Nuestro primer día en Portugal amanece con buen tiempo. La mañana despejada y una buena temperatura nos animan a recorrer la distancia que nos separa de la Plaza del Comercio caminando.
Salimos del hotel y tomamos Avenida de Berna dirección Plaza de España. Una vez allí, los jardines de Eduardo VII quedan a escasos minutos. Lo primero que encontramos al acceder por su parte norte es el jardín de Amalia Rodrigues. Un pequeño rincón de la mayor zona verde lisboeta está dedicado a la memoria de la, probablemente, cantante de fado más famosa de Portugal. A escasos metros, una enorme bandera portuguesa (al estilo de la famosa bandera española en Colón) nos alerta de la presencia del Monumento dedicado al 25 de Abril, que rinde homenaje al día de la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura portuguesa. Desde allí se puede contemplar una espectacular vista casi completa del parque, con la Plaza del Marqués de Pombal al fondo. Descendemos la prolongada rampa de varios cientos de metros que salva el desnivel entre ambos para llegar a uno de los puntos con más tráfico de la capital lusa.
El Marqués de Pombal, primer ministro del monarca José I, fue un personaje de gran peso específico en la historia del país vecino. Principal artífice del acercamiento de Portugal a la realidad económica de los países del norte de Europa, desempeñó también un importante papel en la renovación arquitectónica de la capital tras el terremoto que la asoló en 1755. Su quimera fue intentar que el pueblo y la nobleza tuvieran los mismos derechos. Una imponente estatua recuerda su memoria en una de las más transitadas rotondas de la ciudad.
La Plaza Marqués de Pombal resulta también el origen de la avenida más importante de Lisboa, la Avenida de la Libertad. Inaugurada en 1879 es, a lo largo de sus más de mil metros, el punto donde se concentran tanto las tiendas como los hoteles más exclusivos de la ciudad. Una de sus señas de identidad más características se encuentra en los mosaicos de piedra blanca y negra que dibujan en sus aceras innumerables figuras.
Al final de la avenida nos encontramos con la Plaza de los Restauradores, que debe su nombre a todas aquellas personas que recuperaron la independencia portuguesa en 1640. Su inconfundible obelisco se alza frente a las puertas del Hotel Avenida Palace, el único hotel con categoría cinco estrellas de la capital lusa. A mano derecha dejamos el funicular de Gloria, acceso por excelencia al barrio alto, que tomaremos más adelante.
Prácticamente anexa a ésta se encuentra la Plaza de Rossio, con su espectacular estación de tren de estilo neo-manuelino cuya doble puerta en forma de herradura la hace inconfundible y uno de los obligados puntos de interés turístico. Junto a ella comparte presencia en la plaza el Teatro Nacional María II. De estilo neoclásico, toma su nombre de la hija de Don Pedro IV y preside desde la década de los cuarenta, aunque fue restaurado en los setenta, dicha plaza.
Continuamos nuestro camino por Rúa Augusta, principal foco comercial de la ciudad, para alcanzar al final de ésta la Plaza del Comercio. Situada sobre el terreno que ocupó el Palacio Real antes de ser destruido por el terremoto de 1775, la Plaza del Comercio simboliza la apertura de la ciudad lisboeta al Tajo ya que históricamente sirvió como puerto de barcos mercantiles. Coronada por su enorme Arco Triunfal y presidida por una estatua a caballo de Don José I.
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Tras tomar varias fotos de la plaza desde Cais de Sodré nos acercamos a la oficina ambulante de ask me L¿sboa para hacernos con las Lisboa Card y acto seguido volvemos a adentrarnos en las entrañas de la Baixa. Recorremos nuevamente Rúa Augusta y sus alrededores donde tenemos que desechar en varias ocasiones los ilegales ofrecimientos que llegan a nuestros oidos, mientras curioseamos en los escaparates de las numerosas tiendas de souvenirs que pueblan la calle. Antes de hacer un alto para comer decidimos tomar el Elevador de Santa Justa, toda una obra de arte que conecta la Baixa con el Chiado. A los pies del centenario ascensor, impresiona ver su estructura de metal que sigue aguantando imperturbable el paso del tiempo. Una vez arriba, lo que impresionan son las vistas que contemplamos de la Rúa Augusta, la Plaza de Rossio o el Castillo de San Jorge. Tomamos el ascensor de vuelta a la tierra y buscamos un lugar donde comer, es hora de probar el famoso bacalhau portugués.
Cruzamos el pórtico que conecta la Rúa dos Sapateiros con Rossio y no podemos resistir la tentación de tomar una ginjinha, típico licor de cereza portugués, para ayudar con la digestión. Con el estómago caliente, paseamos por Rossio ante el famoso Café Nicola camino del funicular de Gloria. En funcionamiento desde 1885, es el más antiguo de los existentes en Lisboa y comunica el Barrio Alto y la Baixa salvando el tremendo desnivel existente entre ellos. En sus orígenes el elevador funcionaba con unos depósitos de agua que gracias a la gravedad hacían descender uno a la vez que ascendían el otro. Más tarde pasó a funcionar a vapor para finalmente hacerlo, a partir de 1914, de forma eléctrica. A pesar del ruido que produce durante su ascensión concluimos satisfactoriamente nuestro viaje y el premio que obtenemos son unas preciosas vistas de la ciudad desde el Mirador de San Pedro de Alcántara.
Cogemos el elevador para recorrer esta vez el camino inverso y retornar a Rossio, desde donde nos dirigimos a Plaza de Figueira para visitar la Iglesia de Sao Domingo. Esta iglesia tiene la peculiaridad de haber sido una de las pocas edificaciones capaz de soportar los incendios del famoso terremoto que asoló Lisboa. Su interior calcinado impresiona, más si cabe si tenemos en cuenta que se dice que la Inquisición quemaba en su interior a quienes consideraba infieles.
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Todavía es pronto y aún no ha comenzado a anochecer, así que decidimos tomar el metro para visitar el Parque de las Naciones, recinto que albergó en 1998 la Exposición Internacional cuya temática giró entorno a los océanos. El Parque de las Naciones alberga uno de los oceanográficos más importantes de Europa, aunque esta vez declinamos visitarlo y nos centramos simplemente en pasear a lo largo de los metros y metros de recinto, que han quedado como una de las principales zonas de ocio para los lisboetas y zona turística para visitantes. Contemplamos las obras que convertirán la Torre Vasco de Gama en un espectacular hotel de categoría cinco estrellas, así como el kilométrico puente del mismo nombre que conecta Lisboa con la otra orilla del Tajo a lo largo de trece interminables kilómetros.
Cuando salimos del metro en la estación de Rossio la noche ya ha caído sobre Lisboa y aprovechamos para contemplar todo cuanto hemos visto durante la mañana bajo la nueva perspectiva que ofrece la iluminación.
Cenamos algo ligero y sobre todo rápido antes de tomar el metro de vuelta a nuestro hotel. No ha estado mal el primer día en Lisboa y al día siguiente nos espera Sintra, pequeño paréntesis en nuestra estancia en la capital.
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