jueves, 27 de enero de 2011

Lisboa. Belem bajo el diluvio

Como nos temíamos la noche anterior cuando nos acostamos, un cielo nublado y una constante lluvia son las dos primeras cosas que vemos al despertarnos y asomarnos a la ventana de la habitación. Por si fuera poco, al pisar la calle para desayunar, comprobamos que también el viento está presente. Parece que va a ser una mañana completa.

Tomamos el metro en la vecina estación de Campo Pequeno para dirigirnos a Cais do Sodré, paso previo a tomar el tranvía 15 que nos dejará en el barrio de Belem. Antiguo puerto desde donde partían en la antigüedad las carabelas en busca del Nuevo Mundo, actualmente es una de las zonas de la ciudad lisboeta más visitadas, repleta de amplias calles y zonas ajardinadas y un muelle del que ahora solo parten embarcaciones deportivas.

Descendemos del tranvía en la parada de Belem (no tiene pérdida) y la molesta lluvia continúa con nosotros dispuesta a ser compañera de viaje durante toda la mañana. Caminando por Rúa da Junqueira dos son las cosas que podemos contemplar de fondo: la primera es la impresionante silueta del Monasterio de los Jerónimos, primer punto de interés del día, la segunda la fila que ya se prepara para acceder al interior de la pastelería más famosa de Lisboa Pasteis de Belem. Como todavía no hace mucho que hemos desayunado, y no hace día para esperar en la calle, decidimos visitar primero el Monasterio antes de que la fila para entrar a éste se multiplique.

El Monasterio de los Jerónimos, de estilo manuelino, comenzó a construirse a principios del siglo XVI bajo mandato del rey Manuel I para conmemorar el regreso de las Indias de Vasco de Gama, aunque no terminaría de construirse y modificarse hasta el pasado siglo XX. Financiado gracias al 5% de los impuestos obtenidos de algunas de las especias que se trajeron de oriente, el lugar elegido para su levantamiento no fue aleatorio, ya que se eligió la playa en la que Vasco de Gama y sus hombres permanecieron orando la noche antes de partir hacía la India.





Ya inmersos en su interior, destaca especialmente el claustro tanto por su amplitud como por su detallada decoración en la que se representan motivos religiosos y marineros. A pie de calle se encuentra abierta al público la sala capitular en la que se haya la tumba Alexandre Herculano, primer alcalde de Belem. Otros ilustres personajes sepultados en el monasterio son Vasco de Gama (como no), el poeta Luis Camoes y el escritor Fernando Pessoa.

Después de captar con nuestras cámaras todos los detalles posibles tomamos las escaleras que conducen a la planta superior del claustro mientras los grupos de visitas organizadas comienzan a tomar el control al ser cada vez más y más numerosos. Desde el piso superior contemplamos con resignación cómo las gárgolas que decoran las cornisas empiezan a desalojar algo más del ‘hilillo’ de agua que evacuaban hace unos minutos. Accedemos a la iglesia y nos impresiona el enorme tamaño de la misma, acrecentado por la tenue luz del lugar. Tomamos las últimas fotos desde el coro alto y abandonamos el monasterio profundamente impresionados por la belleza del lugar, sin duda de los lugares más impactantes que hemos visto hasta la fecha.

Cuando cruzamos los jardines exteriores camino de la Torre de Belem la lluvia de la mañana comienza a convertirse en una especie de ducha manejada a capricho del viento que se vuelve más fuerte por momentos. De camino podemos ver, a la orilla del Tajo, el Monumento a los Descubridores. Construido por el dictador Salazar, el monumento de casi 50 metros de altura asemeja a una carabela con el escudo portugués en el que se hallan representados los héroes lusitanos de la Era de los Descubrimientos, siendo por ello uno de los símbolos del nacionalismo portugués. Desde su mirador se puede contemplar el Puente 25 de Abril en todo su esplendor, aunque nosotros nos conformamos con tomar las fotos desde abajo y proseguir nuestro camino.





La lluvia ya arrecia para cuando llegamos a la Torre de Belem. Construida al tiempo que se iniciaba el Monasterio de los Jerónimos y presente prácticamente en la desembocadura del Tajo, fue utilizada como fortaleza aunque también, posteriormente, como centro de recaudación de impuestos para poder acceder a la ciudad.

Lo peor de la Torre es, sin duda, el acceso a las plantas superiores ya que se realiza por una única y estrecha escalera de caracol, con lo que los atascos y las sensaciones de continuo agobio están garantizadas. Debido a las malas condiciones climatológicas declinamos permanecer mucho tiempo en su terraza, simplemente el justo y necesario para sacar alguna foto. Tras visitar los fosos de lo que era la antigua prisión volvimos al exterior.




Recorremos nuevamente la Avenida da India desandando nuestros pasos camino al Monasterio de los Jerónimos bajo una molesta lluvia que, unida a un fuerte viento, empieza a hacer complicado el uso de los paraguas. La numerosa fila que para esa hora se prepara en la puerta del monasterio nos hace alegrarnos de haber optado por la opción de no holgazanear en la cama. Como todavía es pronto para comer (incluso para los portugueses) decidimos tomar un café y, de paso, entrar en calor. Pasamos de los modernismos que nos ofrece Starbucks para visitar un lugar mítico y de obligado paso si os acercáis al barrio de Belem, la cafetería-pastelería Pastéis de Belem cuya especialidad son sus pasteles de nata, artesanos 100%. A pesar del enorme tamaño de sus salas y la cantidad de mesas de las que dispone, tuvimos que bucear a lo largo de ellas para encontrar una mesa en la que poder acomodarnos. Agradecimos meternos algo caliente en el cuerpo cuando, sobre todo, nuestros pies comenzaban a estar sobradamente húmedos.

Tras este pequeño impasse volvimos a la calle para dirigirnos hacia el Palacio de Ajuda. El trayecto hasta llegar a él se convierte en un infierno, primero por la desapacible lluvia que no cesa y después porque el recorrido se hace prácticamente por completo cuesta arriba. Para cuando nos plantamos a las puertas del Palacio no queda seco prácticamente un centímetro de nuestra ropa.

El Palacio de Ajuda fue residencia real durante el siglo XIX pasando a ser, tras la instauración de la República, museo histórico. De estilo neoclásico, el palacio conserva en su interior la decoración de la época que muestra cómo vivía la monarquía portuguesa de la época, por lo que se convierte en una visita curiosa si, como a nosotros, os sorprende un mal día. Con el diluvio universal cayendo fuera, nos tomamos todo el tiempo del mundo para visitar las estancias, acompañados en todo momento por un silencio sepulcral provocado por la nula presencia de turistas. Las fotos, una vez más, no están permitidas en el interior. Lástima.

Para cuando abandonamos el palacio la lluvia todavía no ha cesado, por lo que decidimos tomar el autobús para bajar hasta la Plaza del Comercio o sus proximidades. El trayecto se hace enormemente más corto que el de subida, aunque la presencia de una persona en claro estado de embriaguez lo hace un tanto movido. Por suerte el conductor tiene la habilidad necesaria para deshacerse de él en cuanto se presenta la ocasión.

Una vez en el centro y aprovechando que la lluvia parece dar un respiro comenzamos con la búsqueda de calzado apropiado para movernos entre las aguas, aunque lamentablemente no tenemos mucha suerte. Cuando parece que la lluvia amenaza con volver a arreciar nos cobijamos en un restaurante y aprovechamos para comer, que ya es hora. ¡Menos mal que los pasteis de Belem nos han mantenido con energía hasta entonces!

Después de comer, pero con los pies igual de mojados decidimos dedicar la tarde a renovar nuestro calzado. Esta claro que nuestras botas y zapatillas no pueden seguir mojadas el resto del día en nuestros pies… ¡y aún nos queda el día siguiente! Por lo que nos dirigimos hacia Rua do Carmo para abastecernos en el centro comercial de nuevo calzado y calcetines. Contemplamos anonadados como no somos los únicos a los que ha sorprendido semejante torrente de agua (obviamente todos turistas), incluso calle abajo alguien ha dejado “a secar” sus zapatillas sobre una papelera. Perfectamente suministrados nos dirigimos al hotel para secarnos convenientemente y tomar un respiro.

Con la noche caída sobre la capital lusa volvemos a la calle para ver la ciudad desde otro punto de vista, el del mítico ‘eléctrico’ 28. Advertidos una y mil veces de la presencia de ‘amigos de lo ajeno’ disfrutamos del viaje acompañados por un numeroso grupo de españoles que han llegado a orillas del Tajo con motivo del GP de Estoril de motociclismo. Optamos por realizar el recorrido completo, sin bajar en ningún momento, hasta el obligado fin de trayecto. Lisboa de noche tiene otro color pero sigue manteniendo su encanto, y recorrerla a bordo de los clásicos tranvías te hace viajar en el tiempo, haciendo de estos trayectos casi una obligación.

De vuelta al Barrio Alto buscamos un lugar donde llenar la barriga, cosa que conseguimos con un espectacular bacalhau com natas, una de las mil y una formas de comer este pescado en el país vecino. Dudamos en acercarnos después de cenar al Pavilhao Chinès, del que nos han dado excelentes referencias, pero decidimos dejarlo para el día siguiente. Es hora de volver al hotel y buscar el calor de la cama. Al fin y al cabo, tras el día vivido, lo tenemos largamente merecido.

domingo, 2 de enero de 2011

Sintra. Atrapados en el tiempo

La lluvia, siempre mala compañera de viaje, nos sorprende cuando descorremos las cortinas de la habitación. Estábamos teniendo mucha suerte con la climatología pero seguramente hoy sea de los peores días para que aparezca ya que este clima desluce, en gran medida, las vistas de la ciudad de Sintra.

Con una población de algo más de treinta mil habitantes, la pequeña ciudad perteneciente al distrito y región de Lisboa aúna una cantidad de patrimonio tal que la convierte en visita prácticamente imprescindible si pasas cerca de ella. No en vano, está declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1995.

Desayunamos con las noticias de la televisión portuguesa de fondo y las malas previsiones climatológicas para los próximos días. Tras finalizar nuestro galao, acompañado esta vez de unos queques de chocolate, nos dirigimos a la vecina estación de Entrecampos para tomar el tren que nos lleve a Sintra. Durante el viaje contemplamos, entre el estupor y la desilusión, como la leve lluvia de primera hora de la mañana se convierte de repente en algo muy parecido a la sensación de meterte debajo de la ducha, tanto que incluso el agua llega a irrumpir con fuerza en nuestro vagón.

En apenas unos minutos llegamos a la estación de Sintra, donde nos apresuramos para llegar a coger el bus que sube directamente al Palacio da Pena. A la continua lluvia se le suma un molesto viento y una densa niebla que se hace más patente a los pies del palacio. La ascensión a éste se realiza por una estrecha carretera llena de curvas que la adversa climatología convierte en un pequeño "rally”.

Nos hacemos con las entradas para realizar la visita en unas pequeñas casetas prefabricadas existentes a la entrada del recinto y tomamos el trenecito que cubre el último tramo del ascenso hasta las puertas del palacio. Este trayecto se puede cubrir a pie tranquilamente (apenas son unos metros de pendiente no excesivamente prolongada) pero desde luego no era el mejor día para ponerlo en práctica.

Dejamos las fotos de los exteriores para la salida y nos apresuramos a entrar en el palacio. Nos entregan unas bolsas de plástico para introducir nuestros chorreantes paraguas (buen detalle) y comenzamos la visita a través de estancias y pasillos. Por desgracia no están permitidas las grabaciones ni la toma de imágenes en el interior, pero tengo que reconocer que la visita me dejó profundamente satisfecho. El palacio conserva mobiliario, útiles o vestidos de la época y la visita, aunque esto depende del ritmo de cada uno, se prolonga por espacio de más de una hora.

Volvemos al exterior del palacio y aprovechamos que la lluvia nos concede una pequeña tregua para realizar las fotos pertinentes. La niebla que nos rodea en lo alto de la montaña concede, si cabe, una imagen misteriosa y romántica que queda reflejada en las fotografías.




El palacio fue construido por el príncipe Fernando II de Portugal a mediados del siglo XIX sobre las ruinas de un antiguo monasterio jerónimo devastado por el terremoto de Lisboa, y debe su nombre a éste ya que estaba consagrado a Nossa Senhora da Pena (Nuestra Señora de la Peña). Arquitectónicamente es una amalgama de estilos que van desde el neo-gótico al neo-renacentista pasando por influencias islámicas y de arquitectura colonial. Llama poderosamente la atención la figura de Tritón (imagen 3) -una mezcla de hombre y pez- bajo una de las ventanas, en una alegoría que representa la creación del mundo.

Tomamos el bus de vuelta al centro de la ciudad en busca de un lugar para llenar nuestros estómagos que empiezan a pedir sustento. Una vez satisfechos y contemplando con alegría que la lluvia ha cesado e incluso el sol quiere aparecer, emprendemos el camino hacia la Quinta da Regaleira.

La Quinta es, a lo largo y ancho de sus cuatro hectáreas de terreno, un monumento al misterio en su máximo exponente. Tanto su bosque como sus grutas o lagos han sido relacionados con temas tan tratados como la alquimia o la masonería. Aunque sus orígenes datan del siglo XVII, el estilo predominante en el palacio es el neomanuelino, habiendo también referencias góticas y neoclásicas. Nos hacemos con las entradas en taquilla y nos proporcionan un plano detallado del jardín de la Quinta, imprescindible si no quieres perderte ni un solo rincón de éste.

Nos tomamos nuestro tiempo para recorrer cada rincón, cada pasadizo tratando de no perder detalle. Visitamos los lugares más espectaculares de la finca, como la Capilla de la Santísima Trinidad -también de estilo neomanuelino- o el pozo iniciático, de reminiscencias templarias. En su fondo puede contemplarse la representación de una rosa de los vientos sobre la cruz templaria, indicativo de la Órden Rosacruz, y recibe su nombre por los rituales masónicos de iniciación que se llevaban a cabo en su interior.




Apuramos nuestro paseo por los jardines, ya en el exterior, antes de abandonar definitivamente la finca para volver a tomar el autobús camino de la estación. Con una tarde ya definitivamente soleada se puede contemplar en lo alto de las montañas las siluetas del Palacio da Pena y el Castelo dos Mouros, del cual dejaremos su visita para mejor ocasión. En este viaje nos conformaremos con contemplarlo desde la distancia.



El tren nos está esperando ya cuando llegamos a la estación de Sintra, así que sin perder tiempo nos montamos en uno de sus vagones y esperamos pacientemente a que salga. Poco más de media hora después y con apenas un par de transbordos volvemos a estar en la habitación del hotel. Todavía no es muy tarde, pero aprovechamos para darnos una ducha caliente (algo que se agradece con el día que hemos sufrido) antes de salir para el Estadio da Luz.

Aprovechando que el Benfica juega en casa, y los precios acompañan, vamos a darnos una vuelta por las taquillas a ver si hay suerte. Cuando salimos del metro en la parada de Luz los aficionados encarnados ya se dejan notar y los puestos de bufandas, banderas y demás atestan las calles aledañas al estadio. Compramos dos entradas sin mayores problemas y entramos al estadio, previo meticuloso cacheo, algo a lo que estamos poco acostumbrados en España.




El estadio, aún medio vacío, resulta verdaderamente impresionante. Construido en 2004 con motivo de la celebración del Campeonato de Europa de Selecciones en el país vecino tiene una capacidad para 66.000 espectadores, casi la mitad de los que podía albergar el Estadio da Luz original. Asistimos al espectáculo previo a cada choque, en el que el águila del Benfica realiza un descenso desde uno de los aleros del estadio hasta posarse sobre el escudo del club al ser llamada desde el centro del campo. El Benfica se impone sin apuros a un voluntarioso Paços de Ferreira con gol de Aimar, ex Real Zaragoza, incluido y la dichosa lluvia vuelve a hacer acto de presencia durante el encuentro.

A la salida del estadio nos dirigimos al Centro Comercial Colombo para cenar algo antes de volver al hotel. Nos han contado que el centro posee una increíble galería de restaurantes en la que puedes cenar prácticamente cualquier tipo de comida, y no exageraban. Otra de las peculiaridades del centro (realmente lo es en general) es que las tiendas permanecen abiertas hasta las doce la noche, con lo que aprovechamos para hacernos con un paraguas para reemplazar al “fallecido” en la visita a Sintra.

Tomamos nuevamente el metro camino del hotel deseando que la lluvia nos de una tregua después de la mañana que nos ha dado, pero ni el cielo ni las previsiones meteorológicas invitan a ser optimistas.