domingo, 11 de enero de 2015

Atenas, Acrópolis: la ciudad alta

El verano ateniense goza de cierta fama de caluroso y, por si no fuera suficiente, las noticias hablan de que una de las más grandes olas de calor de los últimos años atraviesa la península durante estos días por lo que, aunque todavía no son las ocho de la mañana, el termómetro ya supera sobradamente la veintena. El madrugón tras nuestra primera noche en Atenas está doblemente justificado de cara a la visita de la Acrópolis: en primer lugar es necesario evitar las horas en las que el sol incide de forma más intensa sobre la colina sagrada y en segundo, y no por ello menos importante, conviene buscar las primeras horas en las que el tráfico de turistas resulta menos intenso.

El recinto de la Acrópolis, tal como lo conocemos hoy en día, es el resultado del espectacular trabajo de Fidias tras la devastación sufrida por la ciudad original a manos del ejército persa alrededor del año 480 a.C. Pericles, con el objetivo de no olvidar tamaño acto, dio la orden de no reconstruir los edificios arrasados sino utilizar sus escombros para allanar el terreno y encargar al arquitecto y escultor griego la construcción de una nueva ciudad que llegaría hasta nuestros días pese al expolio sufrido a manos británicas durante la era moderna.

Pasados unos pocos metros desde el control de acceso, lo primero que encontramos a nuestra derecha son los restos del Teatro de Dionisio y, algo más adelante tras subir los primeros escalones, el Odeón de Herodes Ático.


Con capacidad para unas 16.000 y 5.000 personas respectivamente, ambos recintos fueron concebidos para el disfrute de las artes escénicas griegas en todas sus modalidades: teatro, danza y música. Esto es todavía posible hoy en día puesto que durante los meses estivales se celebran en el Odeón actividades relacionadas con el Festival de Verano de Atenas, fechas en las que la capital helena recupera todo su esplendor artístico de antaño.

Continuamos el camino de escaleras que nos llevará hasta los Propíleos, recibidor del imponente Partenón. El conjunto de columnas jónicas y dóricas que, a duras penas, resiste el paso del tiempo llegó a albergar en su momento una pinacoteca de temática mitológica. Hoy, constituye un imponente vestíbulo de acceso al templo consagrado a la diosa Atenea.


Formado por ocho columnas en cada frente y dieciséis en los laterales hasta cubrir casi setenta metros de longitud, el Partenón fue concebido como templo de culto y principal edificio de todo el conjunto arquitectónico de la Acrópolis. En su interior cobijaba la Atenea Parthenos, una colosal escultura de madera revestida en marfil y oro, que alcanzaba los doce metros de altura. Aunque aquella figura se perdió, hoy es posible recrearla en nuestra imaginación gracias a las copias que existen en el Arqueológico Nacional de Atenas, Museo del Louvre o Museo Nacional Romano.

Desgraciadamente la imponente escultura no es lo único del templo que no ha sido capaz de resistir hasta nuestros días y es que, aunque cueste trabajo pensarlo, el templo se encontraba originalmente pintado en vivos colores sobre el mármol inmortal. Sin embargo, la nefasta decisión del ejército otomano durante el sitio veneciano de utilizarlo como polvorín hizo que una enorme explosión nos privase de conservar su estado inicial. Las autoridades británicas a lo largo del siglo XIX hicieron el resto trasladando su decoración al Museo Británico.


Tras contemplar su colosal planta y fotografiarla desde (casi) todos los ángulos posibles nos acercamos al otro templo que convive a la sombra del Partenón dominando Atenas, el Erecteion.

Etimológicamente “el que sacude la tierra” este pequeño templo fue la última construcción que se realizó en la Acrópolis y se encuentra en el lugar en el que, según la mitología griega, se produjo la disputa entre Atenea y Poseidón por el control de la ciudad de la que la diosa acabaría saliendo victoriosa. Cada deidad realizó un regalo a los atenienses y éstos deberían decidir cual de los dos resultaba más útil. Poseidón, dios del mar y los terremotos, golpeó el suelo con su tridente haciendo brotar una fuente de agua salada que a punto estuvo de inundar la ciudad. Los atenienses protestaron y pidieron a la diosa que les ofreciera algo más práctico. Atenea, diosa de la sabiduría, artes y oficios, golpeó con su lanza el suelo haciendo brotar un olivo del que se podría obtener aceite para cocinar, quemar o crear perfumes y que todavía se mantiene junto al templo.


Pero si por algo se caracteriza, sin lugar a dudas, el Erecteion es por las Cariátides. Estas seis figuras femeninas que superan los dos metros de altura actúan como columnas soportando el entablamento del pórtico y representan a ciudadanas de Cariátide, población del Peloponeso, que fueron compradas como esclavas tras serles declararda la guerra por su colaboración con las tropas persas. Sin embargo éstas son solo réplicas de las originales que descansan (cinco) en el adyacente Museo de la Acrópolis y (una) en el Museo Británico de Londres.


La imagen de Atenas que nos ofrece la colina de la Acrópolis resulta simplemente espectacular: un inmenso mar de casas blancas que se extiende más allá de donde nos alcanza la vista solo roto por los montes Likavitos y Filopapo, pequeños pulmones de la capital. Sacamos las últimas fotos antes de emprender el descenso mientras empieza a notarse la condensación de turistas pese a ser poco más de las diez de la mañana.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Atenas, el Olimpo de los Dioses

El reloj aún no marca las seis de la mañana cuando aterrizamos en el Eleftherios Venizelos de Atenas. Nuestra primera experiencia de viaje nocturno no ha resultado especialmente placentera y la hora de retraso acumulado a nuestra salida en Barajas tampoco ha ayudado en exceso. Tras recoger nuestras maletas nos dirigimos a la zona de Llegadas donde ya nos espera nuestro transporte hasta el hotel. Éste resulta ser, a juzgar por su aspecto, un veterano taxista ateniense que nos despeja en apenas unos minutos todas las dudas sobre la veracidad de la fama que les precede. Aprovechamos para dormir un par de horas antes de bajar a desayunar para recuperar fuerzas y tras probar el famoso yogur y tomar un par de cafés bien cargados nos disponemos, por fin, a descubrir la capital helena.

Atenas, con algo más de tres millones de habitantes, acapara más de la mitad de la población total del país algo que, al menos con una primera impresión a pie de calle, parece difícil de creer. Una ciudad con miles de años de Historia erigida entorno a la colina sagrada de la Acrópolis.

Callejeamos durante unos minutos hasta alcanzar la plaza de Monastiraki, auténtico centro neurálgico turístico de la capital, y que pese a ser sábado presenta un inusual aspecto desértico seguramente debido a la, todavía, temprana hora. Recorremos con tranquilidad la calle Pandrossou con sus innumerables tiendecitas de souvenirs donde podemos encontrar desde los típicos nazares azules hasta el famoso Ouzo, pasando por todo tipo de productos relacionados con la oliva y, como no, joyas artesanales de toda gama de precios.

Atravesando el tranquilo barrio de Plaka alcanzamos la Plaza Syntagma. Si Monastiraki podemos definirlo como el centro turístico, Syntagma puede considerarse el centro de la Atenas ‘de a pie’, ya que éste es el lugar que los atenienses suelen ocupar a la hora de manifestarse. Algo que, tristemente, se ha convertido en demasiado habitual durante los últimos años.


Presidiendo la plaza, al otro lado de la Avenida Amalias, se encuentra el edificio del Parlamento y, a sus pies, la tumba al soldado desconocido custodiada por los famosos evzones. Estos soldados de gran altura, otrora componentes de la división de infantería del ejército griego, han quedado relegados en la actualidad a mera guardia presidencial y reclamo turístico ya que su cambio de guardia congrega cada mañana de domingo a cientos de turistas en busca de la fotografía perfecta. Destacan especialmente en su atuendo los enormes zapatos y la falda, o fustanela, compuesta por cuatrocientos pliegues, uno por cada año que Grecia fue ocupada por los otomanos.


El otro edificio representativo en la Plaza Syntagma es el Hotel Grande Bretagne. Construido a finales del siglo XIX presume de ser uno de los más lujosos del sureste de Europa y haber contado entre sus huéspedes con personalidades como el Primer Ministro griego, Georgios Papandreou, durante los primeros aldabonazos de la Guerra Civil o Winston Churchill, objetivo de un atentado frustrado durante la Nochebuena de 1944.

Junto al Parlamento, y extendiéndose a lo largo de la Avenida Amalias se encuentran los Jardines Nacionales, un pequeño espacio de naturaleza dentro la agitación de la capital que nos permite un pequeño respiro ante el calor que ya empieza a hacerse notar con fuerza. Lo que en su tiempo fueran los jardines del Palacio Real, albergando decenas de especies animales y vegetales, es hoy un parque donde los atenienses todavía acuden para contemplar la fauna que aún lo habita y, de paso, escapar del caos urbano que los rodea.


A la salida de los Jardines Nacionales y atravesando la calle Vasillis Olgas se encuentra el Olimpeion o Templo de Zeus Olímpico. Construido en mármol, el templo constaba de ciento cuatro columnas corintias de 17 metros de altura repartidas a lo largo de sus casi cien metros de largo por cuarenta de ancho, convirtiéndolo en el templo más grande de Grecia . Toda una edificación titánica consagrada a Zeus, rey de los dioses. Hoy solo dieciséis de estas columnas sobreviven, quince de ellas en pie, pese a lo cual uno puede hacerse a la idea de la magnitud que la construcción pudo llegar a tener en su día.


Pasamos junto a la contigua Puerta de Adriano antes de volvernos a sumergir en las callejuelas que se entrelazan a los pies de la Acrópolis. Es ya casi la hora de comer y para nuestra primera experiencia optamos por ir sobre seguro y acudir a la taberna Platanos. La recomendación no puede resultar más acertada: mesa tranquila en una discreta terraza a la sombra y dolmades, tzatziki y souvlaki como primera toma de contacto con una gastronomía griega que nos enamorará para siempre.

Apuramos nuestro primer café frappé antes de volver al hotel para recuperar horas de sueño con una merecida siesta. Nuestra primera jornada en la capital griega ha servido para descubrir pequeñas pinceladas de una cultura que se aleja sustancialmente del estilo occidental. Mañana es EL DÍA. El Partenón y sus dos mil quinientos años de Historia nos aguardan.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Dubrovnik, la perla del Adriático

“Aquellos que buscan el paraíso terrenal, deben venir y ver Dubrovnik” Esta frase, acuñada en 1929 por el dramaturgo inglés George Bernard Shaw, refleja bien a las claras la belleza de la pequeña localidad de la región de Dalmacia. Las cristalinas aguas del Mar Adriático que bañan su costa constituyen el espejo perfecto en el que la antigua ciudad de Ragusa vuelve a verse reconocida tras la devastadora Guerra de los Balcanes. Sus rojos tejados son, hoy en día, el más claro indicador de la potente restauración que necesitó la ciudad tras el conflicto bélico que tuviera lugar en los años noventa.

Desde el mirador, situado junto a la estrecha carretera de la costa, contemplamos la misma vista del casco antiguo amurallado que un día antes pudiéramos ver desde el autobús en nuestro camino al hotel desde el aeropuerto. Sin duda una de las mejores postales que se puede obtener de la capital dálmata.


Una vez tomadas las fotos de rigor nos dirigimos hacia la Puerta de Pile, principal acceso al recinto amurallado, aunque no el único, ya que la antigua muralla alberga otro acceso más a través de la Puerta de Ploče. Una vez atravesada nos encontramos en el interior de un pequeño patio que, en época medieval, servía como primera defensa de la ciudad y que para los seguidores de la afamada serie Juego de Tronos pueda resultar familiar. ¿O no?


La imponente Stradun, con su pulida piedra blanca, ya muestra el habitual trasiego de turistas a pesar de que todavía no han dado las diez de la mañana en el reloj de la torre que se divisa al fondo. Principal vía de la ciudad, alberga multitud de comercios que van desde las típicas tiendas de souvenir hasta heladerías que hacen sentirte como si estuvieras en la misma Italia. Ésta, la culinaria, es junto a la arquitectónica alguna de las reminiscencias de la cultura italiana que todavía conserva la ciudad de su época bajo dominio veneciano. De hecho, a pesar de que hoy en día se trate de una vía completamente peatonal, el Stradun fue originalmente un canal que separaba la ciudad de Ragusa del bosque de Dubrava que finalmente se terminó cubriendo en el siglo XII dando origen a la vía tal como la conocemos actualmente. Su propio nombre significa gran calle en lengua veneciana.


Nuestra visita panorámica comienza junto a la Gran Fuente de Onofrio, principal punto de abastecimiento de agua para la ciudad en el pasado, terminando casi hora y media después a las puertas del Palacio de los Rectores, en el lado opuesto del Stradun. Es en este punto donde convergen varios de los atractivos monumentales de la ciudad ya que en apenas unos metros podemos contemplar de un simple vistazo el Palacio Sponza, la Iglesia de San Blas o la Catedral, además del propio Palacio de los Rectores, todos ellos bajo la custodia de Roldán, cuya imagen se levanta junto a una columna para honrar la figura del caballero que -cuenta la leyenda- liberase la ciudad del asedio de la piratería árabe allá por el siglo VIII.

Ambos palacios, de marcado aspecto veneciano, han perdido ya el uso para el que fueran originalmente concebidos. El Palacio Sponza, aduana y centro cultural de la ciudad de Ragusa, alberga actualmente el registro de la ciudad con miles de manuscritos que datan del siglo XII hasta los primeros años del siglo XIX. Por su parte el Palacio de los Rectores que, como su propio nombre indica, servía de residencia del gobernador lo ocupa ahora el Museo de Historia de la Ciudad.


Las campanas de la Torre del Reloj marcan el mediodía, pronto todavía para comer, por lo que decidimos atravesar la puerta de Ploče para salir extramuros y tomar el funicular que nos conduce al Fuerte Imperial -hoy en día Museo de la Guerra- donde se ‘esconde’ la otra imagen de Dubrovnik, aquella de la década de los noventa que los lugareños se afanan por apartar de la vista del turista como si de un mal recuerdo se tratase. Quizá por eso el acceso no es del todo cómodo ya que una vez abandonada la cabina del teleférico resulta necesario dar un pequeño rodeo por la explanada exterior hasta alcanzar la entrada al museo.

Una vez en su interior las numerosas imágenes de la ciudad durante los días en que fue bombardeada,  unidas a los vídeos que de forma continua se proyectan en una de las salas, nos da un ínfima idea del sufrimiento de unas personas que, de la noche a la mañana, vieron como su vida cambiaría para siempre. Como, dicen, una imagen vale más que mil palabras éstas son algunas de las vistas que ofrecía la ciudad en contraste con las que ofrecen en la actualidad. Resulta escalofriante detenerse a pensar en que apenas veinte años separan unas de otras.




Las vistas de Dubrovnik que ofrece el mirador del teleférico hacen que merezca la pena las noventa y cuatro kunas que hemos pagado por alcanzar la cima. Desde allí, además del recinto amurallado, se puede observar la vecina isla de Lokrum un paraje prácticamente virgen al que solamente se puede acceder mediante los barcos que zarpan del puerto de la localidad dálmata.


Tras tomar varias fotos emprendemos el camino de vuelta al casco urbano. Es hora de degustar una buena fuente de pescados y marisco del Adriático para recuperar las fuerzas perdidas y prepararnos para conocer la panorámica que nos falta: la de la ciudad desde sus murallas. Las mejores horas para recorrer sus casi dos kilómetros de perímetro son las primeras de la mañana, cuando el sol todavía no está en lo más alto, o las últimas de la tarde por lo que nos toca hacer algo de tiempo mientras baja el sol.

Después de hacernos con unos helados para combatir el calor volvemos a recorrer el Stradun, esta vez con la calma que nos permite profundizar en los detalles que previamente nos han explicado durante la visita. Atravesamos la muralla bajo la Torre del Reloj para acceder al puerto, donde cientos de turistas aguardan su turno para montar en los barcos que realizan la ruta hasta la vecina isla de Lokrum. Metros más adelante, fuera de la bahía, jóvenes y no tan jóvenes aprovechan el espigón para tomar el sol o darse un baño a falta de mejores opciones en la costa.


De vuelta intramuros los alrededores de la Catedral ofrecen un aspecto relajado, con diversas terrazas en las que poder tomar un café o un refresco. A pocos pasos, en la Plaza Zelena se entremezclan los últimos comensales rezagados con algunos de los puestos del habitual mercado diario. Como fondo de esta peculiar estampa las escaleras que llaman ‘de la Plaza de España’ por su semejanza con la famosa escalinata de la capital italiana aunque, obviamente, en una versión mucho más reducida.

Aprovechamos la sombra que ofrece la calle Puča -paralela a la principal- para terminar nuestro paseo hasta el acceso a las murallas y, de paso, completar nuestras compras. El número de turistas en esta calle es considerable, al menos para su tamaño, lo que nos obliga a tener que detenernos en algunos momentos.


Antes de comenzar el paseo por el Camino de Ronda nos detenemos en el Monasterio de los monjes Franciscanos, junto a la Puerta de Pile. Alberga, en un pequeño pasaje anterior al claustro, una de las farmacias más antiguas de Europa (1317) y que todavía hoy sigue en funcionamiento. Las fotografías en su interior no están permitidas aunque si tenéis suerte y no hay mucha afluencia quizá podáis convencer a su dueña para que os deje sacar alguna instantánea. El claustro románico del Monasterio, así como el museo de la farmacia, son totalmente prescindibles si no vais sobrados de tiempo.

En la fachada del monasterio, y frente a la Gran Fuente de Onofrio, se encuentra uno de los primeros reclamos de Dubrovnik: la gárgola o Maskeron. Se dice que aquel varón que consiga despojarse de su camiseta mientras se mantiene sobre la piedra tendrá un largo y dichoso matrimonio. Sin embargo, conseguir eso debe ser tarea nada sencilla puesto que pocos son los que logran tal hazaña (aunque muchos quienes lo intentan).

Con la tarde cayendo sobre la ciudad comenzamos nuestro recorrido por la muralla desde el acceso principal, situado en la Puerta de Pile. Es aconsejable conservar el billete a mano puesto que, al disponer de varios accesos, éste nos puede ser reclamado a lo largo del camino. Originalmente erigidas en el siglo VIII han sido reforzadas y reconstruidas en varias ocasiones aunque, sorprendentemente, no sufrieron grandes desperfectos durante el último conflicto de los Balcanes.

La primera parte del trazado es seguramente la menos estética pero nos muestra esa cara ‘genuina’ de Dubrovnik, la que el turista a pie de calle no ve pero que decenas de lugareños viven a diario. Solo la fortaleza Lovrijenak, otro de los escenarios reconocibles para los seguidores de George R.R. Martin, resulta destacable. Una vez superado el Fuerte de San Juan y la Torre de San Lucas las vistas mejoran sustancialmente, ofreciéndonos una espectacular panorámica de edificios y calles desde las alturas.


Finalizado el paso de Ronda es hora de cruzar la Puerta de Pile por última vez en este viaje y dirigirnos de vuelta al hotel. Tenemos que preparar el equipaje para continuar nuestro camino por tierras croatas pero nos marchamos siendo conscientes de que, efectivamente, Dubrovnik es la joya escondida en el interior del Adriático.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Descubriendo Aragón. Valles de Hecho y Ansó

Septiembre, mes nunca tenido en buena estima por traer de su mano el final del verano nos brinda este año, cosas del trabajo, casi la primera opción de coger el coche y olvidarnos, aunque solo por un par de días, de la ciudad. Decidimos no abandonar nuestra comunidad autónoma y aprovechando que el verano todavía alarga miramos a Huesca y más concretamente a los valles pirenaicos de Hecho y Ansó.

Siguiendo la recomendación de un amigo decidimos alojarnos en La Posada de Villalangua, en plena Hoya de Huesca, y que nos ofrece un punto intermedio entre nuestro origen y destino. La decisión no puede resultar más acertada y es que tanto el lugar como el acogedor trato que nos brindan Pilar e Isidoro hacen que nos sintamos como en casa. ¡Y ya no hablamos de sus cenas y desayunos! Espectacular.

Justo después de uno de esos desayunos con los que cargamos pilas subimos al coche con destino a la localidad de Hecho. La mañana ha amanecido fresca pero poco a poco el sol irá ganando protagonismo hasta dejarnos un día perfecto para las fechas en las que estamos. El camino que nos separa de la capital del valle es corto, apenas 44 kilómetros, pero tampoco son carreteras por las que se pueda ni se deba correr así que nos lo tomamos con calma y disfrutamos del paisaje que se nos presenta.

Dejamos el coche junto a la oficina de Turismo donde nos hacemos con un plano de la localidad antes de introducirnos de lleno en sus calles empedradas. Hecho está catalogado como uno de los pueblos más bellos de Aragón y, la verdad, razones no faltan. La uniformidad y el cuidado aspecto de sus casas, con la piedra y la madera como principales protagonistas, hacen de cada rincón de la localidad una perfecta postal.

Dos son las joyas de la población. La primera es, como no, su iglesia parroquial de estilo románico que emerge con su torre campanario por encima de la silueta que conforman el resto de casas. La segunda es su Museo Etnológico, sito en Casa Mazo, que ofrece al visitante una imagen de cómo era la vida en el valle años atrás a través de imágenes de época y toda clase de enseres, donados tanto por el antiguo propietario de la casa como por vecinos del municipio. Sin duda merece la pena dedicarle una visita.

Tras hacernos con unas pastas típicas volvemos al coche para dirigirnos a la vecina población de Siresa, famosa por albergar el monasterio románico de San Pedro de Siresa. Cuenta la leyenda, que en su interior fue encontrado el Santo Grial, también relacionado con las vecinas edificaciones del Monasterio de San Juan de la Peña, la Iglesia de San Adrián de Sasabe o la Catedral de Jaca. El tesoro que actualmente reside en su interior es la pila en la que fuera bautizado el monarca Alfonso I el Batallador.

Sin embargo, lo que -lamentablemente- encontramos nosotros es la puerta cerrada, así que nos tenemos que conformar con fotografiar su espectacular planta desde el exterior.

Ligeramente decepcionados por nuestra mala suerte continuamos camino hacia la parte ‘natural’ del viaje adentrándonos en el camino que conduce a la Selva de Oza. La carretera va estrechándose poco a poco hasta convertirse en un estrecho camino vagamente asfaltado pero que nos introduce en pleno Pirineo.

Resulta inevitable parar al pasar ante la Boca del Infierno, espectacular barranco que discurre a escasos metros de la carretera, y que, además de su innata belleza, cuenta con gran popularidad entre los amantes del barranquismo. De hecho mientras la estamos fotografiando podemos apreciar un pequeño grupo que se mueve por las ‘paredes’ como pez en el agua.

Resulta imposible evitar el recuerdo de las gargantas extremeñas que visitamos apenas unos meses atrás aunque ésta las supera en altura. Continuamos remontando el estrecho camino que nos conduce a lo que años atrás fuera el camping de la Selva de Oza, ahora abandonado a su suerte y con las vacas como únicas habitantes.

Como el tiempo se nos echa encima y se va acercando la hora de comer tomamos la decisión de no continuar avanzando. Sacamos unas cuantas fotos del paisaje que se presenta ante nosotros y, ya que parece que se encuentra cerca, caminamos en busca del yacimiento arqueológico de La Corona de los Muertos.

Los restos arqueológicos se encuentran a apenas doscientos metros de la carretera y no presentan prácticamente dificultad alguna para llegar a ellos. Compuesto por un conjunto de círculos de diferentes diámetros construidos con piedra, su origen data de finales del Neolítico y aunque en un primer momento se pensó que podría tratarse de un monumento funerario, la ausencia en las excavaciones de elementos que así lo constaten han hecho replantearse esa posibilidad. La otra opción que se baraja es que se traten de zócalos de cabañas construidas en madera y pieles, y que servirían de vivienda en periodos estivales.

Sea como fuere lo cierto es que el yacimiento ha sufrido cierto deterioro a pesar de estar vallado y cuesta definir el perímetro de la corona.

Volvemos por el mismo camino que hemos recorrido apenas unas horas antes para volver a hacer parada en Hecho, esta vez para comer. Degustamos los boliches, legumbre típica de la zona, y yo me decanto por el ragú de ternera como segundo. Con el estómago lleno, dicen, se piensa mejor y por eso decidimos adelantar a esa misma tarde la visita a la localidad de Ansó, prevista inicialmente para la mañana siguiente.

La A-176 que conecta ambas localidades se encuentra perfectamente asfaltada por lo que, a pesar de las numerosas curvas, el trayecto se hace relativamente corto. Aparcamos en un amplio parking a la entrada del pueblo y tiramos de piernas para descubrir los rincones de la localidad ansotana.

Lo primero que llama la atención en una primera vista general del pueblo es su iglesia, consagrada a San Pedro. Levantada en el siglo XVI destaca por su gran tamaño y aspecto fortificado, evidenciado por la presencia de matacán y aspilleras.

Al igual que en las calles de Hecho el material predominante en la arquitectura ansotana es la piedra y -en menor medida- la madera, presente en puertas y balconadas. No en vano, y gracias a los bosques que rodean la localidad, una de las más importantes industrias hasta hace poco tiempo fue la maderera aunque, desde siempre, el principal sustento de las gentes ansotanas haya sido la ganadería.

Caminando por la Calle Mayor llegamos a la plaza donde se encuentra el Ayuntamiento que destaca por su edificio, ejemplo claro de la arquitectura típica local. Aprovechamos los bancos de la plaza para hacer una pequeña parada mientras sacamos unas fotos de éste.

Desde allí hay apenas unos pasos hasta la Iglesia de San Pedro que ya hemos contemplado desde la distancia. Nos dirigimos hasta allí y nos adentramos en su interior donde destacan su retablo mayor, de estilo barroco, y su órgano, traído desmontado desde Francia a través de las montañas, del siglo XVII.

Otro de los puntos de interés de la localidad alto-aragonesa se encuentra en la ermita de Santa Bárbara, que acoge la sede del Museo del Traje Ansotano. Una extensa muestra de las vestimentas que, a lo largo de la Historia, han acompañado el día a día de los lugareños. Solo hay un día en el año en el que el museo queda vacío. El último domingo de Agosto la exposición cobra vida en los cuerpos de los lugareños y los trajes regionales vuelven a pasearse por las calles de Ansó.

Así ha sido durante los últimos cuarenta y un años y -desde el pasado mes de Julio- está considerada como Fiesta de Interés Turístico Nacional.

Mientras nos dirigimos de vuelta al coche las primeras gotas de lluvia que han estado amenazando durante las últimas horas de la tarde hacen acto de presencia. Poco después esas gotas se convierten en una fuerte tormenta pero ya a cubierto se lleva mejor.

Antes de volver a Villalangua hacemos un último alto en el camino para descubrir, y lo digo en el sentido más estricto de la palabra, la iglesia de San Adrián de Sasabe. Junto a la localidad de Borau se encuentra la iglesia que formara parte de uno de los monasterios más importantes de Aragón y que -debido a su situación entre los barrancos de Calcil y Lupán- llegó a permanecer semienterrada a causa de las venidas del río Lubierre.

Como he comentado al hablar del Monasterio de Siresa, San Adrián de Sasabe entra en el mito de haber alojado en algún momento de la Historia el Santo Grial, lo cual dota a la ermita de cierto halo de misterio.

La ermita resulta un claro ejemplo del románico pirenaico y en este no podía faltar referencia al ajedrezado jaqués. Merecen también mención los diversos motivos que decoran cada uno de los arcos exteriores del ábside, como se puede ver en la imagen superior.

A través de una pequeña puerta lateral accedemos al interior de la nave, totalmente diáfana, y en la que solo se conserva un pequeño altar de piedra presidido por una pintura representando a Cristo y que, seguramente, indica el lugar que ocupara originalmente un retablo o figura cristiana.

Volvemos a meternos en el coche perseguidos por una lluvia que nos acompañará en buena parte de nuestro camino de vuelta a Villalangua. Tras una buena ducha es tiempo para disfrutar de la cocina de Pilar y también de una noche tranquila tras la tormenta que nos deja una bonita vista antes de entrar al comedor.