martes, 20 de septiembre de 2011

San Sebastián, la Bella Easo

Con la llegada del buen tiempo apetece salir de casa y aprovechar para descubrir nuevos lugares. Así que, como cualquier excusa es buena para preparar la maleta, decidimos pasar los primeros calores del verano que se aproxima en el norte de la península. Nuestro destino es Ispaster, un pequeño pueblo en la provincia de Vizcaya, prácticamente equidistante de Bilbao y San Sebastián, que serán -en principio- nuestros objetivos del viaje.

En alrededor de tres horas y media nos plantamos allí después de cubrir los más de trescientos kilómetros, primero por cómoda autopista y después por las estrechas y características carreteras costeras. Una cena a base de productos autóctonos que sirve como carta de presentación del vino más característico de la zona, el txacoli, y pronto a la cama para coger fuerzas de cara a la intensa jornada sabatina.

Camino de la capital donostiarra a través de las carreteras locales impresionan la frondosa vegetación que hace que, en ocasiones y de forma involuntaria, la mente viaje a tierras de alta montaña europeas. El trasiego de ciclistas es importante a pesar de la temprana hora y es que el deporte de las dos ruedas es uno de los de gran tradición en tierras euskaldunas y eso se nota.

Nos detenemos al paso por Guetaria, pequeño pueblo costero consagrado en su práctica totalidad a su hijo más ilustre: Juan Sebastián Elcano. El que fuera primer marinero en dar la vuelta al mundo, allá por 1522, se encuentra presente en prácticamente cada metro cuadrado de la villa y compite en fama con los pescados a la parrilla que se preparan en los restaurantes de la zona y el típico txacoli. Como aún no son horas de comer nos conformamos con dar fe de la importancia del marinero, presente en diferentes estatuas así como en el monumento a modo de mausoleo que prácticamente preside la villa.

Apenas pasan unos minutos de mediodía cuando llegamos a San Sebastián. Antigua ciudad de veraneo real, debe su nombre a un monasterio consagrado a dicho santo en el barrio de El Antiguo y que fuera punto de origen de la villa medieval. Su nombre en euskera, Donostia, procedería de una derivación de la antigua denominación del santo (Done Sebastiane). Llámese como quiera llamarse, la localidad guipuzcoana conserva intacto el encanto que la convirtiera, en la segunda mitad del siglo XIX, en punto de destino turístico europeo con sus playas como principal referente.

Precisamente es en una de ellas, Ondarreta, donde comienza nuestra ruta. A los pies del Monte Igueldo y a lo largo de unos 600 metros se extiende la segunda playa en importancia de la ciudad y que alberga -en uno de sus extremos- el Peine del Viento, conjunto escultórico realizado por Eduardo Chillida que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. A pesar de la tranquilidad del mar son varias las olas que rompen en las rocas cercanas causando expectación entre la gente que se acumula para sacar una foto.

Recorriendo el paseo de Ondarreta y tras atravesar el túnel bajo el Palacio de Miramar entramos en el famoso paseo de La Concha, playa donostiarra por excelencia, y cuya forma la hace fácilmente reconocible. A esa hora, y como el día acompaña, son unos cuantos los que se animan incluso con un baño en el Cantábrico mientras los menos osados se conforman con tomar el sol desde la arena. Nosotros no abandonamos el paseo y continuamos caminando en dirección al barrio de Gros para dar buena cuenta de uno de los mayores atractivos turístico-gastronómicos de la ciudad, los pintxos. La recomendación del Bar Bergara no puede resultar más acertada y su especialidad, la Txalupa, imprescindible si se decide visitarlo.

Con la tripa bien llena después de semejante homenaje nos acercamos paseando por Zurriola hasta los pies del monte Urgull, mellizo del Igueldo en la silueta costera de la capital guipuzcoana. Desde el paseo se tiene una magnifica imagen del monte Igueldo y la pequeña isla de Santa Klara, lugar de aislamiento de los contagiados por la peste durante el siglo XVI.

El monte Urgull, además de ofrecernos unas espectaculares vistas desde sus diferentes miradores, alberga parte de las fortificaciones que en su día rodearan la ciudad siendo el Castillo de la Mota su principal representante. A él podemos acceder ascendiendo por los caminos trazados a través del parque que se extiende a sus pies y a lo largo del que podemos disfrutar de otros vestigios de fortificaciones como son la Batería de las Damas, un cuartel del siglo XIX o el polvorín de Santiago.

Coronando el castillo encontramos una figura del Cristo de la Mota de más de 16 metros de altura que evoca de algún modo la figura del Cristo Redentor de Río de Janeiro.

A los pies del monte se halla otro de los puntos de interés escultóricos de San Sebastián, la Construcción Vacía del también donostiarra Jorge Oteiza, con la que nos sacamos unas fotos y continuamos el camino en dirección a la Parte Vieja de Donosti. Ésta es, sin duda, la parte más genuina de la ciudad. Apartada del glamour y la pompa de la Concha, callejear por sus kaleas te sumerge en la esencia de la ciudad.

Aquí se encuentra, al final de la calle Mayor, la Iglesia de Santa María, de origen románico aunque posteriormente fue ampliada con estilos gótico y renacentista.

Otra de las joyas de la Donosti ‘vieja’ es la Iglesia de San Vicente, construcción del siglo XVI, erigida sobre la primigenia del siglo XII que fuera asolada por un incendio. De estilo gótico tardío, su figura emerge con poderío entre las casas de baja altura de la zona.

Como curiosidad cabe destacar que, según cuenta la tradición, los habitantes de esta parte de la ciudad se dividen en joxemaritarras -si nacieron junto a la Iglesia de Santa María- y koxkeros si lo hicieron junto a la de San Vicente.

Volvemos a mirar al mar junto a la Plaza del Ayuntamiento cuyo edificio, otrora casino, destaca por la particularidad de sus dos torres. Desde allí, y tras una pequeña parada para refrescarnos y descansar un poco, tenemos que caminar unos minutos hasta la Catedral del Buen Pastor que, lamentablemente, nos recibe andamiada en su fachada principal. A pesar de ello no dudamos en acercarnos y tratar de fotografiarla de la mejor manera posible.

Aunque su aspecto gótico pueda llegar a despistar, lo cierto es que la Parroquia del Buen Pastor -catedral desde 1953- apenas cuenta con algo más de cien años de existencia ya que fue inaugurada en 1987. En su fachada principal destaca ‘La cruz de la Paz’ de Chillida, oculta esta vez entre andamios y mallas.

Recorremos nuevamente el Paseo de la Concha, esta vez en sentido inverso, camino de vuelta al coche a la vez que disfrutamos por última vez de la bella imagen de Santa Klara y el Monte Urgull, ya bajo el atardecer.

Pero antes de volver a casa una última parada en Astigarraga, a pocos kilómetros de San Sebastián, para disfrutar de una de las sidrerías o sagardotegias -como dirían los autóctonos- con más solera de la región. Menú característico con chorizo a la sidra, bacalao (en tortilla y con pimientos) y txuleta para terminar con el típico queso con membrillo y nueces. Todo ello, por supuesto, convenientemente regado con la sidra local para quienes gusten. No es mi caso, pero la cena se disfrutó igual.

lunes, 22 de agosto de 2011

Mérida, una parte de Roma en España (II)

8:00 a.m. Suena el despertador y comienza nuestra segunda jornada en la localidad emeritense y última en tierras extremeñas. Hoy cuesta levantarse de la cama, y es que la semana de tour que llevamos a las espaldas se va haciendo notar cada vez más, aunque finalmente las ganas por descubrir Mérida vencen a la pereza. Café con leche y tostada como combustible para una jornada que se prevé larga.

Apenas nos cruzamos con gente por las calles camino del recinto que aloja el teatro y anfiteatro romanos, joyas del patrimonio monumental emeritense, lo que nos permite disfrutar casi a solas de uno de los mayores vestigios del Imperio Romano en la península. El hecho de tener compradas desde ayer nuestras entradas hace que no perdamos más de cinco minutos en llegar hasta los pies del acceso al graderío. Al final de sus escaleras la escena que se puede contemplar es, simplemente, espectacular.

Construido entre los años 16 y 15 a.C. por orden de Marco Agripa contaba con un aforo aproximado de unas 6.000 localidades que se repartían entre los tres niveles de graderío o cavea que envuelve el escenario (scaenae). A caballo entre los siglos I y II d.C. tendría lugar una de las más relevantes remodelaciones que incluyó la construcción de la actual fachada o frente de escena que, posteriormente, se vería completada con motivos arquitectónicos y decorativos que dotan al conjunto de un mayor esplendor.

Una vez sobre el escenario la vista del graderío desde ahí causa verdadera impresión, con lo que imaginarlo repleto te hace experimentar esa sensación que alguien bautizara una vez como miedo escénico. Atravesando el acceso principal al escenario (valva regia) accedemos a lo que otrora fueran las entrañas del teatro, el postcaenium, donde los actores se preparaban antes de salir a escena. Un panel informativo muestra una imagen de lo que sería el aspecto del teatro en época romana.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993, el teatro sigue manteniendo hoy en día la función para la que fuera creado y alberga, desde 1933, el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Desde luego, mejor escenario que éste parece complicado de encontrar, al menos en España.

Tras tomar mil y una fotografías abandonamos la cavea comprobando que el madrugón ha merecido la pena ya que los grupos organizados comienzan a hacer su aparición en escena. Nunca mejor dicho. Es hora de dirigimos hacia el contiguo anfiteatro, del que nos separan apenas unos metros.

De construcción posterior a su vecino, el anfiteatro fue inaugurado en el año 8 a.C. contando con una capacidad de unos 15.000 espectadores divididos también en tres zonas: ima, media y summa cavea. Actualmente solo se conserva la inferior (ima) ya que las superiores fueron reutilizadas como cantera para nuevas construcciones tras la caída en desuso del recinto.

Resulta casi inevitable caer en una absurda comparación con el Coliseo romano en la que el recinto emeritense sale perdiendo en todos los aspectos salvo en uno. A diferencia del coloso romano aquí se puede ‘pisar la arena’ sobre la que, dos mil años atrás, gladiadores y fieras lucharan para diversión popular. La fossa bestiaria en forma de cruz, cubierta entonces por madera y arena, queda ahora a la vista de los visitantes y alcanza su máximo esplendor durante el Via Crucis de la Semana Santa extremeña.

Abandonamos el recinto del Conjunto Arqueológico y volvemos a recorrer la calle de José Ramón Melida, esta vez en sentido contrario, hacia lo que fuera el antiguo foro municipal de la ciudad. Lugar de encuentro, culto religioso, comercio y, en definitiva, centro neurálgico de la antigua urbe romana tiene en la silueta del Templo de Diana su mayor representante en la actualidad. Unos metros antes se encuentran los vestigios del antiguo Pórtico del Foro, erigido en el primer siglo de nuestra era y recientemente restaurado a raíz de los hallazgos encontrados en el lugar.

El Templo de Diana es el único de los edificios arquitectónicos religiosos que se conservan de la antigua Emerita y, curiosamente, tenemos que deber tal privilegio a que en el siglo XVI el conde de los Corbos tuviera a bien ‘profanar’ el templo original construyendo su palacio sobre la estructura original lo que provocó el mantenimiento de parte del templo a la vez que degradaba otra.

Como curiosidad puntualizar que a pesar de su nombre se cree, a juzgar por los materiales escultóricos localizados, el edificio fue destinado al culto del Emperador Augusto. Otro de los aspectos que denotan su importancia son las estancias de las que disponía, canales, estanques y, como no, la galería porticada.

Continuamos nuestro recorrido calle abajo en dirección al cauce del Guadiana para encontrarnos frente a frente con el principal referente del legado árabe en Mérida, la alcazaba. Construida en el año 835 d.C. bajo el emirato de Abderraman II tiene el honor de de ser considerada la primera fortaleza construida en la península.

Accedemos a ella a través de su alcazarejo, pequeño recinto amurallado anexo a la alcazaba por el que se controlaba el acceso civil a la ciudad, y cruzando la puerta principal sobre la que todavía se conserva una de las inscripciones fundacionales en árabe.

En sus casi 130 m2 de superficie interior es imprescindible dedicarle una visita al aljibe, excavado en roca, que abastecía de agua a los habitantes del recinto. Tras caminar entre los restos de antiguas construcciones que todavía se mantienen en pie, subimos al paso de guardia de la muralla que ofrece una preciosa panorámica del contiguo puente romano que atraviesa el río Guadiana y que, con sus casi 800 metros de longitud, es uno de los mayores que se conservan en la actualidad.

A la salida de la alcazaba encontramos una representación de la loba capitolina que deja patente la estrecha relación que existió, y existe, con la capital del Imperio a pesar de los cientos de kilómetros que separan ambas ciudades.

Continuamos paseando por la ribera del río donde se encuentran los restos Arqueológicos de Morería, presentes bajo los cimientos de un enorme edificio. No encontramos la forma de entrar, ni tampoco estamos seguros de que sean visitables, por lo que seguimos nuestro camino hacia el Museo de Arte Visigodo, situado en la pequeña Iglesia de Santa Clara. Cuesta creer que ésta fuera, hasta 1838, sede del primitivo Museo Romano aunque resulta obvio que entonces no albergaría tantos restos como en la actualidad. Ahora mismo resultaría impensable siquiera la posibilidad de que pudiera contener una tercera parte de lo visto ayer.

Tras el traslado de los restos romanos, el recinto ha quedado dedicado exclusivamente a la exposición de todo elemento relacionado con la época visigoda, acogiendo una interesante colección de columnas, pilastras, estelas y láureas epigráficas.

Hora de comer y, de paso, descansar un poco las piernas después de la caminata que nos hemos pegado… y aún queda mucho por ver para la tarde! Como el tiempo es oro terminamos rápido con la comida y, aprovechando unas nubes que nos alivian un poco del sol extremeño, nos alejamos del centro para llegar a los pies del acueducto de Los Milagros.

Encargado en sus orígenes de suministrar de agua a la parte oeste de la ciudad, es solo una pequeña parte de la red de abastecimiento que tomaba como fuente el embalse de Proserpina, a cinco kilómetros de la ciudad. Las arquerías que todavía se mantienen en pie como si de un milagro se tratase -de ahí su nombre- se prolongan a lo largo de algo más de 800 metros para salvar el valle del río Albarregas y cuentan con una altura de 25 metros en su parte más profunda.

Desde aquí nos queda un largo camino hasta llegar a la Casa del Mitreo, presente junto a la plaza de toros y la entrada a la ciudad por medio de la N-630. Prácticamente se puede decir que estamos en la otra punta de la ciudad pero el camino, a pesar del día que llevamos, no se hace largo. Hallada fortuitamente a principios de la década de los sesenta, presenta los restos magníficamente conservados de lo que se supone fue una domus o casa señorial, teoría confirmada tanto por su gran tamaño como por los materiales en los que fue construida o las numerosas pinturas y mosaicos que todavía pueden observarse.

El paseo a través de las numerosas estancias de la mansión se realiza sobre una pasarela que permite que nos formemos una idea aproximada de cómo vivían las gentes más poderosas, no exentos de lujos y con toda clase de comodidades para la época.

Junto a la casa se encuentran también los columbarios, construcciones funerarias a cielo abierto situadas fuera de la muralla que protegía la ciudad. Realizadas en mampostería y sillería de granito se pueden leer todavía los epígrafes que recuerdan a las familias que allí se encuentran enterradas. Aprovechando la presencia de estas construcciones se ha realizado un pequeño centro de interpretación sobre el mundo funerario romano, que a través de paneles informativos y otros utensilios como sarcófagos, lápidas o estelas, nos ayudan a entender como trataba la civilización romana el momento del paso a ‘la otra vida’.

El Circo Romano, construido en los primeros años del siglo I d.C., es la última parada en nuestra visita por la Mérida romana. Con sus más de 400 metros de longitud y 30 de anchura el recinto estaba preparado para llegar a albergar hasta 30.000 espectadores distribuidos, al igual que en el teatro y el anfiteatro, en caveas organizadas según la clase social de sus ocupantes.

Si al hablar del anfiteatro comentaba que era imposible evitar establecer una comparación con el Coliseo romano, una sensación similar me asalta al entrar en el Circo. Sin embargo, aquí es la construcción emeritense la que gana en toda comparación posible ya que, a pesar de la lógica degradación, todavía se pueden distinguir vestigios del graderío así como la spina que marcaba el eje de la arena central. Aquí, como en Roma, tenían lugar las carreras de bigas (dos caballos) y cuádrigas (cuatro caballos) que encumbraban a los aurigas como personajes de gran popularidad como pudimos comprobar en el mosaico del Museo Nacional de Arte Romano.

Concluida la visita al Circo es tiempo para el relax. Unas compras para intentar llevarnos a casa una pequeña parte de Extremadura y vuelta al hotel para descansar antes de la cena y preparar las maletas. Mañana toca recorrer los más de seiscientos kilómetros de vuelta y regresar a la rutina pero lo hacemos, sin duda, con una nueva y exitosa muesca marcada en nuestro ‘revolver viajero’.

domingo, 7 de agosto de 2011

Mérida, una parte de Roma en España (I)

Son algo más de las tres de la tarde cuando entramos en Mérida procedentes de Trujillo. Tras haber disfrutado de un viaje en el tiempo al medievo trujillano el próximo destino de nuestra ‘máquina virtual’ es la Mérida romana: Emérita Augusta.

Actual capital de la comunidad extremeña, sus orígenes se remontan al año 25 a.C cuando fue fundada para dar cobijo a aquellos soldados ‘retirados’ del ejército romano que habían luchado en las guerras cántabras en el norte de la península. De este modo, la nueva urbe acabó por convertirse en capital de la provincia romana de Lusitania y alcanzando un esplendor que deja patente con la presencia de construcciones como el teatro, anfiteatro o el circo. Pero aunque Mérida es sobradamente conocida por su pasado romano no fueron éstos los únicos que ocuparon estas tierras en el pasado, ya que visigodos y árabes también dejaron su huella en la historia emeritense. Hoy en día, la ciudad supera ligeramente los 50.000 habitantes y -como he comentado anteriormente- es desde 1983 capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura y está declarada Conjunto Histórico-Arqueológico (denominación única en España) gracias a los numerosos monumentos que conserva.

El sol castiga con dureza -casi 30º- a esas horas de la tarde por lo que decidimos, a la sombra de un café con hielo, dejar la visita al Teatro y Anfiteatro para mañana a primera hora de la mañana cuando el calor todavía no cause estragos. Para pasar la tarde optamos por refugiarnos bajo el techo del Museo Nacional de Arte Romano. Inaugurado en 1986, alberga una amplia colección de objetos de la época romana hallados en el yacimiento arqueológico. En su interior encontramos una reproducción en miniatura que nos muestra cómo sería la ciudad en aquella época.

El edificio, asentado sobre una antigua calzada romana y otros vestigios descubiertos al realizar las obras de construcción de éste, se encuentra dividido en tres plantas a lo largo de las que se recorre la vida de los habitantes de la antigua capital lusitana. El mundo de los espectáculos, las creencias religiosas y sus ritos funerarios o los objetos utilizados en la vida cotidiana (monedas, cerámicas o diversos útiles en hueso, marfil o vidrio). Incluso hay lugar para la recreación de lo que sería una estancia doméstica.

Algunos de los elementos más destacados acogidos en el interior del Museo Nacional son la figura del dios frigio Mitra (fig.1), el retrato oficial del Emperador Augusto realizado en mármol de Carrara (fig.2) o los numerosos mosaicos entre los que destaca el Mosaico de los Áurigas, el cual presenta la figura de Marcianus saludando como vencedor y portando la palma de la Victoria (fig.3).

Concluida nuestra visita todavía es pronto para marcharnos al hotel aunque tarde para pensar en poder visitar algún otro monumento, por lo que nos decantamos por coger el tren turístico que parte de la misma puerta del Museo y realiza un recorrido general alrededor de varios de los puntos de interés histórico de la ciudad. Agradecemos el sentarnos tras haber estado paseando toda la tarde por las salas del museo y el trayecto se nos hace algo corto aunque sirve para situarnos y situar todo cuanto tenemos que ver al día siguiente.

Recogemos el coche y nos dirigimos al hotel para instalarnos y darnos una ducha antes de la cena, en la que damos buena cuenta del jamón y embutidos autóctonos para coger fuerzas ante el intenso día que se nos presenta mañana.

viernes, 22 de julio de 2011

Guadalupe y Trujillo, tierra de conquistadores

Nos levantamos temprano, tanto que aún ganamos a muchos bares que todavía no han puesto en marcha sus cafeteras. Una vez desayunados emprendemos camino a La Puebla de Guadalupe donde nos aguarda una de las joyas de este viaje, el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.

Los más de 125 kilómetros que separan a la capital cacereña de nuestro destino se cubren en parte por autovía (A-58 hasta Trujillo) pero el último tramo es necesario realizarlo por carretera comarcal, lo que hace que el viaje se alargue un tanto. Por suerte no encontramos demasiado tráfico por lo que nos plantamos en Guadalupe con el tiempo suficiente como para disfrutar un poco del pueblo antes de visitar el monasterio.

La Puebla nos acoge con sus callejuelas empedradas y blancas casas porticadas que nos conducen a la Plaza de Santa María, majestuosamente presidida por el Monasterio consagrado a la Virgen de Guadalupe, Patrimonio de la Humanidad desde 1993. La plaza es un auténtico zoco de pequeñas tiendas en las que se pueden encontrar todas las maravillas gastronómicas que ofrece la zona, desde la Torta del Casar hasta la famosa miel propia de la zona.

La visita al monasterio se realiza de forma imprescindible con la compañía de guía y dura, aproximadamente, entorno a una hora. A lo largo del recorrido se pueden contemplar el claustro mudéjar, o también conocido como de los Milagros, los museos de bordados, pinturas y esculturas y libros miniados, además de las capillas de San Jerónimo y San José antes de adentrarnos en el camarín de la Virgen, considerado por algunos como la ‘antesala del cielo’ y donde descansa -como podéis imaginar- la imagen de Santa María de Guadalupe.

Arquitectónicamente llama la atención la mezcla de estilos (gótico, mudéjar o renacentista) que puede apreciarse en el hecho de que su claustro mudéjar –de doble planta con arcos de herradura apuntados- contenga un templete gótico en su interior donde se representan varios cuadros explicativos de los milagros de la Virgen.

Artísticamente destaca la presencia de impresionantes pinturas de Zurbarán, en la sacristía, Luca Giordano, en el camarín, o Francisco de Goya y El Greco en el museo de Pintura. Concluida la visita es turno de volver a tomar la carretera que hemos ‘andado’ por la mañana para ‘desandarla’ dirección Trujillo. Ochenta kilómetros que recorremos bajo el imponente sol que para esa hora ya cae de pleno sobre la región extremeña.

Trujillo, a medio camino entre Cáceres y Mérida, ha visto pasar por sus tierras a lo largo de los años civilizaciones como la romana, visigoda o árabe hasta la conquista cristiana en 1232. Todas ellas han forjado la historia de la villa y dejado su pequeño -o no tanto- granito de arena en la construcción de la misma, lo que la convierte en una de las ciudades más visitadas de Extremadura.

Una vez instalados en nuestro hotel nos dirigimos a la Plaza Mayor para buscar algún sitio donde comer. A pesar de la hora y el tremendo sol que luce en todo lo alto, la plaza se encuentra abarrotada de gente y tomada por decenas de furgonetas y montadores que se manejan entre toldos y barras de hierro. El motivo de todo este despliegue no es otro que la celebración, durante este fin de semana, del VII Mercado Medieval ‘Ciudad de Trujillo’. Nos debatimos entre la decepción y la frustración ya que, por segunda vez en este viaje, nos quedamos sin contemplar una impresionante panorámica como ya nos pasó en Cáceres.

La Plaza Mayor, de forma rectangular y estilo renacentista, se encuentra presidida por una imponente figura ecuestre de Francisco Pizarro, natural de la localidad, conquistador de Perú en el siglo XVI y fundador de Lima, actual capital del país sudamericano donde descansan sus restos. Como dato significativo decir que por este motivo existe otra estatua, similar a la de Trujillo, en la capital peruana completando la trilogía una tercera en la localidad norteamericana de Buffalo.

Otros edificios destacables alrededor de la plaza son la Iglesia de San Martín y el Palacio de la Conquista, con su balcón esquinero coronado por el imponente blasón mantelado con las armas engrandecidas por Carlos V.

El palacio, original del siglo XVI, fue ordenado construir por Hernando Pizarro y debe su nombre, precisamente, a que los Pizarro recibieran el título de Marqueses de la Conquista por su decisivo papel en la Conquista del Perú, a la que asistieron muchos de sus miembros. También el Ayuntamiento, del siglo XV, se encuentra presente en la Plaza Mayor.

Entramos en la oficina de turismo, ubicada en los soportales de la plaza, y nos informamos sobre las visitas guiadas que recorren el conjunto histórico. Nos decidimos a contratarla con la intención de contrarrestar la mala experiencia de Cáceres y, aunque la mejoró ampliamente, nos quedamos con la sensación de que se incluye demasiada visita interior, lo que obliga a realizarlas un tanto a matacaballo.

Partimos de la Plaza Mayor y tras una breve introducción histórica de la villa y los monumentos que encontramos en la plaza, tomamos la Cuesta de la Sangre camino de la Puerta de Santiago, uno de los cuatro accesos al recinto amurallado junto a las puertas de La Coria, San Andrés y el Arco del Triunfo por donde accedieron las tropas cristianas cuando la ciudad fue reconquistada en 1232. De ahí su nombre. Junto a la Puerta de Santiago se erige la pequeña Iglesia homónima, una de las más antiguas del conjunto medieval. Actualmente desacralizada, el Ayuntamiento la utiliza como museo municipal.

Pero si algo destaca sobremanera en el perfil trujillano es su castillo-alcazaba. Construido entre los siglos X y XI se encuentra situado en lo alto del cerro conocido como ‘Cabezo de zorro’ lo que lo convierte en un estupendo lugar desde donde contemplar toda la villa y tomar magnificas panorámicas.

En su interior, prácticamente diáfano, y al que accedemos a través de su puerta de herradura puede recorrerse el paso de guardia de sus murallas así como visitar el aljibe original que todavía se conserva en su patio de armas.

Terminada nuestra visita el siguiente punto de interés se centra en la Casa-Museo de Pizarro, próxima al Castillo, y que debido a la hora cercana al cierre tenemos que contentarnos con visitar muy por encima. Una lástima. Construida sobre el solar que ocupara la casa familiar de su padre, el museo recrea en sus dos plantas tanto la vida del conquistador trujillano (planta alta) como lo que sería una vivienda de hidalgo en el siglo XV (planta baja). La mayor parte del mobiliario expuesto es original aunque en casos aislados se ha recurrido a fieles copias para facilitar la comprensión en el visitante.

Desde la Casa-Museo nos dirigimos a la Iglesia de Santa María la Mayor, original del siglo XIII, y que constituye el edificio parroquial más importante de Trujillo. Amalgama de diferentes épocas y materiales destaca en su exterior la presencia de dos torres, la Nueva y la Torre Julia, reconstruida ésta recientemente tras verse afectada por los terremotos de Lisboa en 1521 y 1755.

En su interior -donde se encuentra la capilla de la familia Vargas- destaca su impresionante retablo mayor, obra del pintor Fernando Gallego y que es sin duda, la auténtica joya del templo.

La guía concluye con la visita a La Alberca, baño de origen romano excavado en la roca (hasta 13 metros de profundidad) que posteriormente fuera utilizado por los árabes e incluso hoy en día por los propios trujillanos. Sus aguas, cuentan, tienen todo tipo de propiedades mágicas.

Finalizado nuestro paseo volvemos a la Plaza Mayor, centro neurálgico de la ciudad, para descansar y sacar algunas fotos que no hemos podido tomar antes. El mercado medieval va tomando forma y las tiendas y jaimas ya ocupan la práctica totalidad de la plaza mientras los vendedores se esmeran en preparar el muestrario. Hacemos tiempo hasta la hora de cenar y aprovechamos una de las múltiples terrazas existentes para comer algo antes de volver al hotel.

Finalmente, decidimos modificar nuestro planning y alargar nuestra estancia en Trujillo para poder visitar el mercado por la mañana. Después de comer será hora de poner rumbo al último destino del viaje: Emerita Augusta.