martes, 14 de diciembre de 2010

Lisboa. Un paseo por la Baixa y el Chiado

Nuestro primer día en Portugal amanece con buen tiempo. La mañana despejada y una buena temperatura nos animan a recorrer la distancia que nos separa de la Plaza del Comercio caminando.

Salimos del hotel y tomamos Avenida de Berna dirección Plaza de España. Una vez allí, los jardines de Eduardo VII quedan a escasos minutos. Lo primero que encontramos al acceder por su parte norte es el jardín de Amalia Rodrigues. Un pequeño rincón de la mayor zona verde lisboeta está dedicado a la memoria de la, probablemente, cantante de fado más famosa de Portugal. A escasos metros, una enorme bandera portuguesa (al estilo de la famosa bandera española en Colón) nos alerta de la presencia del Monumento dedicado al 25 de Abril, que rinde homenaje al día de la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura portuguesa. Desde allí se puede contemplar una espectacular vista casi completa del parque, con la Plaza del Marqués de Pombal al fondo. Descendemos la prolongada rampa de varios cientos de metros que salva el desnivel entre ambos para llegar a uno de los puntos con más tráfico de la capital lusa.

El Marqués de Pombal, primer ministro del monarca José I, fue un personaje de gran peso específico en la historia del país vecino. Principal artífice del acercamiento de Portugal a la realidad económica de los países del norte de Europa, desempeñó también un importante papel en la renovación arquitectónica de la capital tras el terremoto que la asoló en 1755. Su quimera fue intentar que el pueblo y la nobleza tuvieran los mismos derechos. Una imponente estatua recuerda su memoria en una de las más transitadas rotondas de la ciudad.

La Plaza Marqués de Pombal resulta también el origen de la avenida más importante de Lisboa, la Avenida de la Libertad. Inaugurada en 1879 es, a lo largo de sus más de mil metros, el punto donde se concentran tanto las tiendas como los hoteles más exclusivos de la ciudad. Una de sus señas de identidad más características se encuentra en los mosaicos de piedra blanca y negra que dibujan en sus aceras innumerables figuras.

Al final de la avenida nos encontramos con la Plaza de los Restauradores, que debe su nombre a todas aquellas personas que recuperaron la independencia portuguesa en 1640. Su inconfundible obelisco se alza frente a las puertas del Hotel Avenida Palace, el único hotel con categoría cinco estrellas de la capital lusa. A mano derecha dejamos el funicular de Gloria, acceso por excelencia al barrio alto, que tomaremos más adelante.

Prácticamente anexa a ésta se encuentra la Plaza de Rossio, con su espectacular estación de tren de estilo neo-manuelino cuya doble puerta en forma de herradura la hace inconfundible y uno de los obligados puntos de interés turístico. Junto a ella comparte presencia en la plaza el Teatro Nacional María II. De estilo neoclásico, toma su nombre de la hija de Don Pedro IV y preside desde la década de los cuarenta, aunque fue restaurado en los setenta, dicha plaza.

Continuamos nuestro camino por Rúa Augusta, principal foco comercial de la ciudad, para alcanzar al final de ésta la Plaza del Comercio. Situada sobre el terreno que ocupó el Palacio Real antes de ser destruido por el terremoto de 1775, la Plaza del Comercio simboliza la apertura de la ciudad lisboeta al Tajo ya que históricamente sirvió como puerto de barcos mercantiles. Coronada por su enorme Arco Triunfal y presidida por una estatua a caballo de Don José I.


Tras tomar varias fotos de la plaza desde Cais de Sodré nos acercamos a la oficina ambulante de ask me L¿sboa para hacernos con las Lisboa Card y acto seguido volvemos a adentrarnos en las entrañas de la Baixa. Recorremos nuevamente Rúa Augusta y sus alrededores donde tenemos que desechar en varias ocasiones los ilegales ofrecimientos que llegan a nuestros oidos, mientras curioseamos en los escaparates de las numerosas tiendas de souvenirs que pueblan la calle. Antes de hacer un alto para comer decidimos tomar el Elevador de Santa Justa, toda una obra de arte que conecta la Baixa con el Chiado. A los pies del centenario ascensor, impresiona ver su estructura de metal que sigue aguantando imperturbable el paso del tiempo. Una vez arriba, lo que impresionan son las vistas que contemplamos de la Rúa Augusta, la Plaza de Rossio o el Castillo de San Jorge. Tomamos el ascensor de vuelta a la tierra y buscamos un lugar donde comer, es hora de probar el famoso bacalhau portugués.

Cruzamos el pórtico que conecta la Rúa dos Sapateiros con Rossio y no podemos resistir la tentación de tomar una ginjinha, típico licor de cereza portugués, para ayudar con la digestión. Con el estómago caliente, paseamos por Rossio ante el famoso Café Nicola camino del funicular de Gloria. En funcionamiento desde 1885, es el más antiguo de los existentes en Lisboa y comunica el Barrio Alto y la Baixa salvando el tremendo desnivel existente entre ellos. En sus orígenes el elevador funcionaba con unos depósitos de agua que gracias a la gravedad hacían descender uno a la vez que ascendían el otro. Más tarde pasó a funcionar a vapor para finalmente hacerlo, a partir de 1914, de forma eléctrica. A pesar del ruido que produce durante su ascensión concluimos satisfactoriamente nuestro viaje y el premio que obtenemos son unas preciosas vistas de la ciudad desde el Mirador de San Pedro de Alcántara.

Cogemos el elevador para recorrer esta vez el camino inverso y retornar a Rossio, desde donde nos dirigimos a Plaza de Figueira para visitar la Iglesia de Sao Domingo. Esta iglesia tiene la peculiaridad de haber sido una de las pocas edificaciones capaz de soportar los incendios del famoso terremoto que asoló Lisboa. Su interior calcinado impresiona, más si cabe si tenemos en cuenta que se dice que la Inquisición quemaba en su interior a quienes consideraba infieles.



Todavía es pronto y aún no ha comenzado a anochecer, así que decidimos tomar el metro para visitar el Parque de las Naciones, recinto que albergó en 1998 la Exposición Internacional cuya temática giró entorno a los océanos. El Parque de las Naciones alberga uno de los oceanográficos más importantes de Europa, aunque esta vez declinamos visitarlo y nos centramos simplemente en pasear a lo largo de los metros y metros de recinto, que han quedado como una de las principales zonas de ocio para los lisboetas y zona turística para visitantes. Contemplamos las obras que convertirán la Torre Vasco de Gama en un espectacular hotel de categoría cinco estrellas, así como el kilométrico puente del mismo nombre que conecta Lisboa con la otra orilla del Tajo a lo largo de trece interminables kilómetros.

Cuando salimos del metro en la estación de Rossio la noche ya ha caído sobre Lisboa y aprovechamos para contemplar todo cuanto hemos visto durante la mañana bajo la nueva perspectiva que ofrece la iluminación.


Cenamos algo ligero y sobre todo rápido antes de tomar el metro de vuelta a nuestro hotel. No ha estado mal el primer día en Lisboa y al día siguiente nos espera Sintra, pequeño paréntesis en nuestra estancia en la capital.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Aveiro

Nos despertamos pronto, no puede ser de otra manera con todo lo que nos espera por delante. Volvemos al Pingo Doce para repetir desayuno antes de recoger nuestras maletas y volverlas a cargar en el coche. El ser humano, dicen, es un animal de costumbres y nosotros no vamos a ser la excepción. Introducimos nuestro nuevo destino en el GPS: Aveiro, intentando evitar las autovías que el gobierno portugués ha elegido como fuente de ingreso extra ante la crisis que azota el país.

Con la sensación de haber exprimido al máximo nuestra estancia en Oporto pero a la vez contrariados por no haberla podido disfrutar un poco más, tomamos la A1 dirección a la capital lusa. Lisboa nos espera como destino final pero aprovecharemos los más de trescientos kilómetros de trayecto para visitar Aveiro, una pequeña localidad pesquera próxima a Oporto cuya máxima atracción turística la representan los canales que la cruzan. No son pocos los que la catalogan como la Venecia portuguesa, algo excesivo seguramente que puede llevar a pequeñas decepciones como la que nos invadió tras nuestra visita.

Tras un pequeño rodeo por las carreteras nacionales para evitar la temida autovía A25 nos adentramos en el centro de la pequeña localidad costera. Para evitar vueltas y vueltas en busca de aparcamiento optamos, finalmente, por dejar el coche en el centro comercial Fórum y recorrer las calles a pie. La oficina de turismo queda a escasos metros, así que cruzamos uno de los canales y nos acercamos a ella para hacernos con unos planos. Apenas nos señalan cuatro o cinco puntos de interés (Plaza del Pescado, Catedral y un par de iglesias más) así que vemos muy factible la opción de verlo todo antes de comer.

Dicho y hecho. Caminamos dirección a la Plaza del Pescado, donde se encuentra la lonja en la que los pescadores de la ciudad venden su género, y a pocos pasos de allí la Capilla de San Gonçalinho, que destaca por su pequeño tamaño y su blanca pared. Las callejuelas que nos conducen a otro de los canales de la ciudad están repletas de casas de vivos colores que se mezclan con unas blancas “más tradicionales”, al menos para nosotros. También los azulejos se encuentran presentes aunque en un número mucho menor a como lo hacen en Oporto.

Paseamos por Cais dos Remadores Olímpicos, junto al canal, cuando una góndola escasamente ocupada nos sorprende remontando las aguas. Será lo más parecido a Venecia que veamos en toda la mañana.

Volvemos a adentrarnos por las calles de Aveiro y llegamos a los pies de la Iglesia de la Vera Cruz. En la fachada de la iglesia también predomina un blanco resplandeciente, en el que resaltan los mosaicos de azulejos que representan motivos religiosos.

Nuestro último punto marcado en el mapa es la Catedral. La antigua iglesia de Sao Domingos no destaca por su tamaño, lo cual quizá la haga pasar más desapercibida de lo que debería, ni tampoco es una catedral al uso. Destaca en su interior la tremenda luminosidad, algo que contrasta con las góticas (más comunes), que nos permite contemplar con detalle las imágenes y el retablo que adornan sus capillas laterales. Frente a la Catedral se encuentra el Museo de Aveiro, en lo que antiguamente fuera parte del Convento de Jesús. En su interior alberga numerosas colecciones de pintura, talla o (como no) azulejería



Hacemos algo de tiempo, y de hambre, remontando el canal que hemos encontrado a la salida del centro comercial aunque ya tenemos decidido el restaurante. A toro pasado puedo decir que, seguramente, la comida en A tasca do Cofrade fue la mejor que realicé durante el viaje, espectacular el caldero de arroz caldoso con tamboril (rape) que nos prepararon. Sin duda mereció la pena la visita a Aveiro aunque solo fuera por eso.

Comidos y bien servidos volvimos a por el coche para reanudar nuestro camino a Lisboa. Pensamos en hacer otra parada antes de coger definitivamente la autopista que nos lleve a la capital. Costa Nova ha recibido muchas críticas positivas y como el tiempo todavía acompaña nos decidimos a dedicarle unas horas. Sin embargo, en el jaleo de carreteras primarias, secundarias e incluso yo diría que terciarias en el que nos sume nuestro amigo TomTom aparecemos en la costa, pero demasiado alejados de la parte turística.

A pesar de todo nos llegamos a hacer una idea, groso modo, de lo que es esta pequeña localidad. Una ciudad que vive de la pesca pero que sobre todo lo hace del turismo, ya desde el siglo pasado. Costa Nova es famosa por sus palheiros (pajares) de colores, donde originalmente guardaban sus aperos y posteriormente vivían los pescadores, y por su gigantesco faro de 62 metros que lo hace ser uno de los más grandes del mundo. Nos conformamos con la vista que tenemos de éste desde la playa y con las representaciones modernas de los palheiros y volvemos al coche para completar nuestro trayecto.



Un enorme atasco nos recibe a la entrada a Lisboa. Hora punta. También las calles lisboetas presentan mucha más batalla que las portuenses, claro que también es una hora menos intempestiva que la de nuestra llegada dos días antes. Llegamos a nuestro hotel, el Vip Executive Barcelona, junto a la plaza de toros y comenzamos a deshacer las maletas. Hemos alcanzado nuestro destino “definitivo” y por delante tenemos cuatro días para conocer las entrañas de la melancólica Lisboa.