domingo, 2 de enero de 2011

Sintra. Atrapados en el tiempo

La lluvia, siempre mala compañera de viaje, nos sorprende cuando descorremos las cortinas de la habitación. Estábamos teniendo mucha suerte con la climatología pero seguramente hoy sea de los peores días para que aparezca ya que este clima desluce, en gran medida, las vistas de la ciudad de Sintra.

Con una población de algo más de treinta mil habitantes, la pequeña ciudad perteneciente al distrito y región de Lisboa aúna una cantidad de patrimonio tal que la convierte en visita prácticamente imprescindible si pasas cerca de ella. No en vano, está declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1995.

Desayunamos con las noticias de la televisión portuguesa de fondo y las malas previsiones climatológicas para los próximos días. Tras finalizar nuestro galao, acompañado esta vez de unos queques de chocolate, nos dirigimos a la vecina estación de Entrecampos para tomar el tren que nos lleve a Sintra. Durante el viaje contemplamos, entre el estupor y la desilusión, como la leve lluvia de primera hora de la mañana se convierte de repente en algo muy parecido a la sensación de meterte debajo de la ducha, tanto que incluso el agua llega a irrumpir con fuerza en nuestro vagón.

En apenas unos minutos llegamos a la estación de Sintra, donde nos apresuramos para llegar a coger el bus que sube directamente al Palacio da Pena. A la continua lluvia se le suma un molesto viento y una densa niebla que se hace más patente a los pies del palacio. La ascensión a éste se realiza por una estrecha carretera llena de curvas que la adversa climatología convierte en un pequeño "rally”.

Nos hacemos con las entradas para realizar la visita en unas pequeñas casetas prefabricadas existentes a la entrada del recinto y tomamos el trenecito que cubre el último tramo del ascenso hasta las puertas del palacio. Este trayecto se puede cubrir a pie tranquilamente (apenas son unos metros de pendiente no excesivamente prolongada) pero desde luego no era el mejor día para ponerlo en práctica.

Dejamos las fotos de los exteriores para la salida y nos apresuramos a entrar en el palacio. Nos entregan unas bolsas de plástico para introducir nuestros chorreantes paraguas (buen detalle) y comenzamos la visita a través de estancias y pasillos. Por desgracia no están permitidas las grabaciones ni la toma de imágenes en el interior, pero tengo que reconocer que la visita me dejó profundamente satisfecho. El palacio conserva mobiliario, útiles o vestidos de la época y la visita, aunque esto depende del ritmo de cada uno, se prolonga por espacio de más de una hora.

Volvemos al exterior del palacio y aprovechamos que la lluvia nos concede una pequeña tregua para realizar las fotos pertinentes. La niebla que nos rodea en lo alto de la montaña concede, si cabe, una imagen misteriosa y romántica que queda reflejada en las fotografías.




El palacio fue construido por el príncipe Fernando II de Portugal a mediados del siglo XIX sobre las ruinas de un antiguo monasterio jerónimo devastado por el terremoto de Lisboa, y debe su nombre a éste ya que estaba consagrado a Nossa Senhora da Pena (Nuestra Señora de la Peña). Arquitectónicamente es una amalgama de estilos que van desde el neo-gótico al neo-renacentista pasando por influencias islámicas y de arquitectura colonial. Llama poderosamente la atención la figura de Tritón (imagen 3) -una mezcla de hombre y pez- bajo una de las ventanas, en una alegoría que representa la creación del mundo.

Tomamos el bus de vuelta al centro de la ciudad en busca de un lugar para llenar nuestros estómagos que empiezan a pedir sustento. Una vez satisfechos y contemplando con alegría que la lluvia ha cesado e incluso el sol quiere aparecer, emprendemos el camino hacia la Quinta da Regaleira.

La Quinta es, a lo largo y ancho de sus cuatro hectáreas de terreno, un monumento al misterio en su máximo exponente. Tanto su bosque como sus grutas o lagos han sido relacionados con temas tan tratados como la alquimia o la masonería. Aunque sus orígenes datan del siglo XVII, el estilo predominante en el palacio es el neomanuelino, habiendo también referencias góticas y neoclásicas. Nos hacemos con las entradas en taquilla y nos proporcionan un plano detallado del jardín de la Quinta, imprescindible si no quieres perderte ni un solo rincón de éste.

Nos tomamos nuestro tiempo para recorrer cada rincón, cada pasadizo tratando de no perder detalle. Visitamos los lugares más espectaculares de la finca, como la Capilla de la Santísima Trinidad -también de estilo neomanuelino- o el pozo iniciático, de reminiscencias templarias. En su fondo puede contemplarse la representación de una rosa de los vientos sobre la cruz templaria, indicativo de la Órden Rosacruz, y recibe su nombre por los rituales masónicos de iniciación que se llevaban a cabo en su interior.




Apuramos nuestro paseo por los jardines, ya en el exterior, antes de abandonar definitivamente la finca para volver a tomar el autobús camino de la estación. Con una tarde ya definitivamente soleada se puede contemplar en lo alto de las montañas las siluetas del Palacio da Pena y el Castelo dos Mouros, del cual dejaremos su visita para mejor ocasión. En este viaje nos conformaremos con contemplarlo desde la distancia.



El tren nos está esperando ya cuando llegamos a la estación de Sintra, así que sin perder tiempo nos montamos en uno de sus vagones y esperamos pacientemente a que salga. Poco más de media hora después y con apenas un par de transbordos volvemos a estar en la habitación del hotel. Todavía no es muy tarde, pero aprovechamos para darnos una ducha caliente (algo que se agradece con el día que hemos sufrido) antes de salir para el Estadio da Luz.

Aprovechando que el Benfica juega en casa, y los precios acompañan, vamos a darnos una vuelta por las taquillas a ver si hay suerte. Cuando salimos del metro en la parada de Luz los aficionados encarnados ya se dejan notar y los puestos de bufandas, banderas y demás atestan las calles aledañas al estadio. Compramos dos entradas sin mayores problemas y entramos al estadio, previo meticuloso cacheo, algo a lo que estamos poco acostumbrados en España.




El estadio, aún medio vacío, resulta verdaderamente impresionante. Construido en 2004 con motivo de la celebración del Campeonato de Europa de Selecciones en el país vecino tiene una capacidad para 66.000 espectadores, casi la mitad de los que podía albergar el Estadio da Luz original. Asistimos al espectáculo previo a cada choque, en el que el águila del Benfica realiza un descenso desde uno de los aleros del estadio hasta posarse sobre el escudo del club al ser llamada desde el centro del campo. El Benfica se impone sin apuros a un voluntarioso Paços de Ferreira con gol de Aimar, ex Real Zaragoza, incluido y la dichosa lluvia vuelve a hacer acto de presencia durante el encuentro.

A la salida del estadio nos dirigimos al Centro Comercial Colombo para cenar algo antes de volver al hotel. Nos han contado que el centro posee una increíble galería de restaurantes en la que puedes cenar prácticamente cualquier tipo de comida, y no exageraban. Otra de las peculiaridades del centro (realmente lo es en general) es que las tiendas permanecen abiertas hasta las doce la noche, con lo que aprovechamos para hacernos con un paraguas para reemplazar al “fallecido” en la visita a Sintra.

Tomamos nuevamente el metro camino del hotel deseando que la lluvia nos de una tregua después de la mañana que nos ha dado, pero ni el cielo ni las previsiones meteorológicas invitan a ser optimistas.

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