viernes, 22 de julio de 2011

Guadalupe y Trujillo, tierra de conquistadores

Nos levantamos temprano, tanto que aún ganamos a muchos bares que todavía no han puesto en marcha sus cafeteras. Una vez desayunados emprendemos camino a La Puebla de Guadalupe donde nos aguarda una de las joyas de este viaje, el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.

Los más de 125 kilómetros que separan a la capital cacereña de nuestro destino se cubren en parte por autovía (A-58 hasta Trujillo) pero el último tramo es necesario realizarlo por carretera comarcal, lo que hace que el viaje se alargue un tanto. Por suerte no encontramos demasiado tráfico por lo que nos plantamos en Guadalupe con el tiempo suficiente como para disfrutar un poco del pueblo antes de visitar el monasterio.

La Puebla nos acoge con sus callejuelas empedradas y blancas casas porticadas que nos conducen a la Plaza de Santa María, majestuosamente presidida por el Monasterio consagrado a la Virgen de Guadalupe, Patrimonio de la Humanidad desde 1993. La plaza es un auténtico zoco de pequeñas tiendas en las que se pueden encontrar todas las maravillas gastronómicas que ofrece la zona, desde la Torta del Casar hasta la famosa miel propia de la zona.

La visita al monasterio se realiza de forma imprescindible con la compañía de guía y dura, aproximadamente, entorno a una hora. A lo largo del recorrido se pueden contemplar el claustro mudéjar, o también conocido como de los Milagros, los museos de bordados, pinturas y esculturas y libros miniados, además de las capillas de San Jerónimo y San José antes de adentrarnos en el camarín de la Virgen, considerado por algunos como la ‘antesala del cielo’ y donde descansa -como podéis imaginar- la imagen de Santa María de Guadalupe.

Arquitectónicamente llama la atención la mezcla de estilos (gótico, mudéjar o renacentista) que puede apreciarse en el hecho de que su claustro mudéjar –de doble planta con arcos de herradura apuntados- contenga un templete gótico en su interior donde se representan varios cuadros explicativos de los milagros de la Virgen.

Artísticamente destaca la presencia de impresionantes pinturas de Zurbarán, en la sacristía, Luca Giordano, en el camarín, o Francisco de Goya y El Greco en el museo de Pintura. Concluida la visita es turno de volver a tomar la carretera que hemos ‘andado’ por la mañana para ‘desandarla’ dirección Trujillo. Ochenta kilómetros que recorremos bajo el imponente sol que para esa hora ya cae de pleno sobre la región extremeña.

Trujillo, a medio camino entre Cáceres y Mérida, ha visto pasar por sus tierras a lo largo de los años civilizaciones como la romana, visigoda o árabe hasta la conquista cristiana en 1232. Todas ellas han forjado la historia de la villa y dejado su pequeño -o no tanto- granito de arena en la construcción de la misma, lo que la convierte en una de las ciudades más visitadas de Extremadura.

Una vez instalados en nuestro hotel nos dirigimos a la Plaza Mayor para buscar algún sitio donde comer. A pesar de la hora y el tremendo sol que luce en todo lo alto, la plaza se encuentra abarrotada de gente y tomada por decenas de furgonetas y montadores que se manejan entre toldos y barras de hierro. El motivo de todo este despliegue no es otro que la celebración, durante este fin de semana, del VII Mercado Medieval ‘Ciudad de Trujillo’. Nos debatimos entre la decepción y la frustración ya que, por segunda vez en este viaje, nos quedamos sin contemplar una impresionante panorámica como ya nos pasó en Cáceres.

La Plaza Mayor, de forma rectangular y estilo renacentista, se encuentra presidida por una imponente figura ecuestre de Francisco Pizarro, natural de la localidad, conquistador de Perú en el siglo XVI y fundador de Lima, actual capital del país sudamericano donde descansan sus restos. Como dato significativo decir que por este motivo existe otra estatua, similar a la de Trujillo, en la capital peruana completando la trilogía una tercera en la localidad norteamericana de Buffalo.

Otros edificios destacables alrededor de la plaza son la Iglesia de San Martín y el Palacio de la Conquista, con su balcón esquinero coronado por el imponente blasón mantelado con las armas engrandecidas por Carlos V.

El palacio, original del siglo XVI, fue ordenado construir por Hernando Pizarro y debe su nombre, precisamente, a que los Pizarro recibieran el título de Marqueses de la Conquista por su decisivo papel en la Conquista del Perú, a la que asistieron muchos de sus miembros. También el Ayuntamiento, del siglo XV, se encuentra presente en la Plaza Mayor.

Entramos en la oficina de turismo, ubicada en los soportales de la plaza, y nos informamos sobre las visitas guiadas que recorren el conjunto histórico. Nos decidimos a contratarla con la intención de contrarrestar la mala experiencia de Cáceres y, aunque la mejoró ampliamente, nos quedamos con la sensación de que se incluye demasiada visita interior, lo que obliga a realizarlas un tanto a matacaballo.

Partimos de la Plaza Mayor y tras una breve introducción histórica de la villa y los monumentos que encontramos en la plaza, tomamos la Cuesta de la Sangre camino de la Puerta de Santiago, uno de los cuatro accesos al recinto amurallado junto a las puertas de La Coria, San Andrés y el Arco del Triunfo por donde accedieron las tropas cristianas cuando la ciudad fue reconquistada en 1232. De ahí su nombre. Junto a la Puerta de Santiago se erige la pequeña Iglesia homónima, una de las más antiguas del conjunto medieval. Actualmente desacralizada, el Ayuntamiento la utiliza como museo municipal.

Pero si algo destaca sobremanera en el perfil trujillano es su castillo-alcazaba. Construido entre los siglos X y XI se encuentra situado en lo alto del cerro conocido como ‘Cabezo de zorro’ lo que lo convierte en un estupendo lugar desde donde contemplar toda la villa y tomar magnificas panorámicas.

En su interior, prácticamente diáfano, y al que accedemos a través de su puerta de herradura puede recorrerse el paso de guardia de sus murallas así como visitar el aljibe original que todavía se conserva en su patio de armas.

Terminada nuestra visita el siguiente punto de interés se centra en la Casa-Museo de Pizarro, próxima al Castillo, y que debido a la hora cercana al cierre tenemos que contentarnos con visitar muy por encima. Una lástima. Construida sobre el solar que ocupara la casa familiar de su padre, el museo recrea en sus dos plantas tanto la vida del conquistador trujillano (planta alta) como lo que sería una vivienda de hidalgo en el siglo XV (planta baja). La mayor parte del mobiliario expuesto es original aunque en casos aislados se ha recurrido a fieles copias para facilitar la comprensión en el visitante.

Desde la Casa-Museo nos dirigimos a la Iglesia de Santa María la Mayor, original del siglo XIII, y que constituye el edificio parroquial más importante de Trujillo. Amalgama de diferentes épocas y materiales destaca en su exterior la presencia de dos torres, la Nueva y la Torre Julia, reconstruida ésta recientemente tras verse afectada por los terremotos de Lisboa en 1521 y 1755.

En su interior -donde se encuentra la capilla de la familia Vargas- destaca su impresionante retablo mayor, obra del pintor Fernando Gallego y que es sin duda, la auténtica joya del templo.

La guía concluye con la visita a La Alberca, baño de origen romano excavado en la roca (hasta 13 metros de profundidad) que posteriormente fuera utilizado por los árabes e incluso hoy en día por los propios trujillanos. Sus aguas, cuentan, tienen todo tipo de propiedades mágicas.

Finalizado nuestro paseo volvemos a la Plaza Mayor, centro neurálgico de la ciudad, para descansar y sacar algunas fotos que no hemos podido tomar antes. El mercado medieval va tomando forma y las tiendas y jaimas ya ocupan la práctica totalidad de la plaza mientras los vendedores se esmeran en preparar el muestrario. Hacemos tiempo hasta la hora de cenar y aprovechamos una de las múltiples terrazas existentes para comer algo antes de volver al hotel.

Finalmente, decidimos modificar nuestro planning y alargar nuestra estancia en Trujillo para poder visitar el mercado por la mañana. Después de comer será hora de poner rumbo al último destino del viaje: Emerita Augusta.

domingo, 3 de julio de 2011

Cáceres, Patrimonio de la Humanidad

Cáceres se despereza con los primeros rayos del sol cuando salimos del hotel con dirección a la Plaza Mayor que, como pudimos comprobar la noche anterior, se encuentra completamente vallada mientras los obreros apuran los últimos retoques previos a su inauguración. Más tarde nos enteraremos de que, por apenas un par de días, nos hemos perdido la imagen espectacular que se puede tomar del casco histórico desde ésta. Una verdadera lástima.

La primera parada de nuestro recorrido es la Torre de Bujaco que, junto a la ermita de la Paz, preside la Plaza Mayor y guarda la entrada a la Ciudad Vieja a través del Arco de la Estrella. De construcción árabe, sus veinticinco metros se encuentran coronados por almenas y presenta matacanes en tres de sus cuatro lados, completando su perímetro el pequeño balcón de los Fueros. Su nombre, cuentan, hace honor al califa Abu Yaqub, que asedió la ciudad en el siglo XII y tomó la torre aunque no es la única versión que existe y, por tanto, no puede considerarse como cierta al cien por cien.

Cruzando el Arco de la Estrella y continuando por la calle del mismo nombre llegamos a la Plaza de Santa María, que acoge la concatedral así como la sede del Palacio Episcopal y el palacio de Mayoralgo.

Un cartel anuncia visitas guiadas al conjunto monumental y como no hay mejor forma de conocer y recorrer éste que con alguien que te enseñe y cuente el porqué de las cosas decidimos contratarla. Todavía tenemos unos minutos hasta que comience por lo que aprovechamos para visitar el interior de la concatedral, que además alberga en su sacristía el Museo de la Concatedral. En el exterior destaca su doble portada gótica, la del Evangelio frente al Palacio Episcopal y la principal, junto a la que llama la atención la figura de San Pedro de Alcántara en la esquina. La tradición cuenta que hay que besar los pies para que el beato te ampare lo que explica el evidente desgaste de éstos en la estatua.

Volvemos a la Plaza de Sta.María junto a la Casa de los Ovando, punto de partida de la visita guiada con la cual tengo que reconocer que no acabamos excesivamente satisfechos aunque al menos nos sirvió para realizar un recorrido más o menos organizado y conocer algún chascarrillo sobre la Historia cacereña.

De camino a la Plaza de San Jorge, patrón de la ciudad, pasamos ante el Palacio de los Golfines de Abajo. Casa noble de la familia Golfín -instalada en Cáceres tras la reconquista- presenta un claro aspecto bélico representado en su torre del homenaje la cual todavía conserva el matacán aunque no sus almenas ya que, por decreto real fueron desmochadas (eliminadas) para que el palacio perdiera su carácter defensivo.
Ya en la plaza nos sorprende el animado aspecto que presenta, llena de grupos de jóvenes turistas y niños de colegios de la zona participando en lo que parece una gincana histórico-cultural, lo que hace que nuestro guía pierda los nervios en alguna ocasión. Lo más destacable, al menos a ojos aragoneses como los nuestros, es la figura del santo patrón montado a caballo que preside la plaza a los pies de la Iglesia de San Francisco Javier -de estilo barroco- que destaca por el color blanco de sus dos torres.

Continuamos calle Compañía arriba hasta llegar a los pies de la Casa de los Cáceres-Ovando, o también conocida como Palacio de las Cigüeñas por el gran número de estos animales que en su torre anidaban. Esta altísima torre es, precisamente, la única no desmochada del recinto histórico y que por tanto mantiene sus almenas. Tal privilegio se debe a la lealtad mostrada por la familia a la que acabaría siendo reina, Isabel la Católica, durante la disputa del trono de Castilla. Reformado a mediados del siglo XX, acoge actualmente la sede del gobierno militar.

Algo más arriba, presidiendo la plaza a la que da nombre, encontramos el Palacio de las Veletas. Originario del siglo XV es uno de los más pintorescos y originales del conjunto histórico cacereño y se encuentra construido sobre el antiguo alcázar almohade del que conserva incluso su aljibe, excavado en roca natural. Sus increíbles dimensiones y los espectaculares arcos de herradura lo convierten en uno de los aljibes más grandes de Europa y del mundo de estas características. En la fachada del palacio, destacan las gárgolas y pináculos de cerámica verde y blanca donde se encontraban las veletas que dieron su nombre al edificio. Actualmente el edificio alberga en su interior (además del aljibe) el Museo de Cáceres, de acceso gratuito y que bien merece una visita.

Con el Palacio de las Veletas y su impresionante aljibe concluye nuestro recorrido al llegar nuevamente a la Plaza de Santa María. Aún no son horas para comer, por lo que aprovechamos para visitar una exposición temporal de Andy Warhol que se exhibe en la Casa de los Becerra.

Volvemos a salir extra muros para ir al restaurante Casa Mijhaeli, que además se encuentra cerca de nuestro hotel. La elección no puede resultar más adecuada. Nos llama la atención su anuncio como “cocina del mundo” y la verdad es que no defraudó. Si además eres vegetarian@, aquí encontrarás unas cuantas sugerencias que harán que te marches de Cáceres con un gran sabor de boca.

Tras la espectacular comida volvemos a entrar en el recinto amurallado para visitar, con más detalle, el Museo de Cáceres y de paso sacar alguna foto más ya que durante la visita guiada no puedes detenerte por mucho tiempo si no quieres perder el hilo. Concluido nuestro segundo recorrido por el casco histórico y con la memoria de la cámara bien cargada decidimos volver al hotel para reposar un poquito antes de la cena.

Mañana es día de viaje y no conviene trasnochar así que tras una cena ligera y un té en la tetería del Arabia Riad (Plaza Mayor) nos marchamos a la habitación para cerrar las maletas y descansar antes de afrontar nuestro próximo destino: Trujillo.