Nos levantamos temprano, tanto que aún ganamos a muchos bares que todavía no han puesto en marcha sus cafeteras. Una vez desayunados emprendemos camino a La Puebla de Guadalupe donde nos aguarda una de las joyas de este viaje, el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.
Los más de 125 kilómetros que separan a la capital cacereña de nuestro destino se cubren en parte por autovía (A-58 hasta Trujillo) pero el último tramo es necesario realizarlo por carretera comarcal, lo que hace que el viaje se alargue un tanto. Por suerte no encontramos demasiado tráfico por lo que nos plantamos en Guadalupe con el tiempo suficiente como para disfrutar un poco del pueblo antes de visitar el monasterio.
La visita al monasterio se realiza de forma imprescindible con la compañía de guía y dura, aproximadamente, entorno a una hora. A lo largo del recorrido se pueden contemplar el claustro mudéjar, o también conocido como de los Milagros, los museos de bordados, pinturas y esculturas y libros miniados, además de las capillas de San Jerónimo y San José antes de adentrarnos en el camarín de la Virgen , considerado por algunos como la ‘antesala del cielo’ y donde descansa -como podéis imaginar- la imagen de Santa María de Guadalupe.
Arquitectónicamente llama la atención la mezcla de estilos (gótico, mudéjar o renacentista) que puede apreciarse en el hecho de que su claustro mudéjar –de doble planta con arcos de herradura apuntados- contenga un templete gótico en su interior donde se representan varios cuadros explicativos de los milagros de la Virgen.
Artísticamente destaca la presencia de impresionantes pinturas de Zurbarán, en la sacristía, Luca Giordano, en el camarín, o Francisco de Goya y El Greco en el museo de Pintura. Concluida la visita es turno de volver a tomar la carretera que hemos ‘andado’ por la mañana para ‘desandarla’ dirección Trujillo. Ochenta kilómetros que recorremos bajo el imponente sol que para esa hora ya cae de pleno sobre la región extremeña.
Trujillo, a medio camino entre Cáceres y Mérida, ha visto pasar por sus tierras a lo largo de los años civilizaciones como la romana, visigoda o árabe hasta la conquista cristiana en 1232. Todas ellas han forjado la historia de la villa y dejado su pequeño -o no tanto- granito de arena en la construcción de la misma, lo que la convierte en una de las ciudades más visitadas de Extremadura.
Una vez instalados en nuestro hotel nos dirigimos a la Plaza Mayor para buscar algún sitio donde comer. A pesar de la hora y el tremendo sol que luce en todo lo alto, la plaza se encuentra abarrotada de gente y tomada por decenas de furgonetas y montadores que se manejan entre toldos y barras de hierro. El motivo de todo este despliegue no es otro que la celebración, durante este fin de semana, del VII Mercado Medieval ‘Ciudad de Trujillo’. Nos debatimos entre la decepción y la frustración ya que, por segunda vez en este viaje, nos quedamos sin contemplar una impresionante panorámica como ya nos pasó en Cáceres.
Otros edificios destacables alrededor de la plaza son la Iglesia de San Martín y el Palacio de la Conquista , con su balcón esquinero coronado por el imponente blasón mantelado con las armas engrandecidas por Carlos V.
El palacio, original del siglo XVI, fue ordenado construir por Hernando Pizarro y debe su nombre, precisamente, a que los Pizarro recibieran el título de Marqueses de la Conquista por su decisivo papel en la Conquista del Perú, a la que asistieron muchos de sus miembros. También el Ayuntamiento, del siglo XV, se encuentra presente en la Plaza Mayor.
Entramos en la oficina de turismo, ubicada en los soportales de la plaza, y nos informamos sobre las visitas guiadas que recorren el conjunto histórico. Nos decidimos a contratarla con la intención de contrarrestar la mala experiencia de Cáceres y, aunque la mejoró ampliamente, nos quedamos con la sensación de que se incluye demasiada visita interior, lo que obliga a realizarlas un tanto a matacaballo.
Partimos de la Plaza Mayor y tras una breve introducción histórica de la villa y los monumentos que encontramos en la plaza, tomamos la Cuesta de la Sangre camino de la Puerta de Santiago, uno de los cuatro accesos al recinto amurallado junto a las puertas de La Coria , San Andrés y el Arco del Triunfo por donde accedieron las tropas cristianas cuando la ciudad fue reconquistada en 1232. De ahí su nombre. Junto a la Puerta de Santiago se erige la pequeña Iglesia homónima, una de las más antiguas del conjunto medieval. Actualmente desacralizada, el Ayuntamiento la utiliza como museo municipal.
Pero si algo destaca sobremanera en el perfil trujillano es su castillo-alcazaba. Construido entre los siglos X y XI se encuentra situado en lo alto del cerro conocido como ‘Cabezo de zorro’ lo que lo convierte en un estupendo lugar desde donde contemplar toda la villa y tomar magnificas panorámicas.
En su interior, prácticamente diáfano, y al que accedemos a través de su puerta de herradura puede recorrerse el paso de guardia de sus murallas así como visitar el aljibe original que todavía se conserva en su patio de armas.
Terminada nuestra visita el siguiente punto de interés se centra en la Casa-Museo de Pizarro, próxima al Castillo, y que debido a la hora cercana al cierre tenemos que contentarnos con visitar muy por encima. Una lástima. Construida sobre el solar que ocupara la casa familiar de su padre, el museo recrea en sus dos plantas tanto la vida del conquistador trujillano (planta alta) como lo que sería una vivienda de hidalgo en el siglo XV (planta baja). La mayor parte del mobiliario expuesto es original aunque en casos aislados se ha recurrido a fieles copias para facilitar la comprensión en el visitante.
Desde la Casa-Museo nos dirigimos a la Iglesia de Santa María la Mayor , original del siglo XIII, y que constituye el edificio parroquial más importante de Trujillo. Amalgama de diferentes épocas y materiales destaca en su exterior la presencia de dos torres, la Nueva y la Torre Julia , reconstruida ésta recientemente tras verse afectada por los terremotos de Lisboa en 1521 y 1755.
En su interior -donde se encuentra la capilla de la familia Vargas- destaca su impresionante retablo mayor, obra del pintor Fernando Gallego y que es sin duda, la auténtica joya del templo.
La guía concluye con la visita a La Alberca , baño de origen romano excavado en la roca (hasta 13 metros de profundidad) que posteriormente fuera utilizado por los árabes e incluso hoy en día por los propios trujillanos. Sus aguas, cuentan, tienen todo tipo de propiedades mágicas.
Finalizado nuestro paseo volvemos a la Plaza Mayor , centro neurálgico de la ciudad, para descansar y sacar algunas fotos que no hemos podido tomar antes. El mercado medieval va tomando forma y las tiendas y jaimas ya ocupan la práctica totalidad de la plaza mientras los vendedores se esmeran en preparar el muestrario. Hacemos tiempo hasta la hora de cenar y aprovechamos una de las múltiples terrazas existentes para comer algo antes de volver al hotel.
Finalmente, decidimos modificar nuestro planning y alargar nuestra estancia en Trujillo para poder visitar el mercado por la mañana. Después de comer será hora de poner rumbo al último destino del viaje: Emerita Augusta.