martes, 30 de noviembre de 2010

Oporto

Nuestro primer día en tierras lusas. Nos ponemos pronto en pie para aprovechar a tope la luz del día y recuperar, de paso, las horas “de retraso” que llevamos con nuestro planning. Buscamos un sitio donde desayunar nuestro primer galao, que acompañamos convenientemente con unos bolos simples, vamos, los croissants de toda la vida. Una vez desayunados, comenzamos a descender la Rua de Passos Manuel hasta llegar a la Avenida dos Aliados, centro neurálgico de la capital portuense.

La avenida principal de Oporto está casi desierta a primera hora de la mañana, aún tratándose de un día laborable, y el poco tráfico que permiten las amplias zonas peatonales apenas resulta incómodo. Tomamos varias fotos desde el centro de la plaza y continuamos caminando hasta dar con el monumento a Pedro IV, apodado El Rey Soldado, y cuyo reinado solo duró unos pocos meses.

A pocos pasos de ahí nos encontramos, en la iglesia de San Antonio de los Congregados, con lo que va a ser una tónica a lo largo de nuestra estancia en Oporto, los azulejos. Si Oporto fuera un color, ese sería sin duda el azul que se refleja en cada baldosín. En Sao Bento, en la Sé, en las propias calles… Y como bien nos habían advertido, uno de los mejores sitios para contemplarlos es la estación de tren de Sao Bento, y para allí que nos dirigimos.

Merece la pena adentrarse en el vestíbulo principal para contemplar la obra de arte de Jorge Colaço. Pintados a mano en 1916, podemos encontrar representados en ellos sucesos como la llegada del primer tren a Oporto, la conquista de Ceuta por Don Enrique el Navegante, el transporte del vino por el Duero y otras hazañas militares.

Desde la puerta de la estación se puede contemplar la Catedral, más popularmente conocida como Se, palabra que deriva de la siglas de Sede Episcopal. En apenas unos minutos nos plantamos a sus pies, en la plaza del Pelourinho. El Pelourinho es un elemento que evoca una suerte de picota que, en la época medieval, servía como lugar de castigo al exponer a los culpables a la intemperie durante varios días y noches, e incluso al castigo por parte de gente que pasara por allí.

La catedral de Oporto ofrece una imagen de fortaleza y recuerda, o al menos así me lo parece, a la Notre Damme parisina. A pesar de que originalmente fue una edificación románica presenta elementos de otros estilos, como el enorme rosetón de estilo gótico de su fachada principal.

Realizamos la visita interior de la catedral y, aprovechando que vamos bien de tiempo, compramos las entradas para visitar el claustro (de estilo gótico) y la Casa del Cabildo, edificio anexo a la catedral. El claustro resulta realmente impresionante y en él volvemos a advertir (una vez más) la presencia de los omnipresentes azulejos.


La plaza de la catedral nos ofrece a la salida de nuestra visita unas vistas maravillosas de la esencia de Oporto. Tejados de teja roja, ropa tendida en balcones y ventanas, pequeñas casas de colores ocres y blanco de aspecto descuidado… y el Duero al fondo. Estamos cerca de Cais de Ribera, así que emprendemos el descenso hacia el río por las callejuelas más “auténticas” de la ciudad hasta alcanzar la Plaza da Ribeira. El sol luce en un cielo despejado, y esto hace que las numerosas terrazas de los bares inviten a hacer un alto en el camino. Contemplamos el imponente Puente de Don Luis I, construido en 1886 por el belga Théophile Seyrig, discípulo de Gustave Eiffel, lo que explica las semejanzas en cuanto a estructura con el símbolo galo.

Reanudamos la marcha para realizar la visita al Palacio de la Bolsa antes de comer. El Palacio de la Bolsa es un enorme edificio que fue construido para albergar la sede de la Asociación Comercial de Oporto y también está clasificado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. No es de extrañar. Realizamos la visita guiada a través del Patio de las Naciones, la Sala Presidencial, la habitación de la Asamblea General para desembocar en la estelar Sala Árabe, auténtica atracción del edificio. Es una lástima que no se permitan las fotos en el interior del Palacio, pero si buscáis un poco por Internet podréis ver que la visita bien merece la pena.

Con algo de hambre ya y apremiados por el horario portugués (allí se come alrededor de la una), emprendemos camino a Plaza Parada Leitão, junto a la Iglesia de los Carmelitas. Vamos a tiro seguro, ya que nos han recomendado comer en O Piolho uno de los platos típicos tripeiros, la francesinha. Uno de los éxitos del viaje, sin lugar a dudas, junto al postre que tomamos: el bolo de bolacha. Si visitáis Oporto no podéis iros sin probarlo, no os arrepentiréis.

Tras meternos esas pocas calorías entre pecho y espalda es hora de rebajarlas, así que caminamos -dejando la impresionante Iglesia de los Carmelitas a un lado- hacia la Torre dos Clérigos. La imponente planta de la torre (algo más de 75 metros de altura) de estilo barroco nos recibe escondiendo una pequeña sorpresa en su interior. El acceso a la cima solo se puede hacer a través de sus escaleras de caracol, no existe ascensor alguno… ¡y son 225 peldaños! No fue buena idea dejarlo para después de comer. Sin embargo, la recompensa en forma de vistas merece la pena. Comprobarlo si no por vosotros mismos.

Recuperados del esfuerzo realizado nos acercamos a la Librería Lello e Irmao, en Rua das Carmelitas. A pesar de tratarse de un negocio particular, la imagen que proyecta en su interior hace que sea considerada casi un monumento más en la ciudad. Por suerte para nosotros, no hay demasiada gente en su interior a la hora de nuestra visita y podemos tomar varias fotos en su interior sin que el dueño se moleste.

La majestuosa escalera de madera que se divide en su camino para acceder a la segunda planta del edificio te recibe nada más entrar y te lleva al piso superior donde, además de cientos de libros, puedes contemplar la impresionante vidriera del techo con el lema Decus in labore. De vuelta a la planta inferior, podemos comprobar como en sus suelos de parquet todavía se mantienen los raíles que guiaban la vagoneta que se usaba para reponer los estantes. Una obra de arte de más de cien años de historia. Como recuerdo nos llevamos un libro de cocina portuguesa, para hacer nuestros pinitos en casa, y volvemos a emprender el trayecto matutino hacía Cais de Ribera. ¡Nos vamos de crucero!

La tarde empieza a escaparse cuando volvemos a alcanzar la Plaza da Ribeira. Volvemos a contemplar la majestuosidad del puente de Don Luis I desde la orilla, en breve lo haremos desde el interior del Duero. Nos acercamos al puesto de la empresa Douroacima y compramos los billetes para los más de cuarenta y cinco minutos que se nos pasan volando. Cruzamos bajo los seis puentes (Don Luis I, Infante Don Enrique, María Pia, San Joao, Freixo y Arrábida), vemos las bodegas de Vilanova de Gaia y los barcos que transportaban el Oporto antaño y remontamos el cauce hasta casi alcanzar el Océano Atlántico. Merece la pena gastar los diez euros que cuesta el billete.




De vuelta a tierra, recorremos las pequeñas tiendas de Cais de Ribera camino del puente Don Luis I. La tarde comienza a caer pero todavía quedan horas hasta la cena, así que aprovechamos para cruzar a Vilanova de Gaia, cuna del afamado vino de Oporto, y visitar una de las numerosas bodegas que ofertan visitas. Por proximidad y horario, nos decidimos por las bodegas Calem. A lo largo de la visita nos explican el lento proceso que lleva a las uvas del norte de Portugal a convertirse en uno de los mejores vinos de la península. Finalizamos las explicaciones con una pequeña degustación en sus bodegas, y como no, decidimos traer una parte de ellas a casa.

Cuando salimos la noche ya ha caído sobre la capital portuense y la iluminación de la ribera multiplica la belleza de todo cuanto habíamos visto durante el día. Paseamos tranquilamente mientras decidimos entre cenar aquí o volver al centro. Finalmente gana la segunda opción y tras una obligada parada en nuestro hotel buscamos algún lugar donde cenar en una casi desierta Avenida dos Aliados. La verdad es que apenas se nota diferencia entre la foto diurna y la nocturna más allá de que el sol ya no esté presente.

Una vez finalizada la cena, emprendemos el camino de vuelta al hotel. Ha sido un día duro y las fuerzas flaquean, pero todavía hay una parada obligada antes de ir a la cama, el Café Majestic.



El Majestic ha visto pasar -a lo largo de su dilatada historia- todo tipo de personalidades por sus mesas, desde políticos a intelectuales pasando por artistas y otras grandes personalidades. Como curiosidad, decir que la famosa creadora de Harry Potter pasó las horas muertas en sus mesas (quien sabe si fabulando después de visitar la Librería Lello e Irmao). Una vez dentro, resulta fácil viajar casi cien años atrás en el tiempo e imaginar a la alta sociedad de principios de siglo tomando el café en sus mesas.

Dejamos atrás las puertas del Majestic pensando en lo bien que vamos a agarrar la cama. Solo llevamos un día en Portugal, pero lo hemos vivido intensamente. Mañana es día de carretera y Lisboa espera al final del camino.

1 comentario:

  1. felicidades por tu diario, me ha ayudado a rememorar mi propio viaje. De Oporto destacaría dos cosas: la ribera del Duero (lo más cuidado y bonito) y por supuesto su maravilloso vino. Sigue así.

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