El verano ateniense goza de cierta fama de caluroso y, por si no fuera suficiente, las noticias hablan de que una de las más grandes olas de calor de los últimos años atraviesa la península durante estos días por lo que, aunque todavía no son las ocho de la mañana, el termómetro ya supera sobradamente la veintena. El madrugón tras nuestra primera noche en Atenas está doblemente justificado de cara a la visita de la Acrópolis: en primer lugar es necesario evitar las horas en las que el sol incide de forma más intensa sobre la colina sagrada y en segundo, y no por ello menos importante, conviene buscar las primeras horas en las que el tráfico de turistas resulta menos intenso.
El recinto de la Acrópolis, tal como lo conocemos hoy en día, es el resultado del espectacular trabajo de Fidias tras la devastación sufrida por la ciudad original a manos del ejército persa alrededor del año 480 a.C. Pericles, con el objetivo de no olvidar tamaño acto, dio la orden de no reconstruir los edificios arrasados sino utilizar sus escombros para allanar el terreno y encargar al arquitecto y escultor griego la construcción de una nueva ciudad que llegaría hasta nuestros días pese al expolio sufrido a manos británicas durante la era moderna.
Pasados unos pocos metros desde el control de acceso, lo primero que encontramos a nuestra derecha son los restos del Teatro de Dionisio y, algo más adelante tras subir los primeros escalones, el Odeón de Herodes Ático.
Con capacidad para unas 16.000 y 5.000 personas respectivamente, ambos recintos fueron concebidos para el disfrute de las artes escénicas griegas en todas sus modalidades: teatro, danza y música. Esto es todavía posible hoy en día puesto que durante los meses estivales se celebran en el Odeón actividades relacionadas con el Festival de Verano de Atenas, fechas en las que la capital helena recupera todo su esplendor artístico de antaño.
Continuamos el camino de escaleras que nos llevará hasta los Propíleos, recibidor del imponente Partenón. El conjunto de columnas jónicas y dóricas que, a duras penas, resiste el paso del tiempo llegó a albergar en su momento una pinacoteca de temática mitológica. Hoy, constituye un imponente vestíbulo de acceso al templo consagrado a la diosa Atenea.
Formado por ocho columnas en cada frente y dieciséis en los laterales hasta cubrir casi setenta metros de longitud, el Partenón fue concebido como templo de culto y principal edificio de todo el conjunto arquitectónico de la Acrópolis. En su interior cobijaba la Atenea Parthenos, una colosal escultura de madera revestida en marfil y oro, que alcanzaba los doce metros de altura. Aunque aquella figura se perdió, hoy es posible recrearla en nuestra imaginación gracias a las copias que existen en el Arqueológico Nacional de Atenas, Museo del Louvre o Museo Nacional Romano.
Desgraciadamente la imponente escultura no es lo único del templo que no ha sido capaz de resistir hasta nuestros días y es que, aunque cueste trabajo pensarlo, el templo se encontraba originalmente pintado en vivos colores sobre el mármol inmortal. Sin embargo, la nefasta decisión del ejército otomano durante el sitio veneciano de utilizarlo como polvorín hizo que una enorme explosión nos privase de conservar su estado inicial. Las autoridades británicas a lo largo del siglo XIX hicieron el resto trasladando su decoración al Museo Británico.
Tras contemplar su colosal planta y fotografiarla desde (casi) todos los ángulos posibles nos acercamos al otro templo que convive a la sombra del Partenón dominando Atenas, el Erecteion.
Etimológicamente “el que sacude la tierra” este pequeño templo fue la última construcción que se realizó en la Acrópolis y se encuentra en el lugar en el que, según la mitología griega, se produjo la disputa entre Atenea y Poseidón por el control de la ciudad de la que la diosa acabaría saliendo victoriosa. Cada deidad realizó un regalo a los atenienses y éstos deberían decidir cual de los dos resultaba más útil. Poseidón, dios del mar y los terremotos, golpeó el suelo con su tridente haciendo brotar una fuente de agua salada que a punto estuvo de inundar la ciudad. Los atenienses protestaron y pidieron a la diosa que les ofreciera algo más práctico. Atenea, diosa de la sabiduría, artes y oficios, golpeó con su lanza el suelo haciendo brotar un olivo del que se podría obtener aceite para cocinar, quemar o crear perfumes y que todavía se mantiene junto al templo.
Pero si por algo se caracteriza, sin lugar a dudas, el Erecteion es por las Cariátides. Estas seis figuras femeninas que superan los dos metros de altura actúan como columnas soportando el entablamento del pórtico y representan a ciudadanas de Cariátide, población del Peloponeso, que fueron compradas como esclavas tras serles declararda la guerra por su colaboración con las tropas persas. Sin embargo éstas son solo réplicas de las originales que descansan (cinco) en el adyacente Museo de la Acrópolis y (una) en el Museo Británico de Londres.
La imagen de Atenas que nos ofrece la colina de la Acrópolis resulta simplemente espectacular: un inmenso mar de casas blancas que se extiende más allá de donde nos alcanza la vista solo roto por los montes Likavitos y Filopapo, pequeños pulmones de la capital. Sacamos las últimas fotos antes de emprender el descenso mientras empieza a notarse la condensación de turistas pese a ser poco más de las diez de la mañana.