8:00 a.m. Suena el despertador y comienza nuestra segunda jornada en la localidad emeritense y última en tierras extremeñas. Hoy cuesta levantarse de la cama, y es que la semana de tour que llevamos a las espaldas se va haciendo notar cada vez más, aunque finalmente las ganas por descubrir Mérida vencen a la pereza. Café con leche y tostada como combustible para una jornada que se prevé larga.
Apenas nos cruzamos con gente por las calles camino del recinto que aloja el teatro y anfiteatro romanos, joyas del patrimonio monumental emeritense, lo que nos permite disfrutar casi a solas de uno de los mayores vestigios del Imperio Romano en la península. El hecho de tener compradas desde ayer nuestras entradas hace que no perdamos más de cinco minutos en llegar hasta los pies del acceso al graderío. Al final de sus escaleras la escena que se puede contemplar es, simplemente, espectacular.
Construido entre los años 16 y 15 a .C. por orden de Marco Agripa contaba con un aforo aproximado de unas 6.000 localidades que se repartían entre los tres niveles de graderío o cavea que envuelve el escenario (scaenae). A caballo entre los siglos I y II d.C. tendría lugar una de las más relevantes remodelaciones que incluyó la construcción de la actual fachada o frente de escena que, posteriormente, se vería completada con motivos arquitectónicos y decorativos que dotan al conjunto de un mayor esplendor.
Una vez sobre el escenario la vista del graderío desde ahí causa verdadera impresión, con lo que imaginarlo repleto te hace experimentar esa sensación que alguien bautizara una vez como miedo escénico. Atravesando el acceso principal al escenario (valva regia) accedemos a lo que otrora fueran las entrañas del teatro, el postcaenium, donde los actores se preparaban antes de salir a escena. Un panel informativo muestra una imagen de lo que sería el aspecto del teatro en época romana.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993, el teatro sigue manteniendo hoy en día la función para la que fuera creado y alberga, desde 1933, el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Desde luego, mejor escenario que éste parece complicado de encontrar, al menos en España.
Tras tomar mil y una fotografías abandonamos la cavea comprobando que el madrugón ha merecido la pena ya que los grupos organizados comienzan a hacer su aparición en escena. Nunca mejor dicho. Es hora de dirigimos hacia el contiguo anfiteatro, del que nos separan apenas unos metros.
De construcción posterior a su vecino, el anfiteatro fue inaugurado en el año 8 a .C. contando con una capacidad de unos 15.000 espectadores divididos también en tres zonas: ima, media y summa cavea. Actualmente solo se conserva la inferior (ima) ya que las superiores fueron reutilizadas como cantera para nuevas construcciones tras la caída en desuso del recinto.
Resulta casi inevitable caer en una absurda comparación con el Coliseo romano en la que el recinto emeritense sale perdiendo en todos los aspectos salvo en uno. A diferencia del coloso romano aquí se puede ‘pisar la arena’ sobre la que, dos mil años atrás, gladiadores y fieras lucharan para diversión popular. La fossa bestiaria en forma de cruz, cubierta entonces por madera y arena, queda ahora a la vista de los visitantes y alcanza su máximo esplendor durante el Via Crucis de la Semana Santa extremeña.
Abandonamos el recinto del Conjunto Arqueológico y volvemos a recorrer la calle de José Ramón Melida, esta vez en sentido contrario, hacia lo que fuera el antiguo foro municipal de la ciudad. Lugar de encuentro, culto religioso, comercio y, en definitiva, centro neurálgico de la antigua urbe romana tiene en la silueta del Templo de Diana su mayor representante en la actualidad. Unos metros antes se encuentran los vestigios del antiguo Pórtico del Foro, erigido en el primer siglo de nuestra era y recientemente restaurado a raíz de los hallazgos encontrados en el lugar.
El Templo de Diana es el único de los edificios arquitectónicos religiosos que se conservan de la antigua Emerita y, curiosamente, tenemos que deber tal privilegio a que en el siglo XVI el conde de los Corbos tuviera a bien ‘profanar’ el templo original construyendo su palacio sobre la estructura original lo que provocó el mantenimiento de parte del templo a la vez que degradaba otra.
Como curiosidad puntualizar que a pesar de su nombre se cree, a juzgar por los materiales escultóricos localizados, el edificio fue destinado al culto del Emperador Augusto. Otro de los aspectos que denotan su importancia son las estancias de las que disponía, canales, estanques y, como no, la galería porticada.
Continuamos nuestro recorrido calle abajo en dirección al cauce del Guadiana para encontrarnos frente a frente con el principal referente del legado árabe en Mérida, la alcazaba. Construida en el año 835 d.C. bajo el emirato de Abderraman II tiene el honor de de ser considerada la primera fortaleza construida en la península.
Accedemos a ella a través de su alcazarejo, pequeño recinto amurallado anexo a la alcazaba por el que se controlaba el acceso civil a la ciudad, y cruzando la puerta principal sobre la que todavía se conserva una de las inscripciones fundacionales en árabe.
En sus casi 130 m2 de superficie interior es imprescindible dedicarle una visita al aljibe, excavado en roca, que abastecía de agua a los habitantes del recinto. Tras caminar entre los restos de antiguas construcciones que todavía se mantienen en pie, subimos al paso de guardia de la muralla que ofrece una preciosa panorámica del contiguo puente romano que atraviesa el río Guadiana y que, con sus casi 800 metros de longitud, es uno de los mayores que se conservan en la actualidad.
A la salida de la alcazaba encontramos una representación de la loba capitolina que deja patente la estrecha relación que existió, y existe, con la capital del Imperio a pesar de los cientos de kilómetros que separan ambas ciudades.
Continuamos paseando por la ribera del río donde se encuentran los restos Arqueológicos de Morería, presentes bajo los cimientos de un enorme edificio. No encontramos la forma de entrar, ni tampoco estamos seguros de que sean visitables, por lo que seguimos nuestro camino hacia el Museo de Arte Visigodo, situado en la pequeña Iglesia de Santa Clara. Cuesta creer que ésta fuera, hasta 1838, sede del primitivo Museo Romano aunque resulta obvio que entonces no albergaría tantos restos como en la actualidad. Ahora mismo resultaría impensable siquiera la posibilidad de que pudiera contener una tercera parte de lo visto ayer.
Tras el traslado de los restos romanos, el recinto ha quedado dedicado exclusivamente a la exposición de todo elemento relacionado con la época visigoda, acogiendo una interesante colección de columnas, pilastras, estelas y láureas epigráficas.
Hora de comer y, de paso, descansar un poco las piernas después de la caminata que nos hemos pegado… y aún queda mucho por ver para la tarde! Como el tiempo es oro terminamos rápido con la comida y, aprovechando unas nubes que nos alivian un poco del sol extremeño, nos alejamos del centro para llegar a los pies del acueducto de Los Milagros.
Encargado en sus orígenes de suministrar de agua a la parte oeste de la ciudad, es solo una pequeña parte de la red de abastecimiento que tomaba como fuente el embalse de Proserpina, a cinco kilómetros de la ciudad. Las arquerías que todavía se mantienen en pie como si de un milagro se tratase -de ahí su nombre- se prolongan a lo largo de algo más de 800 metros para salvar el valle del río Albarregas y cuentan con una altura de 25 metros en su parte más profunda.
Desde aquí nos queda un largo camino hasta llegar a la Casa del Mitreo, presente junto a la plaza de toros y la entrada a la ciudad por medio de la N-630. Prácticamente se puede decir que estamos en la otra punta de la ciudad pero el camino, a pesar del día que llevamos, no se hace largo. Hallada fortuitamente a principios de la década de los sesenta, presenta los restos magníficamente conservados de lo que se supone fue una domus o casa señorial, teoría confirmada tanto por su gran tamaño como por los materiales en los que fue construida o las numerosas pinturas y mosaicos que todavía pueden observarse.
El paseo a través de las numerosas estancias de la mansión se realiza sobre una pasarela que permite que nos formemos una idea aproximada de cómo vivían las gentes más poderosas, no exentos de lujos y con toda clase de comodidades para la época.
Junto a la casa se encuentran también los columbarios, construcciones funerarias a cielo abierto situadas fuera de la muralla que protegía la ciudad. Realizadas en mampostería y sillería de granito se pueden leer todavía los epígrafes que recuerdan a las familias que allí se encuentran enterradas. Aprovechando la presencia de estas construcciones se ha realizado un pequeño centro de interpretación sobre el mundo funerario romano, que a través de paneles informativos y otros utensilios como sarcófagos, lápidas o estelas, nos ayudan a entender como trataba la civilización romana el momento del paso a ‘la otra vida’.
El Circo Romano, construido en los primeros años del siglo I d.C., es la última parada en nuestra visita por la Mérida romana. Con sus más de 400 metros de longitud y 30 de anchura el recinto estaba preparado para llegar a albergar hasta 30.000 espectadores distribuidos, al igual que en el teatro y el anfiteatro, en caveas organizadas según la clase social de sus ocupantes.
Si al hablar del anfiteatro comentaba que era imposible evitar establecer una comparación con el Coliseo romano, una sensación similar me asalta al entrar en el Circo. Sin embargo, aquí es la construcción emeritense la que gana en toda comparación posible ya que, a pesar de la lógica degradación, todavía se pueden distinguir vestigios del graderío así como la spina que marcaba el eje de la arena central. Aquí, como en Roma, tenían lugar las carreras de bigas (dos caballos) y cuádrigas (cuatro caballos) que encumbraban a los aurigas como personajes de gran popularidad como pudimos comprobar en el mosaico del Museo Nacional de Arte Romano.
Concluida la visita al Circo es tiempo para el relax. Unas compras para intentar llevarnos a casa una pequeña parte de Extremadura y vuelta al hotel para descansar antes de la cena y preparar las maletas. Mañana toca recorrer los más de seiscientos kilómetros de vuelta y regresar a la rutina pero lo hacemos, sin duda, con una nueva y exitosa muesca marcada en nuestro ‘revolver viajero’.
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