‘Las Hurdes, Tierra sin pan’ así tituló nuestro cineasta más internacional, Luis Buñuel, el documental que describía la vida en estas tierras a principios de los años 30. En él se relataba la dureza extrema en la que sobrevivían los lugareños y nos mostraba una cara de España desconocida hasta entonces. Sin embargo, poco o nada queda –afortunadamente- de aquella imagen y la comarca comienza poco a poco a abrirse al turismo y mostrarnos sus secretos más escondidos.
Madrugamos para desayunar con los primeros rayos del sol en la terraza del hotel y apenas terminado el café con leche y las tostadas tomamos la carretera que une Plasencia con Casar de Palomero, nuestro primer destino.
La población de Casar de Palomero apenas conserva signos de la arquitectura tradicional hurdana pero es uno de los núcleos urbanos más importantes de la mancomunidad, con una población cercana al millar de habitantes. Con el cielo cerrado amenazando lluvia recorremos sus calles hasta alcanzar la Plaza Mayor , que alberga uno de los edificios más destacados de la localidad: la casa en la que el monarca Alfonso XIII pernoctara en su visita a Las Hurdes en 1922. Desde fuera podría pasar perfectamente por una casa más de no ser por la placa en la fachada que recuerda la efemérides.
En Casar de Palomero confluyeron las tres culturas que poblaron la península como atestiguan los carteles de sus calles que nos indican si paseamos por su barrio judío, árabe o cristiano según acompañen al nombre una estrella, una media luna o una cruz en la placa.
Abandonamos Casar para dirigirnos hacia Pinofranqueado donde tenemos previsto visitar uno de los numerosos petroglifos que pueblan la zona, el Tesito de los cuchillos, en la alquería de El Castillo. Dejamos el coche a pie de carretera y cogemos el camino, perfectamente señalizado, que conduce a los grabados. El ligero desnivel que presenta se salva sin ningún tipo de problema y la distancia tampoco es excesiva por lo que en una media hora alcanzamos nuestro objetivo.
El lugar también se conoce como “Las pisás de los Moros” ya que la tradición cuenta que éstos dejaron sus pies grabados en la roca (imagen 3). Realidad o no, lo que si es cierto es que en la roca podemos ver grabados representando una hoz y armas junto a la inscripción (A)RMAMIIACAVII que puede traducirse como “teme a mis armas” o “protege mis armas”.
Volvemos a tomar el camino que nos conduce de vuelta al coche para dirigimos hasta la vecina localidad de Horcajo, donde comienza el camino que nos conduce hasta el despoblado de El Moral. El Moral es, como su propio nombre indica, la huella que el tiempo ha dejado en esta tierra y una inmejorable forma de acercarnos, aunque muy lejanamente todavía, a entender como se vivía en estas tierras apenas cien años atrás.
La caminata esta vez es algo más larga que la anterior (unos cuarenta minutos) pero, al igual que lo fue en El Castillo, de dificultad nula. Además, el enclave natural que se va atravesando atenúa cualquier tipo de cansancio.
Una pieza de pizarra partida, no se muy bien si por el paso del tiempo o por algún “gracioso”, nos recuerda las penurías pasadas por los habitantes de este poblado y las duras condiciones de vida que ofrece este, ahora, bello entorno natural.
A pesar de que ya solo quedan las ruinas de las pequeñas casas en las que convivían, hacinadas, familias completas todavía se puede entrever la configuración del poblado y sus calles por las que caminaban descalzos aquellos auténticos supervivientes que eran los hurdanos. Duras condiciones tanto climáticas como alimenticias que forjaron la leyenda de unas gentes que vivían de espaldas a lo que ocurría en el resto de España.
El camino de vuelta, como casi siempre, se hace más corto que el trayecto de ida a pesar de que el cansancio -y el hambre- empiezan a hacer mella. Tomamos varias fotos a la orilla del río impresionados por la naturaleza de un paisaje que cuesta imaginar si piensas en Extremadura.
Recorremos los apenas treinta kilómetros que nos separan de Vegas de Coria y buscamos un lugar para comer y descansar un poco del ajetreo mañanero. Elegimos el restaurante del Hotel Los Ángeles y la elección no puede resultar más acertada, zorongollo de pimientos asados con migas de bacalao y solomillo ibérico a la brasa con vinagreta. Espectacular.
Con semejante homenaje a la gastronomía extremeña se hace duro volver a ponerte en carretera pero el Meandro de El Melero bien merece ese sacrificio. Llegamos a la localidad de Riomalo de Abajo en apenas diez minutos y aparcamos a las puertas del camping. Craso error, ya que la distancia hasta el mirador sin ser excesiva (unos dos kilómetros) si se hace costosa tanto por ser cuesta arriba en la mayor parte del recorrido como por estar recién comidos. Además el camino está perfectamente habilitado para poder realizar la ascensión en coche. De cualquier modo, nuestra “osadía” se ve recompensada con la satisfacción de ir descubriendo el meandro entre la vegetación a medida que nos aproximamos al mirador. Sencillamente impresionante.
La paz y el silencio que se siente allí arriba compensa cualquier esfuerzo que hayamos podido realizar y la visión del río, inmóvil, invita a quedarte por tiempo indefinido delante de él.
Ya de bajada, la lluvia que amenazaba durante toda la tarde comienza a caer, fina pero con fuerza. Por suerte estamos ya a pocos metros del coche y nos ponemos rápido a resguardo. Todavía es pronto para regresar al hotel, por lo que nos dirigimos hacia Aceitunilla donde podemos encontrar vestigios de lo que fuera –tiempo atrás- la arquitectura típica de la zona.
Apenas se conservan un puñado de las casas “originales” entre las calles del interior de la localidad pero suficiente para imaginar la imagen de esta zona a principios del siglo pasado. Paseamos entre sus calles bajo una lluvia constante que no impide que tomemos unas cuantas fotografías.
Emprendemos el camino de vuelta a Plasencia no sin antes dedicarle una visita al municipio de Casares de las Hurdes donde destaca el campanario de su iglesia, que conserva la típica arquitectura hurdana en piedra y pizarra.
La lluvia nos acompaña durante la mayor parte del camino de vuelta a Plasencia pero -por suerte- nos ha dado la tregua suficiente para disfrutar de un día que, aunque ha sido largo, nos ha dejado gratamente impresionados y con la pena de no tener un día más que dedicarle a esta (cada vez menos) desconocida región extremeña.