domingo, 1 de septiembre de 2013

Dubrovnik, la perla del Adriático

“Aquellos que buscan el paraíso terrenal, deben venir y ver Dubrovnik” Esta frase, acuñada en 1929 por el dramaturgo inglés George Bernard Shaw, refleja bien a las claras la belleza de la pequeña localidad de la región de Dalmacia. Las cristalinas aguas del Mar Adriático que bañan su costa constituyen el espejo perfecto en el que la antigua ciudad de Ragusa vuelve a verse reconocida tras la devastadora Guerra de los Balcanes. Sus rojos tejados son, hoy en día, el más claro indicador de la potente restauración que necesitó la ciudad tras el conflicto bélico que tuviera lugar en los años noventa.

Desde el mirador, situado junto a la estrecha carretera de la costa, contemplamos la misma vista del casco antiguo amurallado que un día antes pudiéramos ver desde el autobús en nuestro camino al hotel desde el aeropuerto. Sin duda una de las mejores postales que se puede obtener de la capital dálmata.


Una vez tomadas las fotos de rigor nos dirigimos hacia la Puerta de Pile, principal acceso al recinto amurallado, aunque no el único, ya que la antigua muralla alberga otro acceso más a través de la Puerta de Ploče. Una vez atravesada nos encontramos en el interior de un pequeño patio que, en época medieval, servía como primera defensa de la ciudad y que para los seguidores de la afamada serie Juego de Tronos pueda resultar familiar. ¿O no?


La imponente Stradun, con su pulida piedra blanca, ya muestra el habitual trasiego de turistas a pesar de que todavía no han dado las diez de la mañana en el reloj de la torre que se divisa al fondo. Principal vía de la ciudad, alberga multitud de comercios que van desde las típicas tiendas de souvenir hasta heladerías que hacen sentirte como si estuvieras en la misma Italia. Ésta, la culinaria, es junto a la arquitectónica alguna de las reminiscencias de la cultura italiana que todavía conserva la ciudad de su época bajo dominio veneciano. De hecho, a pesar de que hoy en día se trate de una vía completamente peatonal, el Stradun fue originalmente un canal que separaba la ciudad de Ragusa del bosque de Dubrava que finalmente se terminó cubriendo en el siglo XII dando origen a la vía tal como la conocemos actualmente. Su propio nombre significa gran calle en lengua veneciana.


Nuestra visita panorámica comienza junto a la Gran Fuente de Onofrio, principal punto de abastecimiento de agua para la ciudad en el pasado, terminando casi hora y media después a las puertas del Palacio de los Rectores, en el lado opuesto del Stradun. Es en este punto donde convergen varios de los atractivos monumentales de la ciudad ya que en apenas unos metros podemos contemplar de un simple vistazo el Palacio Sponza, la Iglesia de San Blas o la Catedral, además del propio Palacio de los Rectores, todos ellos bajo la custodia de Roldán, cuya imagen se levanta junto a una columna para honrar la figura del caballero que -cuenta la leyenda- liberase la ciudad del asedio de la piratería árabe allá por el siglo VIII.

Ambos palacios, de marcado aspecto veneciano, han perdido ya el uso para el que fueran originalmente concebidos. El Palacio Sponza, aduana y centro cultural de la ciudad de Ragusa, alberga actualmente el registro de la ciudad con miles de manuscritos que datan del siglo XII hasta los primeros años del siglo XIX. Por su parte el Palacio de los Rectores que, como su propio nombre indica, servía de residencia del gobernador lo ocupa ahora el Museo de Historia de la Ciudad.


Las campanas de la Torre del Reloj marcan el mediodía, pronto todavía para comer, por lo que decidimos atravesar la puerta de Ploče para salir extramuros y tomar el funicular que nos conduce al Fuerte Imperial -hoy en día Museo de la Guerra- donde se ‘esconde’ la otra imagen de Dubrovnik, aquella de la década de los noventa que los lugareños se afanan por apartar de la vista del turista como si de un mal recuerdo se tratase. Quizá por eso el acceso no es del todo cómodo ya que una vez abandonada la cabina del teleférico resulta necesario dar un pequeño rodeo por la explanada exterior hasta alcanzar la entrada al museo.

Una vez en su interior las numerosas imágenes de la ciudad durante los días en que fue bombardeada,  unidas a los vídeos que de forma continua se proyectan en una de las salas, nos da un ínfima idea del sufrimiento de unas personas que, de la noche a la mañana, vieron como su vida cambiaría para siempre. Como, dicen, una imagen vale más que mil palabras éstas son algunas de las vistas que ofrecía la ciudad en contraste con las que ofrecen en la actualidad. Resulta escalofriante detenerse a pensar en que apenas veinte años separan unas de otras.




Las vistas de Dubrovnik que ofrece el mirador del teleférico hacen que merezca la pena las noventa y cuatro kunas que hemos pagado por alcanzar la cima. Desde allí, además del recinto amurallado, se puede observar la vecina isla de Lokrum un paraje prácticamente virgen al que solamente se puede acceder mediante los barcos que zarpan del puerto de la localidad dálmata.


Tras tomar varias fotos emprendemos el camino de vuelta al casco urbano. Es hora de degustar una buena fuente de pescados y marisco del Adriático para recuperar las fuerzas perdidas y prepararnos para conocer la panorámica que nos falta: la de la ciudad desde sus murallas. Las mejores horas para recorrer sus casi dos kilómetros de perímetro son las primeras de la mañana, cuando el sol todavía no está en lo más alto, o las últimas de la tarde por lo que nos toca hacer algo de tiempo mientras baja el sol.

Después de hacernos con unos helados para combatir el calor volvemos a recorrer el Stradun, esta vez con la calma que nos permite profundizar en los detalles que previamente nos han explicado durante la visita. Atravesamos la muralla bajo la Torre del Reloj para acceder al puerto, donde cientos de turistas aguardan su turno para montar en los barcos que realizan la ruta hasta la vecina isla de Lokrum. Metros más adelante, fuera de la bahía, jóvenes y no tan jóvenes aprovechan el espigón para tomar el sol o darse un baño a falta de mejores opciones en la costa.


De vuelta intramuros los alrededores de la Catedral ofrecen un aspecto relajado, con diversas terrazas en las que poder tomar un café o un refresco. A pocos pasos, en la Plaza Zelena se entremezclan los últimos comensales rezagados con algunos de los puestos del habitual mercado diario. Como fondo de esta peculiar estampa las escaleras que llaman ‘de la Plaza de España’ por su semejanza con la famosa escalinata de la capital italiana aunque, obviamente, en una versión mucho más reducida.

Aprovechamos la sombra que ofrece la calle Puča -paralela a la principal- para terminar nuestro paseo hasta el acceso a las murallas y, de paso, completar nuestras compras. El número de turistas en esta calle es considerable, al menos para su tamaño, lo que nos obliga a tener que detenernos en algunos momentos.


Antes de comenzar el paseo por el Camino de Ronda nos detenemos en el Monasterio de los monjes Franciscanos, junto a la Puerta de Pile. Alberga, en un pequeño pasaje anterior al claustro, una de las farmacias más antiguas de Europa (1317) y que todavía hoy sigue en funcionamiento. Las fotografías en su interior no están permitidas aunque si tenéis suerte y no hay mucha afluencia quizá podáis convencer a su dueña para que os deje sacar alguna instantánea. El claustro románico del Monasterio, así como el museo de la farmacia, son totalmente prescindibles si no vais sobrados de tiempo.

En la fachada del monasterio, y frente a la Gran Fuente de Onofrio, se encuentra uno de los primeros reclamos de Dubrovnik: la gárgola o Maskeron. Se dice que aquel varón que consiga despojarse de su camiseta mientras se mantiene sobre la piedra tendrá un largo y dichoso matrimonio. Sin embargo, conseguir eso debe ser tarea nada sencilla puesto que pocos son los que logran tal hazaña (aunque muchos quienes lo intentan).

Con la tarde cayendo sobre la ciudad comenzamos nuestro recorrido por la muralla desde el acceso principal, situado en la Puerta de Pile. Es aconsejable conservar el billete a mano puesto que, al disponer de varios accesos, éste nos puede ser reclamado a lo largo del camino. Originalmente erigidas en el siglo VIII han sido reforzadas y reconstruidas en varias ocasiones aunque, sorprendentemente, no sufrieron grandes desperfectos durante el último conflicto de los Balcanes.

La primera parte del trazado es seguramente la menos estética pero nos muestra esa cara ‘genuina’ de Dubrovnik, la que el turista a pie de calle no ve pero que decenas de lugareños viven a diario. Solo la fortaleza Lovrijenak, otro de los escenarios reconocibles para los seguidores de George R.R. Martin, resulta destacable. Una vez superado el Fuerte de San Juan y la Torre de San Lucas las vistas mejoran sustancialmente, ofreciéndonos una espectacular panorámica de edificios y calles desde las alturas.


Finalizado el paso de Ronda es hora de cruzar la Puerta de Pile por última vez en este viaje y dirigirnos de vuelta al hotel. Tenemos que preparar el equipaje para continuar nuestro camino por tierras croatas pero nos marchamos siendo conscientes de que, efectivamente, Dubrovnik es la joya escondida en el interior del Adriático.