martes, 14 de diciembre de 2010

Lisboa. Un paseo por la Baixa y el Chiado

Nuestro primer día en Portugal amanece con buen tiempo. La mañana despejada y una buena temperatura nos animan a recorrer la distancia que nos separa de la Plaza del Comercio caminando.

Salimos del hotel y tomamos Avenida de Berna dirección Plaza de España. Una vez allí, los jardines de Eduardo VII quedan a escasos minutos. Lo primero que encontramos al acceder por su parte norte es el jardín de Amalia Rodrigues. Un pequeño rincón de la mayor zona verde lisboeta está dedicado a la memoria de la, probablemente, cantante de fado más famosa de Portugal. A escasos metros, una enorme bandera portuguesa (al estilo de la famosa bandera española en Colón) nos alerta de la presencia del Monumento dedicado al 25 de Abril, que rinde homenaje al día de la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura portuguesa. Desde allí se puede contemplar una espectacular vista casi completa del parque, con la Plaza del Marqués de Pombal al fondo. Descendemos la prolongada rampa de varios cientos de metros que salva el desnivel entre ambos para llegar a uno de los puntos con más tráfico de la capital lusa.

El Marqués de Pombal, primer ministro del monarca José I, fue un personaje de gran peso específico en la historia del país vecino. Principal artífice del acercamiento de Portugal a la realidad económica de los países del norte de Europa, desempeñó también un importante papel en la renovación arquitectónica de la capital tras el terremoto que la asoló en 1755. Su quimera fue intentar que el pueblo y la nobleza tuvieran los mismos derechos. Una imponente estatua recuerda su memoria en una de las más transitadas rotondas de la ciudad.

La Plaza Marqués de Pombal resulta también el origen de la avenida más importante de Lisboa, la Avenida de la Libertad. Inaugurada en 1879 es, a lo largo de sus más de mil metros, el punto donde se concentran tanto las tiendas como los hoteles más exclusivos de la ciudad. Una de sus señas de identidad más características se encuentra en los mosaicos de piedra blanca y negra que dibujan en sus aceras innumerables figuras.

Al final de la avenida nos encontramos con la Plaza de los Restauradores, que debe su nombre a todas aquellas personas que recuperaron la independencia portuguesa en 1640. Su inconfundible obelisco se alza frente a las puertas del Hotel Avenida Palace, el único hotel con categoría cinco estrellas de la capital lusa. A mano derecha dejamos el funicular de Gloria, acceso por excelencia al barrio alto, que tomaremos más adelante.

Prácticamente anexa a ésta se encuentra la Plaza de Rossio, con su espectacular estación de tren de estilo neo-manuelino cuya doble puerta en forma de herradura la hace inconfundible y uno de los obligados puntos de interés turístico. Junto a ella comparte presencia en la plaza el Teatro Nacional María II. De estilo neoclásico, toma su nombre de la hija de Don Pedro IV y preside desde la década de los cuarenta, aunque fue restaurado en los setenta, dicha plaza.

Continuamos nuestro camino por Rúa Augusta, principal foco comercial de la ciudad, para alcanzar al final de ésta la Plaza del Comercio. Situada sobre el terreno que ocupó el Palacio Real antes de ser destruido por el terremoto de 1775, la Plaza del Comercio simboliza la apertura de la ciudad lisboeta al Tajo ya que históricamente sirvió como puerto de barcos mercantiles. Coronada por su enorme Arco Triunfal y presidida por una estatua a caballo de Don José I.


Tras tomar varias fotos de la plaza desde Cais de Sodré nos acercamos a la oficina ambulante de ask me L¿sboa para hacernos con las Lisboa Card y acto seguido volvemos a adentrarnos en las entrañas de la Baixa. Recorremos nuevamente Rúa Augusta y sus alrededores donde tenemos que desechar en varias ocasiones los ilegales ofrecimientos que llegan a nuestros oidos, mientras curioseamos en los escaparates de las numerosas tiendas de souvenirs que pueblan la calle. Antes de hacer un alto para comer decidimos tomar el Elevador de Santa Justa, toda una obra de arte que conecta la Baixa con el Chiado. A los pies del centenario ascensor, impresiona ver su estructura de metal que sigue aguantando imperturbable el paso del tiempo. Una vez arriba, lo que impresionan son las vistas que contemplamos de la Rúa Augusta, la Plaza de Rossio o el Castillo de San Jorge. Tomamos el ascensor de vuelta a la tierra y buscamos un lugar donde comer, es hora de probar el famoso bacalhau portugués.

Cruzamos el pórtico que conecta la Rúa dos Sapateiros con Rossio y no podemos resistir la tentación de tomar una ginjinha, típico licor de cereza portugués, para ayudar con la digestión. Con el estómago caliente, paseamos por Rossio ante el famoso Café Nicola camino del funicular de Gloria. En funcionamiento desde 1885, es el más antiguo de los existentes en Lisboa y comunica el Barrio Alto y la Baixa salvando el tremendo desnivel existente entre ellos. En sus orígenes el elevador funcionaba con unos depósitos de agua que gracias a la gravedad hacían descender uno a la vez que ascendían el otro. Más tarde pasó a funcionar a vapor para finalmente hacerlo, a partir de 1914, de forma eléctrica. A pesar del ruido que produce durante su ascensión concluimos satisfactoriamente nuestro viaje y el premio que obtenemos son unas preciosas vistas de la ciudad desde el Mirador de San Pedro de Alcántara.

Cogemos el elevador para recorrer esta vez el camino inverso y retornar a Rossio, desde donde nos dirigimos a Plaza de Figueira para visitar la Iglesia de Sao Domingo. Esta iglesia tiene la peculiaridad de haber sido una de las pocas edificaciones capaz de soportar los incendios del famoso terremoto que asoló Lisboa. Su interior calcinado impresiona, más si cabe si tenemos en cuenta que se dice que la Inquisición quemaba en su interior a quienes consideraba infieles.



Todavía es pronto y aún no ha comenzado a anochecer, así que decidimos tomar el metro para visitar el Parque de las Naciones, recinto que albergó en 1998 la Exposición Internacional cuya temática giró entorno a los océanos. El Parque de las Naciones alberga uno de los oceanográficos más importantes de Europa, aunque esta vez declinamos visitarlo y nos centramos simplemente en pasear a lo largo de los metros y metros de recinto, que han quedado como una de las principales zonas de ocio para los lisboetas y zona turística para visitantes. Contemplamos las obras que convertirán la Torre Vasco de Gama en un espectacular hotel de categoría cinco estrellas, así como el kilométrico puente del mismo nombre que conecta Lisboa con la otra orilla del Tajo a lo largo de trece interminables kilómetros.

Cuando salimos del metro en la estación de Rossio la noche ya ha caído sobre Lisboa y aprovechamos para contemplar todo cuanto hemos visto durante la mañana bajo la nueva perspectiva que ofrece la iluminación.


Cenamos algo ligero y sobre todo rápido antes de tomar el metro de vuelta a nuestro hotel. No ha estado mal el primer día en Lisboa y al día siguiente nos espera Sintra, pequeño paréntesis en nuestra estancia en la capital.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Aveiro

Nos despertamos pronto, no puede ser de otra manera con todo lo que nos espera por delante. Volvemos al Pingo Doce para repetir desayuno antes de recoger nuestras maletas y volverlas a cargar en el coche. El ser humano, dicen, es un animal de costumbres y nosotros no vamos a ser la excepción. Introducimos nuestro nuevo destino en el GPS: Aveiro, intentando evitar las autovías que el gobierno portugués ha elegido como fuente de ingreso extra ante la crisis que azota el país.

Con la sensación de haber exprimido al máximo nuestra estancia en Oporto pero a la vez contrariados por no haberla podido disfrutar un poco más, tomamos la A1 dirección a la capital lusa. Lisboa nos espera como destino final pero aprovecharemos los más de trescientos kilómetros de trayecto para visitar Aveiro, una pequeña localidad pesquera próxima a Oporto cuya máxima atracción turística la representan los canales que la cruzan. No son pocos los que la catalogan como la Venecia portuguesa, algo excesivo seguramente que puede llevar a pequeñas decepciones como la que nos invadió tras nuestra visita.

Tras un pequeño rodeo por las carreteras nacionales para evitar la temida autovía A25 nos adentramos en el centro de la pequeña localidad costera. Para evitar vueltas y vueltas en busca de aparcamiento optamos, finalmente, por dejar el coche en el centro comercial Fórum y recorrer las calles a pie. La oficina de turismo queda a escasos metros, así que cruzamos uno de los canales y nos acercamos a ella para hacernos con unos planos. Apenas nos señalan cuatro o cinco puntos de interés (Plaza del Pescado, Catedral y un par de iglesias más) así que vemos muy factible la opción de verlo todo antes de comer.

Dicho y hecho. Caminamos dirección a la Plaza del Pescado, donde se encuentra la lonja en la que los pescadores de la ciudad venden su género, y a pocos pasos de allí la Capilla de San Gonçalinho, que destaca por su pequeño tamaño y su blanca pared. Las callejuelas que nos conducen a otro de los canales de la ciudad están repletas de casas de vivos colores que se mezclan con unas blancas “más tradicionales”, al menos para nosotros. También los azulejos se encuentran presentes aunque en un número mucho menor a como lo hacen en Oporto.

Paseamos por Cais dos Remadores Olímpicos, junto al canal, cuando una góndola escasamente ocupada nos sorprende remontando las aguas. Será lo más parecido a Venecia que veamos en toda la mañana.

Volvemos a adentrarnos por las calles de Aveiro y llegamos a los pies de la Iglesia de la Vera Cruz. En la fachada de la iglesia también predomina un blanco resplandeciente, en el que resaltan los mosaicos de azulejos que representan motivos religiosos.

Nuestro último punto marcado en el mapa es la Catedral. La antigua iglesia de Sao Domingos no destaca por su tamaño, lo cual quizá la haga pasar más desapercibida de lo que debería, ni tampoco es una catedral al uso. Destaca en su interior la tremenda luminosidad, algo que contrasta con las góticas (más comunes), que nos permite contemplar con detalle las imágenes y el retablo que adornan sus capillas laterales. Frente a la Catedral se encuentra el Museo de Aveiro, en lo que antiguamente fuera parte del Convento de Jesús. En su interior alberga numerosas colecciones de pintura, talla o (como no) azulejería



Hacemos algo de tiempo, y de hambre, remontando el canal que hemos encontrado a la salida del centro comercial aunque ya tenemos decidido el restaurante. A toro pasado puedo decir que, seguramente, la comida en A tasca do Cofrade fue la mejor que realicé durante el viaje, espectacular el caldero de arroz caldoso con tamboril (rape) que nos prepararon. Sin duda mereció la pena la visita a Aveiro aunque solo fuera por eso.

Comidos y bien servidos volvimos a por el coche para reanudar nuestro camino a Lisboa. Pensamos en hacer otra parada antes de coger definitivamente la autopista que nos lleve a la capital. Costa Nova ha recibido muchas críticas positivas y como el tiempo todavía acompaña nos decidimos a dedicarle unas horas. Sin embargo, en el jaleo de carreteras primarias, secundarias e incluso yo diría que terciarias en el que nos sume nuestro amigo TomTom aparecemos en la costa, pero demasiado alejados de la parte turística.

A pesar de todo nos llegamos a hacer una idea, groso modo, de lo que es esta pequeña localidad. Una ciudad que vive de la pesca pero que sobre todo lo hace del turismo, ya desde el siglo pasado. Costa Nova es famosa por sus palheiros (pajares) de colores, donde originalmente guardaban sus aperos y posteriormente vivían los pescadores, y por su gigantesco faro de 62 metros que lo hace ser uno de los más grandes del mundo. Nos conformamos con la vista que tenemos de éste desde la playa y con las representaciones modernas de los palheiros y volvemos al coche para completar nuestro trayecto.



Un enorme atasco nos recibe a la entrada a Lisboa. Hora punta. También las calles lisboetas presentan mucha más batalla que las portuenses, claro que también es una hora menos intempestiva que la de nuestra llegada dos días antes. Llegamos a nuestro hotel, el Vip Executive Barcelona, junto a la plaza de toros y comenzamos a deshacer las maletas. Hemos alcanzado nuestro destino “definitivo” y por delante tenemos cuatro días para conocer las entrañas de la melancólica Lisboa.

martes, 30 de noviembre de 2010

Oporto

Nuestro primer día en tierras lusas. Nos ponemos pronto en pie para aprovechar a tope la luz del día y recuperar, de paso, las horas “de retraso” que llevamos con nuestro planning. Buscamos un sitio donde desayunar nuestro primer galao, que acompañamos convenientemente con unos bolos simples, vamos, los croissants de toda la vida. Una vez desayunados, comenzamos a descender la Rua de Passos Manuel hasta llegar a la Avenida dos Aliados, centro neurálgico de la capital portuense.

La avenida principal de Oporto está casi desierta a primera hora de la mañana, aún tratándose de un día laborable, y el poco tráfico que permiten las amplias zonas peatonales apenas resulta incómodo. Tomamos varias fotos desde el centro de la plaza y continuamos caminando hasta dar con el monumento a Pedro IV, apodado El Rey Soldado, y cuyo reinado solo duró unos pocos meses.

A pocos pasos de ahí nos encontramos, en la iglesia de San Antonio de los Congregados, con lo que va a ser una tónica a lo largo de nuestra estancia en Oporto, los azulejos. Si Oporto fuera un color, ese sería sin duda el azul que se refleja en cada baldosín. En Sao Bento, en la Sé, en las propias calles… Y como bien nos habían advertido, uno de los mejores sitios para contemplarlos es la estación de tren de Sao Bento, y para allí que nos dirigimos.

Merece la pena adentrarse en el vestíbulo principal para contemplar la obra de arte de Jorge Colaço. Pintados a mano en 1916, podemos encontrar representados en ellos sucesos como la llegada del primer tren a Oporto, la conquista de Ceuta por Don Enrique el Navegante, el transporte del vino por el Duero y otras hazañas militares.

Desde la puerta de la estación se puede contemplar la Catedral, más popularmente conocida como Se, palabra que deriva de la siglas de Sede Episcopal. En apenas unos minutos nos plantamos a sus pies, en la plaza del Pelourinho. El Pelourinho es un elemento que evoca una suerte de picota que, en la época medieval, servía como lugar de castigo al exponer a los culpables a la intemperie durante varios días y noches, e incluso al castigo por parte de gente que pasara por allí.

La catedral de Oporto ofrece una imagen de fortaleza y recuerda, o al menos así me lo parece, a la Notre Damme parisina. A pesar de que originalmente fue una edificación románica presenta elementos de otros estilos, como el enorme rosetón de estilo gótico de su fachada principal.

Realizamos la visita interior de la catedral y, aprovechando que vamos bien de tiempo, compramos las entradas para visitar el claustro (de estilo gótico) y la Casa del Cabildo, edificio anexo a la catedral. El claustro resulta realmente impresionante y en él volvemos a advertir (una vez más) la presencia de los omnipresentes azulejos.


La plaza de la catedral nos ofrece a la salida de nuestra visita unas vistas maravillosas de la esencia de Oporto. Tejados de teja roja, ropa tendida en balcones y ventanas, pequeñas casas de colores ocres y blanco de aspecto descuidado… y el Duero al fondo. Estamos cerca de Cais de Ribera, así que emprendemos el descenso hacia el río por las callejuelas más “auténticas” de la ciudad hasta alcanzar la Plaza da Ribeira. El sol luce en un cielo despejado, y esto hace que las numerosas terrazas de los bares inviten a hacer un alto en el camino. Contemplamos el imponente Puente de Don Luis I, construido en 1886 por el belga Théophile Seyrig, discípulo de Gustave Eiffel, lo que explica las semejanzas en cuanto a estructura con el símbolo galo.

Reanudamos la marcha para realizar la visita al Palacio de la Bolsa antes de comer. El Palacio de la Bolsa es un enorme edificio que fue construido para albergar la sede de la Asociación Comercial de Oporto y también está clasificado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. No es de extrañar. Realizamos la visita guiada a través del Patio de las Naciones, la Sala Presidencial, la habitación de la Asamblea General para desembocar en la estelar Sala Árabe, auténtica atracción del edificio. Es una lástima que no se permitan las fotos en el interior del Palacio, pero si buscáis un poco por Internet podréis ver que la visita bien merece la pena.

Con algo de hambre ya y apremiados por el horario portugués (allí se come alrededor de la una), emprendemos camino a Plaza Parada Leitão, junto a la Iglesia de los Carmelitas. Vamos a tiro seguro, ya que nos han recomendado comer en O Piolho uno de los platos típicos tripeiros, la francesinha. Uno de los éxitos del viaje, sin lugar a dudas, junto al postre que tomamos: el bolo de bolacha. Si visitáis Oporto no podéis iros sin probarlo, no os arrepentiréis.

Tras meternos esas pocas calorías entre pecho y espalda es hora de rebajarlas, así que caminamos -dejando la impresionante Iglesia de los Carmelitas a un lado- hacia la Torre dos Clérigos. La imponente planta de la torre (algo más de 75 metros de altura) de estilo barroco nos recibe escondiendo una pequeña sorpresa en su interior. El acceso a la cima solo se puede hacer a través de sus escaleras de caracol, no existe ascensor alguno… ¡y son 225 peldaños! No fue buena idea dejarlo para después de comer. Sin embargo, la recompensa en forma de vistas merece la pena. Comprobarlo si no por vosotros mismos.

Recuperados del esfuerzo realizado nos acercamos a la Librería Lello e Irmao, en Rua das Carmelitas. A pesar de tratarse de un negocio particular, la imagen que proyecta en su interior hace que sea considerada casi un monumento más en la ciudad. Por suerte para nosotros, no hay demasiada gente en su interior a la hora de nuestra visita y podemos tomar varias fotos en su interior sin que el dueño se moleste.

La majestuosa escalera de madera que se divide en su camino para acceder a la segunda planta del edificio te recibe nada más entrar y te lleva al piso superior donde, además de cientos de libros, puedes contemplar la impresionante vidriera del techo con el lema Decus in labore. De vuelta a la planta inferior, podemos comprobar como en sus suelos de parquet todavía se mantienen los raíles que guiaban la vagoneta que se usaba para reponer los estantes. Una obra de arte de más de cien años de historia. Como recuerdo nos llevamos un libro de cocina portuguesa, para hacer nuestros pinitos en casa, y volvemos a emprender el trayecto matutino hacía Cais de Ribera. ¡Nos vamos de crucero!

La tarde empieza a escaparse cuando volvemos a alcanzar la Plaza da Ribeira. Volvemos a contemplar la majestuosidad del puente de Don Luis I desde la orilla, en breve lo haremos desde el interior del Duero. Nos acercamos al puesto de la empresa Douroacima y compramos los billetes para los más de cuarenta y cinco minutos que se nos pasan volando. Cruzamos bajo los seis puentes (Don Luis I, Infante Don Enrique, María Pia, San Joao, Freixo y Arrábida), vemos las bodegas de Vilanova de Gaia y los barcos que transportaban el Oporto antaño y remontamos el cauce hasta casi alcanzar el Océano Atlántico. Merece la pena gastar los diez euros que cuesta el billete.




De vuelta a tierra, recorremos las pequeñas tiendas de Cais de Ribera camino del puente Don Luis I. La tarde comienza a caer pero todavía quedan horas hasta la cena, así que aprovechamos para cruzar a Vilanova de Gaia, cuna del afamado vino de Oporto, y visitar una de las numerosas bodegas que ofertan visitas. Por proximidad y horario, nos decidimos por las bodegas Calem. A lo largo de la visita nos explican el lento proceso que lleva a las uvas del norte de Portugal a convertirse en uno de los mejores vinos de la península. Finalizamos las explicaciones con una pequeña degustación en sus bodegas, y como no, decidimos traer una parte de ellas a casa.

Cuando salimos la noche ya ha caído sobre la capital portuense y la iluminación de la ribera multiplica la belleza de todo cuanto habíamos visto durante el día. Paseamos tranquilamente mientras decidimos entre cenar aquí o volver al centro. Finalmente gana la segunda opción y tras una obligada parada en nuestro hotel buscamos algún lugar donde cenar en una casi desierta Avenida dos Aliados. La verdad es que apenas se nota diferencia entre la foto diurna y la nocturna más allá de que el sol ya no esté presente.

Una vez finalizada la cena, emprendemos el camino de vuelta al hotel. Ha sido un día duro y las fuerzas flaquean, pero todavía hay una parada obligada antes de ir a la cama, el Café Majestic.



El Majestic ha visto pasar -a lo largo de su dilatada historia- todo tipo de personalidades por sus mesas, desde políticos a intelectuales pasando por artistas y otras grandes personalidades. Como curiosidad, decir que la famosa creadora de Harry Potter pasó las horas muertas en sus mesas (quien sabe si fabulando después de visitar la Librería Lello e Irmao). Una vez dentro, resulta fácil viajar casi cien años atrás en el tiempo e imaginar a la alta sociedad de principios de siglo tomando el café en sus mesas.

Dejamos atrás las puertas del Majestic pensando en lo bien que vamos a agarrar la cama. Solo llevamos un día en Portugal, pero lo hemos vivido intensamente. Mañana es día de carretera y Lisboa espera al final del camino.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Salamanca

Domingo, 24 de octubre. Hoy amanece pronto -de hecho todavía es de noche cuando realizamos los últimos preparativos- y es que los más de quinientos kilómetros que tenemos por delante hasta nuestro destino obligan a ganarle horas al reloj. Siempre fastidia madrugar, pero de vacaciones parece que duele menos.

Salimos de Zaragoza tomando la AP68, con la mente puesta en la semana que tenemos por delante para descubrir el país vecino. El destino es Portugal, pero la “meta volante” la situamos en Salamanca, ciudad patrimonio de la Humanidad desde 1988 y que cuenta con la Universidad en activo más antigua de España. La ciudad charra será nuestra parada intermedia para evitar la kilometrada que supone cruzar de este a oeste la península.

Con el accidentado Gran Premio de Corea de F1 como compañero de viaje alcanzamos nuestro destino poco antes de las dos de la tarde. La entrada a Salamanca no ofrece un tráfico demasiado fluido, lo que nos ayuda sobremanera para encontrar nuestro hotel, el Ibis Salamanca Centro. Una vez realizado el check-in y dejado las maletas en la habitación, nos disponemos a encontrar un sitio para comer, que ya son horas. En apenas diez minutos nos plantamos en la Plaza Mayor de Salamanca, que a esas horas se encuentra bien acompañada de gente (estudiantes en su mayoría) que aprovechan cualquier espacio para sentarse a tomar el sol.

Una vez solucionado el tema gastronómico comenzamos nuestro paseo vespertino por el casco histórico salmantino. Dejamos atrás la Plaza Mayor, invadida por las casetas de una feria del libro, y caminamos por las callejuelas hasta toparnos con la famosa Casa de las Conchas. Actual biblioteca pública, la casa fue en su origen un palacio aunque a lo largo de su historia ha tenido diferentes usos. Como se puede ver en la foto, resulta obvio el por qué de su nombre.

Tras visitar la oficina de turismo y hacernos con los correspondientes planos seguimos calle abajo, dirección al Tormes, para visitar las catedrales. Catedral Nueva y Catedral Vieja conviven frente a la Universidad con su imponente planta. Como todavía no se encontraban abiertas al público (en Octubre no lo hacen hasta las 16h.) continuamos nuestro itinerario hasta el famoso pórtico de la Universidad. Al llegar allí comprobamos que hay un importante número de personas examinando minuciosamente la fachada en busca de la famosa rana. Cuenta la tradición, que aquel estudiante que no fuera capaz de encontrarla no aprobaría así que, a pesar de que uno ya dejó de estudiar hace tiempo nos tomamos algo de tiempo para buscarla… y encontrarla. Nunca se sabe.




Asegurado nuestro aprobado continuamos caminando hacia el Convento de San Esteban, convento dominico cuyo pórtico es toda una obra de arte, y tomando la Avda. de los Reyes de España alcanzamos el cauce del río Tormes. Desde el puente nuevo pudimos tomar un par de buenas fotos de las Catedrales y del Puente Romano, que domina el río desde hace varios siglos.



De vuelta al casco histórico tras cruzar el Tormes por el viejo puente, aprovechamos para visitar el Archivo General de la Guerra Civil Española que albergaba una pequeña exposición de fotos, documentación y varios útiles de la época. Muy interesante. Además también pudimos contemplar la recreación de lo que sería una logia masónica con todos sus detalles.

Tras avituallarnos con un buen chocolate con churros a media tarde volvimos al que había sido nuestro punto de inicio -la Plaza Mayor- para contemplar el iluminado de ésta y, de paso, alcahuetear un poco en los puestos que ya se encontraban abiertos y llenos de gente, para esa hora. Nuestro primer día de vacaciones tocaba a su fin, cenita italiana antes de recogernos de vuelta a nuestro hotel con Portugal y Oporto ya en el horizonte.