamos unas fotos y continuamos el camino en dirección a la Parte Vieja de Donosti. Ésta es, sin duda, la parte más genuina de la ciudad. Apartada del glamour y la pompa de la Concha, callejear por sus kaleas te sumerge en la esencia de la ciudad.

Aquí se encuentra, al final de la calle Mayor, la Iglesia de Santa María, de origen románico aunque posteriormente fue ampliada con estilos gótico y renacentista.

Otra de las joyas de la Donosti ‘vieja’ es la Iglesia de San Vicente, construcción del siglo XVI, erigida sobre la primigenia del siglo XII que fuera asolada por un incendio. De estilo gótico tardío, su figura emerge con poderío entre las casas de baja altura de la zona.

Como curiosidad cabe destacar que, según cuenta la tradición, los habitantes de esta parte de la ciudad se dividen en joxemaritarras -si nacieron junto a la Iglesia de Santa María- y koxkeros si lo hicieron junto a la de San Vicente.

Volvemos a mirar al mar junto a la Plaza del Ayuntamiento cuyo edificio, otrora casino, destaca por la particularidad de sus dos torres. Desde allí, y tras una pequeña parada para refrescarnos y descansar un poco, tenemos que caminar unos minutos hasta la Catedral del Buen Pastor que, lamentablemente, nos recibe andamiada en su fachada principal. A pesar de ello no dudamos en acercarnos y tratar de fotografiarla de la mejor manera posible.

Aunque su aspecto gótico pueda llegar a despistar, lo cierto es que la Parroquia del Buen Pastor -catedral desde 1953- apenas cuenta con algo más de cien años de existencia ya que fue inaugurada en 1987. En su fachada principal destaca ‘La cruz de la Paz’ de Chillida, oculta esta vez entre andamios y mallas.

Recorremos nuevamente el Paseo de la Concha, esta vez en sentido inverso, camino de vuelta al coche a la vez que disfrutamos por última vez de la bella imagen de Santa Klara y el Monte Urgull, ya bajo el atardecer.

Pero antes de volver a casa una última parada en Astigarraga, a pocos kilómetros de San Sebastián, para disfrutar de una de las sidrerías o sagardotegias -como dirían los autóctonos- con más solera de la región. Menú característico con chorizo a la sidra, bacalao (en tortilla y con pimientos) y txuleta para terminar con el típico queso con membrillo y nueces. Todo ello, por supuesto, convenientemente regado con la sidra local para quienes gusten. No es mi caso, pero la cena se disfrutó igual.