Amanece, después de dos días, sin lluvia nuestro último día en Portugal. Después de una semana en territorio lusitano es hora de apurar las últimas horas y visitar los últimos lugares antes de emprender el camino de regreso a Zaragoza.
Es domingo y eso se deja notar en las calles de la capital lusa, menos pobladas que en días anteriores pero sobre todo menos transitadas por el tráfico rodado. Volvemos a tomar por enésima vez el metro en Campo Pequeno (cómo vamos a echar de menos la peculiar plaza de toros) para dirigirnos directamente a Rossio. Como todavía no hemos desayunado nos acercamos a la famosa pastelería Suiza para terminar con nuestra vigilia, aunque -y seguramente motivado por las horas que son ya- el mostrador se encuentra un tanto desangelado por lo que decidimos acabar nuestro ayuno en una cafetería cercana.
Caminamos hacia Praça da Figueira para tomar el tranvía 12, que nos llevará prácticamente a las puertas del Castillo de San Jorge. El tiempo de espera hasta que llega el ‘eléctrico’ se hace largo, seguramente por ser domingo las frecuencias son menores, pero finalmente podemos subirnos a pesar del numeroso grupo que se ha formado en la parada. Volvemos a prestar atención a nuestros bolsillos.
Dejamos el tranvía cerca del mirador Portas do Sol que nos ofrece, con un día totalmente despejado y soleado, unas fantásticas vistas del barrio de la Alfama. La Alfama es uno de los barrios más ‘auténticos’ de Lisboa, cuna del fado y antiguo arrabal humilde de pescadores por su proximidad al Tajo. Nos adentramos en sus callejuelas empedradas para llegar a los pies de la joya de su corona: el Castillo de San Jorge.
Erigido sobre la colina de San Jorge (de ahí su nombre) en el siglo V por los visigodos, la fortaleza sufrió, posteriormente, ampliaciones por parte de los árabes durante el siglo IX y modificaciones en el reinado de Alfonso Enríquez (siglo XII). Actualmente en sus casi 6.000 m2 pueden recorrerse sus murallas, torres, plaza de armas y un pequeño museo que alberga algunos de los restos arqueológicos hallados durante su restauración. Gracias a su posición dominante sobre la ciudad ofrece también unas espectaculares vistas de la ciudad.
Prolongamos nuestra visita por espacio de más de dos horas y posteriormente tomamos la Rua de Augusto Rosa para visitar la Sé Catedral lisboeta. Consagrada a Santa María la Mayor, es la iglesia más antigua de la ciudad ya que data de 1147. Amalgama de diferentes estilos arquitectónicos como el románico o el gótico, la Catedral ha sido capaz de sobrevivir a los diferentes terremotos que han asolado Lisboa a lo largo de su historia. Como podréis comprobar, el aspecto externo (de fortaleza casi más que de iglesia) vuelve a recordar a la francesa Notre Damme, al igual que lo hacía la Sé Catedral de Oporto.
Es casi ya la hora de comer, así que buscamos uno de los restaurantes que nos han recomendado en la Alfama: el Río Coura, cercano a la catedral. Cuando conseguimos dar con él nos damos cuenta que la tarea no va a ser sencilla ya que el local está completo y la fila de gente que espera mesa se alarga hasta la misma calle. A pesar de que no tenemos ninguna prisa decidimos buscar otra opción y terminamos, aunque el día está un tanto inestable, en la terraza de un local cercano al Castillo de San Jorge. Degustamos nuestros últimos platos portugueses, bacalao y arroz con bogavante, entre los fados que se interpretan cada cierto tiempo.
Después de comer paseamos hasta la Rúa do Comercio donde aprovechamos para realizar las últimas compras, regalos para familia y amigos y recuerdos de un viaje en el que hemos podido conocer un poquito más en profundidad a nuestros vecinos portugueses y un país que esconde un encanto que merece la pena descubrir.
Tras un paso rápido por el hotel para dejar preparadas nuestras maletas y darnos una ducha, nos dirigimos hacia el Chiado para cenar en un restaurante italo-hindú (extraña fusión) frente al Convento do Carmo, que nos ha quedado pendiente de ver por culpa de la lluvia del día anterior. Desde allí caminamos hasta el Barrio Alto para visitar el Pavilhão Chinês, curioso local de copas que merece la pena visitar aunque solo sea por contemplar su particular decoración. El local, de curioso acceso, es un auténtico museo donde figuras, cascos y soldados de plomo, entre otras cosas, se acumulan a lo largo de sus estancias. Sin duda uno de los lugares más pintorescos de Lisboa.
Poco antes de la medianoche nos dirigimos al elevador da Gloria para descender, por última vez, a la Plaza de Restauradores donde tomaremos el metro hasta nuestro hotel. Han sido siete días vividos con intensidad y que dejarán Lisboa, y Portugal, para siempre en nuestro recuerdo.