“Aquellos
que buscan el paraíso terrenal, deben venir y ver Dubrovnik” Esta frase,
acuñada en 1929 por el dramaturgo inglés George Bernard Shaw, refleja bien a
las claras la belleza de la pequeña localidad de la región de Dalmacia. Las
cristalinas aguas del Mar Adriático que bañan su costa constituyen el espejo
perfecto en el que la antigua ciudad de Ragusa vuelve a verse reconocida tras
la devastadora Guerra de los Balcanes. Sus rojos tejados son, hoy en día, el
más claro indicador de la potente restauración que necesitó la ciudad tras el
conflicto bélico que tuviera lugar en los años noventa.
Desde
el mirador, situado junto a la estrecha carretera de la costa, contemplamos la
misma vista del casco antiguo amurallado que un día antes pudiéramos ver desde
el autobús en nuestro camino al hotel desde el aeropuerto. Sin duda una de las
mejores postales que se puede obtener de la capital dálmata.
Una
vez tomadas las fotos de rigor nos dirigimos hacia la Puerta de Pile, principal
acceso al recinto amurallado, aunque no el único, ya que la antigua muralla
alberga otro acceso más a través de la Puerta de Ploče. Una vez atravesada nos
encontramos en el interior de un pequeño patio que, en época medieval, servía
como primera defensa de la ciudad y que para los seguidores de la afamada serie Juego de Tronos pueda resultar familiar. ¿O no?
La imponente Stradun, con su pulida piedra blanca, ya muestra el habitual trasiego
de turistas a pesar de que todavía no han dado las diez de la mañana en el
reloj de la torre que se divisa al fondo. Principal vía de la ciudad, alberga
multitud de comercios que van desde las típicas tiendas de souvenir hasta
heladerías que hacen sentirte como si estuvieras en la misma Italia. Ésta, la
culinaria, es junto a la arquitectónica alguna de las reminiscencias de la
cultura italiana que todavía conserva la ciudad de su época bajo dominio
veneciano. De hecho, a pesar de que hoy en día se trate de una vía
completamente peatonal, el Stradun fue originalmente un canal que separaba la
ciudad de Ragusa del bosque de Dubrava que finalmente se terminó cubriendo en
el siglo XII dando origen a la vía tal como la conocemos actualmente. Su propio
nombre significa gran calle en lengua veneciana.
Nuestra
visita panorámica comienza junto a la Gran Fuente de Onofrio, principal punto
de abastecimiento de agua para la ciudad en el pasado, terminando casi hora y
media después a las puertas del Palacio de los Rectores, en el lado opuesto del
Stradun. Es en este punto donde convergen varios de los atractivos monumentales
de la ciudad ya que en apenas unos metros podemos contemplar de un simple
vistazo el Palacio Sponza, la Iglesia de San Blas o la Catedral, además del
propio Palacio de los Rectores, todos ellos bajo la custodia de Roldán, cuya
imagen se levanta junto a una columna para honrar la figura del caballero que
-cuenta la leyenda- liberase la ciudad del asedio de la piratería árabe allá
por el siglo VIII.
Ambos
palacios, de marcado aspecto veneciano, han perdido ya el uso para el que
fueran originalmente concebidos. El Palacio Sponza, aduana y centro cultural de
la ciudad de Ragusa, alberga actualmente el registro de la ciudad con miles de
manuscritos que datan del siglo XII hasta los primeros años del siglo XIX. Por
su parte el Palacio de los Rectores que, como su propio nombre indica, servía
de residencia del gobernador lo ocupa ahora el Museo de Historia de la Ciudad.
Las
campanas de la Torre del Reloj marcan el mediodía, pronto todavía para comer,
por lo que decidimos atravesar la puerta de Ploče para salir extramuros y tomar
el funicular que nos conduce al Fuerte Imperial -hoy en día Museo de la Guerra-
donde se ‘esconde’ la otra imagen de Dubrovnik, aquella de la década de los
noventa que los lugareños se afanan por apartar de la vista del turista como si
de un mal recuerdo se tratase. Quizá por eso el acceso no es del todo cómodo ya
que una vez abandonada la cabina del teleférico resulta necesario dar un
pequeño rodeo por la explanada exterior hasta alcanzar la entrada al museo.
Una
vez en su interior las numerosas imágenes de la ciudad durante los días en que
fue bombardeada, unidas a los vídeos que
de forma continua se proyectan en una de las salas, nos da un ínfima idea del
sufrimiento de unas personas que, de la noche a la mañana, vieron como su vida
cambiaría para siempre. Como, dicen, una imagen vale más que mil palabras éstas
son algunas de las vistas que ofrecía la ciudad en contraste con las que
ofrecen en la actualidad. Resulta escalofriante detenerse a pensar en que
apenas veinte años separan unas de otras.
Las
vistas de Dubrovnik que ofrece el mirador del teleférico hacen que merezca la
pena las noventa y cuatro kunas que hemos pagado por alcanzar la cima. Desde allí,
además del recinto amurallado, se puede observar la vecina isla de Lokrum un
paraje prácticamente virgen al que solamente se puede acceder mediante los
barcos que zarpan del puerto de la localidad dálmata.
Tras
tomar varias fotos emprendemos el camino de vuelta al casco urbano. Es hora de
degustar una buena fuente de pescados y marisco del Adriático para recuperar
las fuerzas perdidas y prepararnos para conocer la panorámica que nos falta: la
de la ciudad desde sus murallas. Las mejores horas para recorrer sus casi dos
kilómetros de perímetro son las primeras de la mañana, cuando el sol todavía no
está en lo más alto, o las últimas de la tarde por lo que nos toca hacer algo
de tiempo mientras baja el sol.
Después
de hacernos con unos helados para combatir el calor volvemos a recorrer el Stradun,
esta vez con la calma que nos permite profundizar en los detalles que
previamente nos han explicado durante la visita. Atravesamos la muralla bajo la
Torre del Reloj para acceder al puerto, donde cientos de turistas aguardan su
turno para montar en los barcos que realizan la ruta hasta la vecina isla de
Lokrum. Metros más adelante, fuera de la bahía, jóvenes y no tan jóvenes
aprovechan el espigón para tomar el sol o darse un baño a falta de mejores opciones
en la costa.
De
vuelta intramuros los alrededores de la Catedral ofrecen un aspecto relajado,
con diversas terrazas en las que poder tomar un café o un refresco. A pocos
pasos, en la Plaza Zelena se entremezclan los últimos comensales rezagados con
algunos de los puestos del habitual mercado diario. Como fondo de esta peculiar
estampa las escaleras que llaman ‘de la Plaza de España’ por su semejanza con
la famosa escalinata de la capital italiana aunque, obviamente, en una versión
mucho más reducida.
Aprovechamos
la sombra que ofrece la calle Puča -paralela a la principal- para terminar
nuestro paseo hasta el acceso a las murallas y, de paso, completar nuestras
compras. El número de turistas en esta calle es considerable, al menos para su
tamaño, lo que nos obliga a tener que detenernos en algunos momentos.
Antes
de comenzar el paseo por el Camino de Ronda nos detenemos en el Monasterio de
los monjes Franciscanos, junto a la Puerta de Pile. Alberga, en un pequeño
pasaje anterior al claustro, una de las farmacias más antiguas de Europa (1317)
y que todavía hoy sigue en funcionamiento. Las fotografías en su interior no
están permitidas aunque si tenéis suerte y no hay mucha afluencia quizá podáis
convencer a su dueña para que os deje sacar alguna instantánea. El claustro
románico del Monasterio, así como el museo de la farmacia, son totalmente
prescindibles si no vais sobrados de tiempo.
En la
fachada del monasterio, y frente a la Gran Fuente de Onofrio, se encuentra uno
de los primeros reclamos de Dubrovnik: la gárgola o Maskeron. Se dice que aquel
varón que consiga despojarse de su camiseta mientras se mantiene sobre la
piedra tendrá un largo y dichoso matrimonio. Sin embargo, conseguir eso debe
ser tarea nada sencilla puesto que pocos son los que logran tal hazaña (aunque
muchos quienes lo intentan).
Con la
tarde cayendo sobre la ciudad comenzamos nuestro recorrido por la muralla desde
el acceso principal, situado en la Puerta de Pile. Es aconsejable conservar el
billete a mano puesto que, al disponer de varios accesos, éste nos puede ser
reclamado a lo largo del camino. Originalmente erigidas en el siglo VIII han
sido reforzadas y reconstruidas en varias ocasiones aunque, sorprendentemente,
no sufrieron grandes desperfectos durante el último conflicto de los Balcanes.
La
primera parte del trazado es seguramente la menos estética pero nos muestra esa
cara ‘genuina’ de Dubrovnik, la que el turista a pie de calle no ve pero que
decenas de lugareños viven a diario. Solo la fortaleza Lovrijenak, otro de los
escenarios reconocibles para los seguidores de George R.R. Martin, resulta
destacable. Una vez superado el Fuerte de San Juan y la Torre de San Lucas las
vistas mejoran sustancialmente, ofreciéndonos una espectacular panorámica de
edificios y calles desde las alturas.
Finalizado
el paso de Ronda es hora de cruzar la Puerta de Pile por última vez en este
viaje y dirigirnos de vuelta al hotel. Tenemos que preparar el equipaje para
continuar nuestro camino por tierras croatas pero nos marchamos siendo
conscientes de que, efectivamente, Dubrovnik es la joya escondida en el
interior del Adriático.
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