El reloj aún no marca las seis de la mañana cuando aterrizamos en el Eleftherios Venizelos de Atenas. Nuestra primera experiencia de viaje nocturno no ha resultado especialmente placentera y la hora de retraso acumulado a nuestra salida en Barajas tampoco ha ayudado en exceso. Tras recoger nuestras maletas nos dirigimos a la zona de Llegadas donde ya nos espera nuestro transporte hasta el hotel. Éste resulta ser, a juzgar por su aspecto, un veterano taxista ateniense que nos despeja en apenas unos minutos todas las dudas sobre la veracidad de la fama que les precede. Aprovechamos para dormir un par de horas antes de bajar a desayunar para recuperar fuerzas y tras probar el famoso yogur y tomar un par de cafés bien cargados nos disponemos, por fin, a descubrir la capital helena.
Atenas, con algo más de tres millones de habitantes, acapara más de la mitad de la población total del país algo que, al menos con una primera impresión a pie de calle, parece difícil de creer. Una ciudad con miles de años de Historia erigida entorno a la colina sagrada de la Acrópolis.
Callejeamos durante unos minutos hasta alcanzar la plaza de Monastiraki, auténtico centro neurálgico turístico de la capital, y que pese a ser sábado presenta un inusual aspecto desértico seguramente debido a la, todavía, temprana hora. Recorremos con tranquilidad la calle Pandrossou con sus innumerables tiendecitas de souvenirs donde podemos encontrar desde los típicos nazares azules hasta el famoso Ouzo, pasando por todo tipo de productos relacionados con la oliva y, como no, joyas artesanales de toda gama de precios.
Atravesando el tranquilo barrio de Plaka alcanzamos la Plaza Syntagma. Si Monastiraki podemos definirlo como el centro turístico, Syntagma puede considerarse el centro de la Atenas ‘de a pie’, ya que éste es el lugar que los atenienses suelen ocupar a la hora de manifestarse. Algo que, tristemente, se ha convertido en demasiado habitual durante los últimos años.
Presidiendo la plaza, al otro lado de la Avenida Amalias, se encuentra el edificio del Parlamento y, a sus pies, la tumba al soldado desconocido custodiada por los famosos evzones. Estos soldados de gran altura, otrora componentes de la división de infantería del ejército griego, han quedado relegados en la actualidad a mera guardia presidencial y reclamo turístico ya que su cambio de guardia congrega cada mañana de domingo a cientos de turistas en busca de la fotografía perfecta. Destacan especialmente en su atuendo los enormes zapatos y la falda, o fustanela, compuesta por cuatrocientos pliegues, uno por cada año que Grecia fue ocupada por los otomanos.
El otro edificio representativo en la Plaza Syntagma es el Hotel Grande Bretagne. Construido a finales del siglo XIX presume de ser uno de los más lujosos del sureste de Europa y haber contado entre sus huéspedes con personalidades como el Primer Ministro griego, Georgios Papandreou, durante los primeros aldabonazos de la Guerra Civil o Winston Churchill, objetivo de un atentado frustrado durante la Nochebuena de 1944.
Junto al Parlamento, y extendiéndose a lo largo de la Avenida Amalias se encuentran los Jardines Nacionales, un pequeño espacio de naturaleza dentro la agitación de la capital que nos permite un pequeño respiro ante el calor que ya empieza a hacerse notar con fuerza. Lo que en su tiempo fueran los jardines del Palacio Real, albergando decenas de especies animales y vegetales, es hoy un parque donde los atenienses todavía acuden para contemplar la fauna que aún lo habita y, de paso, escapar del caos urbano que los rodea.
A la salida de los Jardines Nacionales y atravesando la calle Vasillis Olgas se encuentra el Olimpeion o Templo de Zeus Olímpico. Construido en mármol, el templo constaba de ciento cuatro columnas corintias de 17 metros de altura repartidas a lo largo de sus casi cien metros de largo por cuarenta de ancho, convirtiéndolo en el templo más grande de Grecia . Toda una edificación titánica consagrada a Zeus, rey de los dioses. Hoy solo dieciséis de estas columnas sobreviven, quince de ellas en pie, pese a lo cual uno puede hacerse a la idea de la magnitud que la construcción pudo llegar a tener en su día.
Pasamos junto a la contigua Puerta de Adriano antes de volvernos a sumergir en las callejuelas que se entrelazan a los pies de la Acrópolis. Es ya casi la hora de comer y para nuestra primera experiencia optamos por ir sobre seguro y acudir a la taberna Platanos. La recomendación no puede resultar más acertada: mesa tranquila en una discreta terraza a la sombra y dolmades, tzatziki y souvlaki como primera toma de contacto con una gastronomía griega que nos enamorará para siempre.
Apuramos nuestro primer café frappé antes de volver al hotel para recuperar horas de sueño con una merecida siesta. Nuestra primera jornada en la capital griega ha servido para descubrir pequeñas pinceladas de una cultura que se aleja sustancialmente del estilo occidental. Mañana es EL DÍA. El Partenón y sus dos mil quinientos años de Historia nos aguardan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario