viernes, 13 de mayo de 2011

Plasencia, ciudad de placer

Primavera, sin duda una de las mejores épocas del año para viajar (bueno, realmente cualquier época lo es), los días alargan y puedes aprovechar que todavía no hay un exceso de turistas para aprovechar las horas extra de luz que nos da el cambio horario. Precisamente ese cambio horario es el que nos quita la primera hora de sueño de este viaje la noche antes de partir destino Extremadura.

El camino hasta la comunidad extremeña es largo, casi seiscientos kilómetros, aunque lo alivia el hecho de cubrirlos íntegramente por autovía con lo que -a pesar de las nuevas limitaciones de velocidad- nos plantamos en la localidad cacereña de Plasencia en poco más de seis horas. Éste será nuestro campamento base durante los dos primeros días ya que, además de permitirnos visitar la propia ciudad, nos permite acceder tanto a la comarca de Las Hurdes como a la de la Vera, segunda y tercera etapa de nuestro viaje respectivamente.

Con una población cercana a los 40.000 habitantes -lo que la convierte en segundo núcleo de la provincia y cuarto de la región- la localidad placentina destaca por su centro histórico que conserva encerrado bajo el amparo de la muralla que lo rodea.

Tras instalarnos en el hotel y disfrutar de las primeras muestras de la gastronomía regional nos dirigimos hacia el núcleo histórico para comenzar a descubrir los secretos que la localidad esconde. Cubrimos el escaso kilómetro que nos separa del centro y nos adentramos en él dejando a un lado el acueducto conocido popularmente como los Arcos de San Antón. El imponente monumento, de unos 300 metros de largo, conserva 55 arcadas de una altura de 18 metros en su punto más alto.

Recorriendo la Calle del Rey llegamos a la Plaza Mayor, centro neurálgico de la ciudad original, desde donde parten siete calles radiales que desembocan en las puertas principales de la muralla que antaño la protegiera del exterior. En ella se encuentra el Ayuntamiento, de curiosa arquitectura, y que a pesar de haber sido recientemente restaurado está basado en lo que fuera la construcción primigenia, de estilo gótico-renacentista. Destaca sobremanera la presencia en una de sus torres del reloj del Concejo y el “abuelo Mayorga”, encargado de dar las campanadas -martillo en mano- que anuncian la hora a los placentinos. Ninguno de los dos elementos son ya los originales pero no ha querido perderse esta bonita tradición y la figura del abuelo fue reconstruida en los años 70 tras ser destruido el original en la invasión francesa.

Decidimos comenzar nuestro recorrido por las calles placentinas tomando la Calle Los Quesos que nos lleva directamente a los pies del Palacio de Almaraz, de estilo herreriano y uno de los representantes de la ciudad en el Pueblo Español de Barcelona. Junto al él se encuentra la Casa de las Infantas que destaca por su curiosa portada renacentista. Ninguno de los dos edificios son visitables en la actualidad, con lo que nos conformamos con tomar unas fotos exteriores.


Continuamos paseando por las estrechas callejuelas de aspecto medieval, repletas de pasajes, escalinatas y pequeños detalles como los que muestra una de las principales vías, la Rúa Zapatería, en la que pueden verse insertadas en el suelo placas que indican la situación -tiempo atrás- de la judería de la ciudad.

Al final de Zapatería se encuentra la Plaza de San Nicolás, desde la que se puede contemplar la imponente planta del Palacio del Marqués de Mirabel anexo a la Iglesia de Santo Domingo. El palacio, construido al parecer como casa-fuerte, fue transformado posteriormente en casa señorial en el siglo XVI mientras que la iglesia, de estilo gótico, tiene en su pórtico de estilo clásico su mayor atractivo.

Tras visitar su interior descendemos las escalinatas que nos llevan a la Calle Coria, al final de la cual se encuentra el Portal del mismo nombre y que proporcionaba el acceso a Plasencia desde la localidad cacereña. El cielo empieza a encapotarse nuevamente y a amenazar lluvia, con lo que aceleramos el paso calle abajo y, cruzando San Nicolás nuevamente, pasamos junto a la Casa de las 2 Torres en busca de la Plaza de la Catedral.

En ella, además de las Catedrales nueva y vieja como su propio nombre indica, encontramos además otros edificios de interés como la Casa del Deán y su maravilloso balcón de esquina. Construida en el siglo XVII debe su nombre, evidentemente, a que en tiempos fuera residencia de algunos deanes de la vecina Catedral.

Pero sin lugar a dudas la estrella del conjunto histórico placentino es la nueva Catedral construida en el siglo XV aunque no se llegara a terminar hasta dos siglos más tarde. De estilo renacentista plateresco alberga en su interior uno de los coros más bellos de España, tallado en madera de nogal, representando escenas del Antiguo y Nuevo Testamento y que originariamente perteneciera a la Catedral Vieja. Lamentablemente nos quedamos sin poder visitar su interior así que, como más vale una imagen que mil palabras os dejo un par de ellas para que podáis admirar su magnitud, al menos desde el exterior.
Adyacente a la Catedral Nueva se conserva la Catedral Vieja, de transición del románico al gótico, como se puede apreciar en su portada mucho más sencilla que la de su “hermana”. En ella se encuentra el Museo Catedralicio, colección de pinturas, esculturas y objetos de culto de gran valor histórico artístico.

Volvemos a callejear dirección a la Plaza Mayor, punto inicial de nuestro recorrido, donde hacemos tiempo hasta la hora de la cena. Degustamos los productos de la zona con un tapeo variado y volvemos al hotel para descansar de lo que ha sido un primer día intenso y de contacto con la tierra extremeña. El camino de vuelta se hace algo más largo que a primera hora de la tarde pero las vistas del Acueducto iluminado lo compensan con creces. Ahora toca descansar, esperan Las Hurdes.

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